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La música es una fiesta
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▲ Portada del álbum Summer Chill, del músico galés Joe Webb, de 38 años, figura emergente del jazz mundial.
 
Periódico La Jornada
Sábado 14 de diciembre de 2024, p. a12

El nuevo disco de Joe Webb es un bombón.

Alegre, divertido, gozoso, reúne todo aquello que un escucha necesita para sonreír, soñar, sentirse bien. Combatir tristeza, cultivar emociones positivas.

Hamstrings & Hurricanes se llama el álbum y entre sus muchas cualidades figura la consolidación del formato trío de jazz como estructura vital para la creación de atmósferas, la experimentación, los hallazgos.

Es una música que se alimenta de libertad, sencillez y contento.

Joe Webb es la gran figura emergente del jazz mundial. Hace tres semanas cumplió 38 años, nació en Gales y tiene su eje de acción en Londres, donde desarrolla una carrera plena de diversidad, desenfado y originalidad.

Es el modelo de pianista que responde a la gran tradición de músicos que espejean los signos de su época.

Su cultura musical es impresionante: por igual escuchamos en su estilo la clara influencia de un gigante inmortal: Art Tatum, que guiños a sonatas de Scriabin, Liszt, Chopin y Beethoven, sin dejar de lado la gran tradición latina, africana, galesa por supuesto y universal por necesidad.

Lo suyo es tan peculiar que escapa a toda definición, aunque algunos apresurados lo denominarían, injustamente, posmoderno, cuando esa corriente dejó de existir hace muchos años.

El disco se inicia a todo lo alto: Joe Webb recorre el teclado entero con puntuaciones, pausas, giros, inspiración a raudales, en complicidad con otros dos músicos geniales: Will Sachs en el bajo acústico y Sam Jesson en los tambores.

La segunda pieza es más abierta en su estructura, más interesante en sus planteamientos, más intensa y a una velocidad pertinente para el efecto buscado: homenajes a Art Tatum por igual que citas de Errol Garner, Thelonious Monk, Oscar Peterson y Duke Ellington.

El genio de Webb consiste en lograr elaboraciones muy complicadas que nunca pierden su apariencia de sencillas. Asistimos a una fiesta de los sentidos, sentados pero no inmóviles: las cadencias repentinas cambian las atmósferas a distintos tipos de baile que nos mantienen en un pendular delicioso.

En esa segunda pieza se escuchan voces como las que suenan en el Village Vanguard, en el Blue Note o en algún otro templo nocturno del jazz, mientras la música discurre.

De repente, el grupo ejecuta un attaca para cambiar la atmósfera por completo y entrar a la siguiente composición de Webb: 100 Years of Bill & Lil, bellísima obra que nos remite a muchas estancias de placer, meditación y cobijo, transportados en alfombra voladora, guiados por la mano del hada.

Por igual nuestro oído asocia Nardis, esa hermosa pieza que compuso Miles Davis en 1958 y que Bill Evans convirtió en una de sus obras emblema en todos sus conciertos y en varios de sus discos, que por igual suena a Erik Satie y su serie de seis Gnossedias y eso nos conduce a estampas impresionistas y el contrabajo entona églogas, odas, himnos para dar paso a una intervención a solas, impresionante, del baterista.

Hondura, gozo, reflexión. Ideas. Esta pieza es de lo mejor del disco y se aparta del swing y el contoneo sabroso del resto, para acurrucarse en un vaivén sedoso: una pareja que se abraza y se mece suavemente, siguiendo el éxtasis de la música.

La atmósfera creada nos transporta a una terraza de un café en Montmartre, copita de pastís en mano, la vista de la noche, el aroma de la noche.

La pieza 6 del disco presenta modulaciones y cambios repentinos de velocidad, racimos de notas, mano izquierda marca surcos grandes, mano derecha baila sobre el sembradío.

Antes de esa pieza, la composición entera está concebida, preparada y ejecutada magistralmente por Sam Jesson en la batería. La obra se titula, juguetonamente, Some Jesson, en juego de palabras con su nombre y el resultado sonoro es muy original en su sencillez espectacular. No todo solo de batería es predecible, he aquí la prueba de ello.

