El asilo
eviso en mis cuadernos las notas que se refieren a la experiencia jurídica y política con que contaba el embajador Gilberto Bosques al llegar a Cuba y enfrentar el asilo de los perseguidos de Fulgencio Batista.
Los solicitantes son los rebeldes ligados al asalto al cuartel Moncada, al Directorio y a las otras organizaciones opositoras, así como los que huían de una represión encarnizada.
Los reportajes de la época ilustran lo despiadado de la violencia desatada.
El embajador Bosques recordaba los días de las redadas alemanas y la furia de la Gestapo.
En Francia, en Marsella, como cónsul de México, desplegó la asistencia protectora a miles de refugiados españoles de la guerra civil, antinazis y antifascistas que acudían al consulado, donde un equipo de la delegación encabezada por Bosques documentaba, daba techo y protección, en tanto se encontraban las facilidades para salir de ese puerto hacia Veracruz. Fue una experiencia estremecedora vivir la ocupación nazi.
Fue más dramática aún la prisión a la que llevaron a Bosques, a su familia y a los miembros del consulado, a aquel lugar cercano a Berlín en calidad de detenidos por el régimen alemán. México había roto relaciones con Alemania y eran prisioneros de guerra. Violando la inmunidad diplomática, los nazis retuvieron al grupo mexicano en la residencia-prisión de Bad Godesbelg.
Encuentro en mis notas cómo, durante aquella época, se fue formando un grupo de diplomáticos, una política exterior que se distinguía, una diplomacia en la época del general Cárdenas en que existían controversias y enfrentamientos, pues se tenían cancillerías y gobiernos extranjeros con posiciones divergentes.
Se llegaba a ver la política exterior de México con recelo. Durante la Segunda Guerra, esa política exterior fue muy franca, abierta y transparente dentro del derecho internacional, basada en los principios y normas básicas existentes. La política exterior de esa época –dice Bosques– se ejercía de forma apropiada, cuidadosa, estudiada, para obtener los mejores resultados.
Recuerda el embajador Bosques que fue un propósito del general Cárdenas llevar a México a la protección de los principios y la defensa del derecho en el campo de la diplomacia. Salvar vidas.
Para lograr ese propósito, escogió a las personas adecuadas que se identificaran con el pensamiento revolucionario mexicano.
Luchadores que habían estado en distintas etapas de la Revolución, hombres que fueran activistas, combatientes, con las armas, como el mismo Bosques, y también que hubieran servido a la gesta.
Isidro Fabela, gran internacionalista que estuvo con Venustiano Carranza en la lucha contra Victoriano Huerta; Narciso Bassols, gran diplomático y escritor; Francisco Castillo Nájera, quien luchó con las armas y después fue embajador; Adalberto Tejeda que había luchado también con las armas; Primo Villa Michel; Emilio Portes Gil, quien fue representante en la Liga de las Naciones; Juan Cabral, socialista culto que fue embajador formado también en la lucha armada; Ramón P. Denegri; José Domingo Ramírez Garrido y, así como ellos, muchos más.
Todos, representantes de México con gran capacidad y también identificados con los principios de la Revolución Mexicana y la gesta cardenista.
Es clave para esta historia destacar que esa diplomacia se ejerciera por estos representantes, porque fielmente normaban sus actos de acuerdo con esa actitud política de su gobierno, pero también con base en las normas generales del derecho y la moral internacionales, y, esencialmente, por un compromiso personal.
Lo importante era considerar la tarea diplomática en su conjunto, la acción diplomática congruente, la acción diplomática informada, como un ideario, decía Bosques.
De ahí viene la identidad de una política exterior congruente, marcada por las figuras que con su capacidad fueron designadas para llevar la política exterior de México, con una caracterización claramente definida por defender los principios de la Revolución Mexicana.
En algunas charlas, de las pocas que dio el embajador Bosques a modo de memorias, registró lecciones muy reveladoras sobre la labor diplomática: La diplomacia es gestión, tacto, inteligencia, percepción del tiempo, conocimiento de las personas con quienes se va a tratar, la oportunidad del tiempo es muy valiosa. No improvisar y mucho que estudiar
.
Esta gran lección de práctica diplomática la aprendió a lo largo de años de experiencia. Marsella, y luego Lisboa, fueron tiempos de formación de un modelo de negociación que al llegar a Cuba le sería de enorme utilidad.
El embajador se preparó estudiando la realidad cubana para enfrentar casos difíciles de negociación, y con gran fortaleza personal fue esmerado estudioso del marco legal que tenía en esa época.
Conviene una digresión necesaria: la palabra asilo
proviene del latín asylum, y ésta del griego asylon, que significa lugar o sitio inviolable
, de ahí que su evolución en el derecho diplomático esté directamente vinculada con la inviolabilidad de la sede o misión diplomática.
El asilo es una institución humanitaria eminentemente latinoamericana, ya que de esta región han emanado los tratados internacionales en la materia.
La figura del asilo político ha evolucionado a lo largo del siglo XX y XXI.
La institución del asilo político por la vía diplomática es viable y vigente sólo si se respeta el principio de la inviolabilidad de las misiones.
Pero volvamos a nuestra historia del embajador Bosques que se encuentra en La Habana, al final de 1953, con un grupo de solicitantes de asilo llamando a su puerta.
La lista empieza a crecer y el número de asilados aumenta y despierta el recelo del régimen de Batista.
Vuelve Bosques a sus libros y subraya en El oficio de vivir, de Cesare Pavese:
Esencialmente,
¿Por qué deseamos ser
grandes,
ser genios creadores?
¿Por la posteridad? No.
¿Para andar entre gente que
te señale con el dedo? No.
Para soportar el trabajo
cotidiano con la certeza
de que cuanto se hace
vale la pena, es algo único.
Para hoy, no para la
eternidad.
*Embajador de México en Cuba