La respuesta es el caos
or varias razones Donald Trump decidió irrumpir en forma tan atrabiliaria en las marchas de protesta que se efectuaban en la ciudad de Los Ángeles. Entre ellas: la postergación en la aprobación de su presupuesto, debido a que varios senadores de ultraderecha del Partido Republicano se han negado a cumplir con los caprichos de su presidente; el fracaso de su política en materia de aranceles que hasta la fecha continúa en el limbo debido a que varias naciones respondieron con un alza similar a los productos que EU exporta; la protesta que varias cadenas comerciales e industrias hicieron debido a la restricción en la importación de productos y materias primas necesarias en sus actividades; la polvareda que levantó su rompimiento virtual con Elon Musk, su brazo ejecutor en el draconiano y desproporcionado recorte de miles de burócratas esenciales para el funcionamiento del gobierno; su rotundo fracaso en acabar en un día con las guerras en Ucrania y el Medio Oriente.
Como es costumbre en Trump, la respuesta fue provocar caos para distraer la atención de sus fracasos. Y, quien mejor que Stephen Miller, su alter ego en materia migratoria, quien dio órdenes a las autoridades para que efectuaran razias a diestra y siniestra con el propósito de capturar y deportar a miles de personas independientemente de su calidad migratoria. El exceso con el que actuaron los halcones de Miller y la señora Noem, secretaria de Seguridad Interna, ocasionaron protestas a lo largo de EU cuya culminación fue un zafarrancho en Los Ángeles. Con su característica arbitrariedad, en una clara violación a la soberanía del estado de California y de la Constitución, el mandatario ordenó la intervención de la Guardia Nacional, e incluso movilizó al Ejército. La excusa fue poner orden
y arrestar a quienes trataban de adueñarse del país por el hecho de portar banderas de otras naciones, destacadamente mexicanas. Lo que siguió ya es de sobra conocido: golpeados, deportaciones, separación de familias y una gigantesca protesta ayer en los 50 estados. La saña y xenofobia de Miller lo llevaron a violar domicilios para detener a supuestos indocumentados y capturar a decenas de personas en la vía pública sin mediar una razón válida o una orden judicial. En su afán de cumplir con la cuota fijada por Miller, las autoridades migratorias detuvieron a no pocas personas cuya calidad migratoria era la de residentes e incluso a varios ciudadanos estadunidenses. En su celo vengativo también ordenó la detención de quienes acudieron a las citas para continuar con su proceso de documentación.