Opinión
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Jazz

Iraida Noriega Ríos

E

l poderoso aplauso con que unos 150 melómanos reciben al cuarteto de Iraida Noriega contrasta con las muy suaves vocalizaciones que deslizaba la cantante para iniciar el concierto. Era el domingo primero de diciembre; antes, los grupos de Antonio Sánchez y Todd Clouser habían anunciado dos presentaciones especiales para ese día. Además, estaba la oferta habitual de conciertos de jazz en la Ciudad de México. Aun así, la gente seguía llegando al teatro Legaria.

Y las sorpresas continuaron, porque la delicadeza en la voz de Iraida no desaparecía y ella ya estaba cantando Serenata huasteca; sí, la canción de José Alfredo Jiménez que Lola Beltrán o Pedro Infante exhalaban en el más bravío de los tonos. Lo asombroso –realmente asombroso–, es que el cuarteto logró enlazar esta rola con los códigos del jazz, y lo hizo con clase y solvencia; con una sutileza que José Alfredo nunca hubiera imaginado. En dos o tres efímeros momentos, el contrabajo de Israel Cupich usaba los graves para llevar la canción a niveles más profundos, pero de inmediato regresaba a su plataforma.

Y así transcurrió toda la noche, porque el repertorio del nuevo proyecto de Iraida, que estaba estrenando en ese momento, se compone de piezas clásicas del cancionero popular mexicano y cubano. Ella lo bautizó como Ríos, que es el torrente de donde ha abrevado toda la vida. Recordemos que su papá es el célebre jazzista mexicano Freddy Noriega ( La Jornada 10/08/01); y su mamá, la migrante cubana Esperanza Rodríguez.

El segundo tema fue un danzón (en jazz, por supuesto) donde se escuchan fragmentos de Los amorosos de Jaime Sabines, y donde Gustavo Nandayapa se extiende en un enérgico y pausado y poderoso golpeteo sobre los toms de su batería, improvisando un ritual que nos sacude desde el inicio.

Llega también Palabras, el clásico de Martha Valdez. De ahí pasan a La Llorona, y cuando parecía que en este son istmeño iban a perder piso, Iraida lo rescata y lo encumbra con susurros y soplos y jadeos y suspiros, con su muy particular manera de entender y de crear un nuevo estilo de scat. Es el gozoso instrumento de la voz.

Desde el piano, Roberto Blanco viste y envuelve y enmarca con discreción y elegancia cada uno de los temas. Es evidente que con un solo gesto puede marcar las rutas instrumentales del cuarteto, que va abrigando uno por uno los conceptos con que Iraida dio vida a Ríos para rediseñar todo este repertorio.

Porque habrá que insistir: en Ríos no se limitan a mecer las piezas en el columpio del swing. Aquí han logrado articular nuevos temas, enmarcándolos en la libertad y en la caligrafía del jazz, pero sin alejarse un solo instante de los diseños originales de cada melodía. Es algo tan sorprendente como agradecible. Y bello.

La plenitud, la cúspide o la emoción mayor llegó con Corazón brujo, un ritual iniciático, un canto tribal donde Iraida utiliza dos micrófonos para instalar un coro virtual en el escenario. Aquí el diálogo principal es entre la voz y la batería. Tavo Nandayapa ratifica (una vez más) que es uno de los percusionistas más importantes que ha parido esta tierra, y que la herencia y la casta familiar se multiplican en el joven maestro, que no necesita más de dos toms, una tarola y un bombo para convertir la batería en una verdadera orquesta… bueno, y los platillos, por supuesto.

En el encore, Iraida involucra al emocionado público en un coro que se extiende e inunda el teatro entero. Ella contrapuntea con ese scat tan propio y vibrante. Todos nos sentimos bien. Todos estamos palmeando, la mayoría sigue coreando una suerte de mantra; los músicos sienten esa respuesta, sonríen y agradecen y se van sabiendo que han logrado que este mundo sea un poco mejor en un instante.

En enero próximo, el cuarteto va a llevar Ríos al Festival Internacional Jazz Plaza, en Cuba, pero antes, ofrecerán tres conciertos en la Ciudad de México. El 15 de enero en Jazzatlán Capital, el 17 en Pieza Estudios y el 18 en El Convite.

Y hay más. “Este viernes –nos platica Iraida– vamos a tocar en el teatro bar El Vicio (Madrid 13, Coyoacán). Está bien bonito, porque son varias cantantes de jazz: Ingrid y Jenny Beaujean, