Opinión
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El guiñol de Trump
S

i no fuera por la trascendencia de las vacilantes decisiones del presidente Donald Trump y su trasnochada idea de la aplicación de los aranceles a diestra y siniestra, se pudiera decir que la brutal y peligrosa coyuntura por la que el mundo atraviesa es un gran guiñol que Trump ha escenificado en las últimas semanas. El elenco lo integran sus más cercanos colaboradores, quienes, como marionetas, siguen a pie juntillas las ocurrencias mañaneras del aprendiz de brujo convertido en presidente.

Conforme pasa el tiempo, paso a paso, el rey se despoja de su ropaje para revelar su descarada figura. Su pretendida infalibilidad se ha convertido en una pesadilla que, querer o no, está destruyendo la estabilidad, la confianza y la certeza de quienes votaron por él. Es inocultable el daño que se ha ocasionado a las ya de por sí precarias relaciones en el mundo entero. Producto de sus ambiciones de grandeza, a diario perpetra ocurrencias y amenazas que nada tienen que ver con el gobierno de una nación como EU. Por lo visto, no hay límite en el escalamiento de los agravios entre el dirigente del país más poderoso del orbe y el de China, nación que intenta arrebatarle esa supremacía.

Por un lado, el ego y la actitud prepotente e irresponsable del presidente estadunidense juega y pone en riesgo los valores y la historia de una nación que ha soñado con ser el paradigma de la civilización occidental. Por el otro, están la dignidad y el orgullo de una nación cuya ancestral civilización y orgullo se insisten en poner a prueba, en cuyo desenlace está de por medio la estabilidad del mundo entero.

Su última y tardía decisión de posponer la entrada de aranceles a las importaciones que el país vecino realiza con un centenar de naciones ha derruido la confianza de sus aliados. Hay una norma básica en la economía que permite planear y realizar las inversiones necesarias para el crecimiento y el bienestar de cualquier nación: la certidumbre. Puede ser bueno o malo un plan, pero al menos le permite a los actores económicos diseñar una política para desarrollar sus actividades e inversiones con algún margen de certeza.

Lo que Trump ha logrado va más allá de una torpe e incierta política arancelaria; lo que ha ocasionado es destruir un mínimo de certeza sobre lo que sucederá en las siguientes horas o minutos cuando, sin ninguna base en la realidad, cambie nuevamente de opinión. No fue otra su decisión de postergar por 90 días la entrada de aranceles en artículos electrónicos como los teléfonos celulares, pantallas de televisión, etcétera, so pretexto de proteger la industria farmacéutica. Fue penosa la forma en que los responsables de la política comercial trataron de explicar ayer por la mañana el misterio sobre la forma en que un teléfono celular influye en la producción, por ejemplo, de la penicilina o las aspirinas.

En los años 80, quienes pagaban impuestos tuvieron que salvar al sistema financiero de una quiebra total. En esta ocasión, no parece haber forma de que los millones que perdieron sus ahorros en esa ruleta de especulación, en que se ha convertido el mercado de valores, tengan forma de recuperarlos.

Al parecer, se configura una investigación sobre la forma como unos cuantos al tanto de los cambios de ánimo del presidente, aprovecharon para vender sus acciones para posteriomente adquirirlas de nuevo, a precios de remate obteniendo pingües ganancias.

Los especialistas tratan de figurarse hasta dónde llegará la crisis y la profundidad de una recesión que ya se prefigura, producto de los vaivenes en los pasillos y las intrigas de la corte en que se ha convertido la Casa Blanca. Al margen de especulaciones y confabulaciones, el hecho es que en cada rincón del orbe hay desconcierto e inseguridad sobre el futuro inmediato.