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Nosotros ya no somos los mismos

Cuaresma opaca // El que tiene, puede, y entre más puede, más quiere tener // Enfrentarnos a la acumulación hereditaria del capital

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▲ Hoy, un reducido número de mujeres y hombres están convencidos de que las condiciones en que subsisten millones de personas significan un crimen de lesa humanidad y no denunciarlo y combatirlo nos hace cómplices.Foto Luis Castillo
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os dolientes tiempos de la Cuaresma opaca recién idos me llevaron, sin agrado alguno de mi parte, a meditar sobre las calamidades que se han asentado sobre el planeta Tierra en los últimos tiempos y, lo que es más, sin esperanza de que desaparezcan con el fin de estos 40 días dedicados a la oración, remordimiento, dolor de los pecados y, sobre todo, propósito de enmienda.

Hambrunas, epidemias, delincuencia, violencia asesina, enfermedades que creíamos desaparecidas y de pronto reviven y otras más que brotan antes que las intuyeran siquiera los microscopios más escrupulosos o los análisis químicos más detallistas. Los niveles imbatibles del analfabetismo y, obviamente, de la mínima culturización que permitiría que los seres humanos entendiéramos que el globo no está habitado por muchas razas, sino tan sólo por una, la humana, y que las diversas etnias que la conforman son el elemento esencial de su existencia y perennidad.

¿Entonces, por qué los enfrentamientos y las guerras? Pues una contestación totalmente simple, pero cierta, se expresa en pocas palabras en: el que tiene, puede, y entre más puede, más quiere tener.

La explicación se antoja de una simplonería absoluta y, sin embargo, revise usted todas las conflagraciones que se han dado desde el inicio de la sociedad moderna hasta nuestros días y verá que, desde entonces, en cualquier espacio terrestre, siempre ha existido una situación de violencia en la que miles de personas mueren, en muchos casos sin saber siquiera por qué ofrendaron la vida, o por qué se la arrebataron a un semejante al que jamás conocieron.

Pero basta del sermón de Pascua y regresemos a nuestra rutina de las últimas semanas: Nos referimos en la pasada entrega a la acumulación originaria del capital pero, al día de hoy, si estuviéramos basando nuestros supuestos nada más que en ese invaluable alegato, sería tan grave como negarnos a la vacunación preventiva (o a creer que la pastilla azul lo puede todo). Ahora tenemos que afrontar la acumulación hereditaria del capital, con todos los nuevos riesgos que esto implica, comenzando por los herederos, que, con el camino más difícil ya pavimentado por sus antepasados, son ahora quienes dominan las nuevas tecnologías que les permiten, sin mayores riesgos, una permanente evasión fiscal.

Agreguemos a todo lo anterior el aprovechamiento de las relaciones económicas y políticas que han sido cultivadas durante sexenios y que convierten a estas personas o sociedades en verdaderos seres míticos de los cuales uno de ellos cuenta y vale más que multitudes. Resulta obvio sacar negras conclusiones del panorama anterior, que convierte a individuos en seres distantes, totalmente fuera del alcance de la simple vista de los habitantes del planeta y, sin embargo, con los poderes absolutos de orientar al mundo hacia donde les plazca o convenga.

Solamente el Estado (los estados) pueden salvar el abismo entre los universos de la opulencia y la indigencia. Hoy, un reducido número de mujeres y hombres están convencidos de que las condiciones en que subsisten millones de personas significan un crimen de lesa humanidad y que no denunciarlo y no combatirlo, nos hace cómplices sin atenuantes.

En nuestra próxima entrega, conoceremos el pensamiento de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, sobre la idea que ha venido cobrando no tan sólo solidaridades y apoyos en el mundo académico, sino ¡quién lo creyera!, también entre prominentes hombres de gobierno de los partidos de centro-izquierda, por supuesto. Entre ellos, José Antonio Ocampo, ex ministro de finanzas de Colombia y ex secretario ministro de la Cepal. Escuchémoslos y demos nuestra opinión.