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Un legado que trasciende el tiempo, la quema de máscaras por chapayecas yaquis

Ni el sol abrasador detuvo el ritual en el cerro El Coloso

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▲ Pobladores yaquis ataviados con máscaras y vestimenta típica visitaron ayer el cerro El Coloso, en Sonora, para llevar a cabo la quema de su indumentaria, lo que simboliza la purificación de sus pecados.Foto Cristina Gómez Lima
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 20 de abril de 2025, p. 22

Hermosillo, Son., El fuego consumió una a una las máscaras que durante semanas ocultaron rostros y revelaron creencias. Era la representación del fin de la Semana Santa. Los chapayecas yaquis, pese a que el sol sobrepasaba 30 grados en las faldas del cerro El Coloso, no detuvieron el ritual: la quema también mostró la renovación de un compromiso ancestral con su fe y su cultura.

Con más de 300 fariseos reunidos en torno a las llamas, la ceremonia cerró 40 días de mandas, danzas y rezos que iniciaron el Miércoles de Ceniza en las ramadas de colonias como Coloso Alto, Coloso Bajo, La Revolución y La Matanza.

En estas comunidades, la celebración de la Cuaresma es mucho más que una tradición religiosa: es un acto colectivo que une generaciones, donde la identidad se refuerza y mantiene vivo un legado que ha trascendido en el tiempo.

Desde las primeras horas del día, las familias comenzaron a reunirse en la ramada principal de El Coloso, mientras los chapayecas, con sus máscaras de piel, madera y plumas, finalizaban la jornada.

La quema de indumentaria no es un simple cierre simbólico; representa la purificación de los pecados y la renuncia a la traición de Jesucristo, un ritual que año con año se transmite a niños, jóvenes y adultos.

Franco Valenzuela Buitimea, capitán en la ramada del Coloso, explicó: ahorita tenemos entre 250 y 300 fariseos, más los cabos y los oficiantes, la mayoría son jóvenes que nos ayudan a seguir adelante con nuestras tradiciones, porque si no se perdería este legado. Ser fariseo no es un juego, es un trabajo pesado, es un compromiso con nuestros ancestros.

Minutos antes de la última danza y antes de que la hoguera comenzara a arder, detalló que el papel del chapayeca conocido también como fariseo durante estas fechas, trasciende lo ceremonial. Es un soldado de la tradición y de su pueblo dispuesto a hacer lo que sea por su nación. Eso es lo que somos.

La Cuaresma es para los yaquis un tiempo de transformación y aprendizaje colectivo. Los 47 días que abarca el periodo litúrgico son también días de formación espiritual y comunitaria.

Las procesiones, las danzas nocturnas y las guardias bajo las ramadas forjan en cada participante un sentido de pertenencia que trasciende generaciones.

El asentamiento de las comunidades yoreme en Hermosillo, que data de principios del siglo XX, consolidó en colonias como El Coloso, Las Pilas, La Matanza y Hacienda de la Flor espacios para preservar y compartir estas prácticas.

Año tras año, fieles de distintas partes del estado visitan las ramadas para presenciar uno de los rituales más antiguos y representativos de la región.

Miguel Ángel Grijalva Dávila, maestro en historia por la Universidad de Sonora, comentó: es muy notorio cómo ha ido creciendo el número de personas que asisten a estos eventos, tanto en participantes como en visitantes interesados en adentrarse a la cultura étnica.

Destacó que la tradición es un claro ejemplo del sincretismo que define al México profundo: la cosmovisión yaqui se entrelaza con los pasajes bíblicos de la fe católica, en una amalgama que da vida a danzas, rezos y oficios que siguen vigentes siglo tras siglo.

El especialista precisó que la estructura de la celebración es tan compleja como fascinante. Cada miembro cumple una función esencial: fariseos, padrinos, madrinas, cantoras, capitanes, danzantes, músicos y mayordomos integran una comunidad en movimiento, donde la fe se materializa en cada paso y en cada acto.

Es muy positivo que venga mucha gente y familias. Es importante para preservar estas etnias que incluso persisten aquí en Hermosillo, donde hay muchos yaquis. No debemos olvidar que el indio cajeme era de Hermosillo, recordó el doctor Grijalva Dávila.

Cuando la última máscara cayó en las brasas, el silencio se impuso por un instante en El Coloso. El fuego, como cada año, purificó las promesas y cerró un ciclo que pronto volverá a comenzar, porque en la cultura yaqui la fe no se apaga: se transforma, se hereda y renace.