esultó de nuevo un gran éxito la Feria Internacional el Libro de Guadalajara, número 38, a pesar de que, por segunda vez consecutiva, ya no contó con la presencia de su creador y factótum, el licenciado Raúl Padilla López, uno de los promotores culturales más notables de la historia de nuestro país.
Cuando este hombre llegó a ser rector de la Universidad de Guadalajara, cuando ésta era tal vez la peor de México, ya daba trazas de una gran capacidad, pues la FIL, aunque apenas tenía dos años de vida, iba muy bien encarrilada.
Curiosamente, hasta 33 días después de tomar posesión del cargo no alcanzó la edad legal para ser rector, pero sus enemigos, muy buenos para golpear mas no para pensar, nunca cayeron en la cuenta.
Quiero subrayar que, aparte de la FIL, Padilla le dio vida a otros programas de importancia, auditorios, museos, bibliotecas, etcétera, además de llevar instalaciones de la U de G a diversas poblaciones del estado y prepas a casi todos los 125 municipios de la entidad.
Cuando me convocó para que le ayudara a crear la FIL, aquella tarde de sábado en el aeropuerto de México, lo primero que le dije es que era una estupidez y deshilé varios argumentos muy sólidos para demostrarlo. Sin embargo, recuerdo que no resistí la cara de pescado hervido que puso y le aclaré enseguida que contaría conmigo... Amante como he sido de locuras de este tipo.
Lo cierto es que nunca pensé que la FIL llegaría tan lejos. No obstante, le eché los kilos y hasta aproveché mi condición de alto funcionario de la Cancillería mexicana para organizar, en su área de conferencias allá en Tlatelolco, el primer acto público de la feria: una presentación ante todo el cuerpo diplomático para hacer ver el carácter internacional
que se le quería dar.
Recuerdo que estuvieron presentes casi todas las legaciones extranjeras en nuestro país. En su mayoría fueron los propios embajadores y, cuando no, los agregados culturales. En varios casos, la única que faltó, sin disculparse siquiera, conforme a los malos modales que les caracterizan, fue la representación de Estados Unidos. Bueno, hasta Canadá estuvo representado, a pasar de que sus modales no son tampoco buenos del todo.
La primera feria tuvo algunas fallitas, que se corrigieron con atingencia en la segunda y, desde entonces, la FIL ha navegado viento en popa hasta llegar al abrumador éxito y convertirse, de calle, en la mejor de todo el mundo latino.
Ayudó, es cierto, que su natalicio coincidió con el recién estrenado centro de convenciones magnífico de que disponemos, aunque tuvo que intervenir el gobernador Álvarez del Castillo para que les facilitara el espacio en las fechas convenientes. Originalmente se pensaba hacer el Instituto Cabañas, pero no hubiera sido lo mismo.
Tampoco pensaron los empresarios del Centro de Convenciones que una actividad libresca alcanzara tales proporciones… y también fue el caso de quienes participamos en la organización de las primeras ediciones.
Otro hecho para recordar es que, hace dos años, el gobernador de Jalisco promovió una manifestación con sus adláteres para impedir la llegada de la gente a la feria. Muchos no lograron entrar, pero este servidor y muchos otros habitués saben de la existencia de la puerta de atrás, por donde entra la carga…
Los secuaces del ahora ex gobernador, como el tema de los libros no se les da, ignoraban su existencia.
Las cosas han cambiado, al extremo de que esta vez no fui invitado, a pesar de ser de los pocos que ha estado presente en todas, pero ello no me ofendió tanto como para no ir varias veces y hasta ceder a la tentación de comprar algún librito; además de los que tuvieron a bien regalarme.
Espero estar en condiciones de volver para la feria número 39 que tendrá a Barcelona como invitada de honor y, si es posible, hasta la feria número 40, porque siempre me han gustado las cifras redondas.