La siguiente composición se arma en attaca también, lo cual configura el disco entero como una unidad. Suena un tema macizo, a lo Duke Ellington en el Cotton Club con un piano de teclas que parecen tocadas por dedos de marfil o de madera o de acero y luego suenan glissandi y velocidades tales que nos recuerdan las obras de Conlon Nancarrow, inventor de la pianola mecánica que suena a velocidades inauditas, tocadas por mil dedos, a partir de la perforación de tarjetas que luego pasan por unos rodillos y todo se conecta a una serie de llantas colgadas del techo en el gran estudio que tuvo Nancarrow en Las Águilas, en la ciudad de México, donde Juan O’Gorman le construyó su casa.

La pieza séptima del disco, Breuddwyd Cariad, empieza como comienzan los preludios de Chopin, con toda su carga romántica y espíritu de balada y el ambiente sonoro se convierte en el estilo Bill Evans y enseguida suena al mismísimo Beethoven, con su Sonata Claro de Luna y luego Franz Liszt y todo el sonido junto brilla, fulgura, relampaguea con inspiración poética tal que nos roba los suspiros.

La imaginación creativa de Joe Webb nos lleva enseguida a un cake walk propulsivo pero apenas insinuado porque de lo que se trata es de una serie de improvisaciones donde los versos se escancian como cascadas, paisajes impresionistas y la coda final es indiscutiblemente romántica en su sonado manierismo.

La pieza siguiente es la que nombra el disco entero: Hamstrings and Hurricanes con todo el swing a lo alto y el disfrute crece y ahora los referentes que suenan son Art Tatum, figura guía de Joe Webb y nuevamente Nancarrow y otro cake walk y el bailecito en el asiento continúa.

Joe Webb tiene esa capacidad que pocos poseen, la de hacer de la música un hermoso juguete, como lo hacía Mozart: divertirse y crear alegría en el escucha e involucrarlo de la siguiente manera: Joe Webb insinúa temas que parecen trivias, por ejemplo escuchamos con claridad la frase, solamente en el teclado, por supuesto, que se parece a los aretes que le faltan a la luna y otros referentes célebres que bailan en lento remolino.

Es así como los músicos nos llevan ahora al imaginario de un bar a la orilla de la carretera en una novela de Jon Fosse.

Para enseguida cambiar el tono y ahora estamos en un salón de baile en La Habana porque las notas altas y vertiginosas sudan.

La pieza novena es un ostinato estremecedor, mecido en mieles, que abre paso a la obra décima donde hace su presencia la poderosa influencia de Thelonious Monk, el mago y de repente el oleaje nos trae de vuelta a Nancarrow y la marea de rebote se desliza en blues, un delicioso blues donde escuchamos las cuerdas del contrabajo chicoteando contra el diapasón.

La obra número 11 del disco, Some Days, es una de esas piezas de ánimo despreocupado que nos desmadejan. El optimismo hecho música.

Y todo está listo para la pieza 13, Hiraeth, la más bella del disco por su pasión apacible, sus arpegios, su pulso suave y calmo, su poesía como una nueva y sorprendente manera de romanticismo en acompasado diapasón y el piano ahora suena a Chopin y después a Ravel y el bajo acústico en émbolos, la batería en alfombra mágica y nos transporta, nos transforma, nos eleva con una energía que se acumula, se acumula, se acumula y llega al clímax como una ola ayuntándose a las rocas.

Y el sol se pone a lo lejos.

He aquí la calma de un atardecer, de un anochecer, de un renacer.

He aquí el sudor del primer instante de la noche, que desde mi infancia en Veracruz las mujeres llaman el sereno y suena en los tres instrumentos el pulso cordial, el son del corazón.

La música de Joe Webb es un encanto. Figura entre sus discos otro juguete musical, el álbum titulado Summer Chill, que el compositor define así: la idea es crear un sonido para una fiesta en una alberca en los años sesenta y para ello recurre a otro glosario de citas de autores y músicos como Elvis Presley, LaVern Baker, Mel Tormé, Errol Gardner, Cannnoball Adderley hasta completar una galería sonora de encanto y precisión. Encanto en el sonido, precisión en el tramado.

Otro juguete sonoro de Joe Webb: su álbum titulado Both Sides Now, grabado con el gran clarinetista Adrian Cox, otro enamorado de la gran cultura musical variada, amena y celebratoria.

Baste decir que ese disco empieza con Bésame mucho, de Consuelo Velázquez y el repertorio ayunta música de Nueva Orleans con blues callejero con música francesa y el resultado es similar al nuevo disco de Joe Webb, que es un bombón.

X: @PabloEspinosaB

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