Magda Rivera recorre colonias pobres de Hermosillo y cuenta historias con un estilo tradicional de teatro japonés // Luego los impulsa a narrar y a escribir

Sábado 14 de junio de 2025, p. 5
Miguel Alemán, Son., La promotora cultural Magda Rivera Carrillo carga en la cajuela de su automóvil libros, láminas ilustradas y un butai de madera y se dirige a la Calle 12, como llaman a la franja agrícola del poblado Miguel Alemán, donde la imaginación aún es tierra fértil, incluso entre el polvo, el calor y las cicatrices que deja la migración en la frontera de Sonora con Estados Unidos.
También lleva una caja de kamishibai, que significa teatro de papel
. Cada semana recorre 40 kilómetros hacia el poniente de Hermosillo, donde, bajo la sombra de algún árbol, niños, hijos de jornaleros agrícolas, la esperan sentados en el piso. Con su dulce voz dice: mukashi mukashi
, fórmula japonesa que significa: érase una vez
, con la que abre la puerta a un mundo de cuentos, leyendas japonesas, historias indígenas y relatos nacidos del tránsito migrante.
El butai −esa pequeña caja de madera que se abre como un libro de tres alas− permite que se narren historias a partir de ilustraciones que se deslizan una a una. Así, personajes como Issunboshi, Momotaro o La Peor Señora del Mundo cobran vida frente a niños que, a falta de bibliotecas cercanas, encuentran en estas sesiones semanales una ventana al mundo.
“El kamishibai nació en el Japón de los años 30. Lo usaban personas desempleadas que vendían dulces y contaban historias en las esquinas de Tokio”, explica Rivera en su entrevista para La Jornada. Yo lo empleo para acompañar a personas en movimiento, familias migrantes que vienen de Venezuela, Honduras, Guatemala, que están de paso o que se quedaron varadas en Sonora.
Aquí no sólo se escucha: también se crea. Los niños, incluso muchos adultos, ilustran sus versiones de las historias, escriben finales nuevos y dibujan a sus familias en medio del relato. Muchos traen una maleta cultural. A través de estos cuentos, pueden conectar con sus raíces, nombrar su historia, reconocerse en el otro
, señala Rivera.
Con 21 años como promotora de lectura, Magda Rivera ha recorrido las colonias más empobrecidas de la capital de Hermosillo. Es una comunidad real, con carencias y contextos de violencia. Pero también con líderes triquis, mixtecos, que han hecho suyo el proyecto
, afirma complacida con la respuesta de las familias jornalera y migrantes.
El trabajo no se detiene con la narración oral. Una vez que los asistentes se familiarizan con la lectura, los impulsa a reflexionar y a escribir. No se puede hablar de desarrollo personal sin lenguaje. Si un niño sólo recibe órdenes, si no se le enseña a nombrar lo que siente, ¿cómo puede desarrollarse emocional y sicológicamente?
, cuestiona.
Magda Rivera no impone lecturas. El niño debe elegir el libro que desea leer, ya sea por la portada o por el tema. Y los que más les gustan suelen ser los de terror y misterio
, dice sonriendo.
Títulos como La rumorosa y otros cuentos (Conafe) o el cuento zapoteco El conejo y el coyote figuran entre los favoritos. En su caso, disfruta las historias de la colección Largueza del Cuento Chino, donde la sabiduría se esconde en relatos breves pero profundos.
Además de ser mediadora de lectura, Rivera Carrillo es gestora cultural. Ha organizado el Festival de la Lectura Viva, conmemoraciones del Día de San Juan, talleres de video participativo y encuentros de saberes comunitarios. Todo con apoyo de instituciones como la Universidad de Sonora, el Colegio de Sonora y el Instituto Municipal de Cultura y Arte, así como de los colectivos Voces Mesoamericanas y Mixteco Yosonubico de Sonora.
En estos espacios, la oralidad no sólo es una herramienta de aprendizaje, sino un acto político. Donde haya espacio para la oralidad, las lenguas y las culturas seguirán vivas
, asevera convencida. Sabe que muchas familias migrantes ocultan su lengua por miedo a la discriminación. Ese ocultamiento ha sido normalizado por el entorno y las instituciones. Por eso es urgente recuperar y compartir los cuentos, los mitos, las historias familiares. Son las raíces culturales que pueden germinar en nuevos territorios
.
En un país donde la movilidad humana es marcada por la incertidumbre y el desarraigo, proyectos como el de Magda Rivera construyen puentes invisibles entre las comunidades migrantes y su memoria. Cada cuento contado, cada dibujo hecho por una persona en tránsito que apenas habla español, es una forma de resistir al olvido, de decir: estamos aquí y también tenemos historias que contar
. Y bajo la sombra del butai, en medio de la adversidad, las palabras vuelven a tener raíz y a comenzar una vez más con: mukashi, mukashi…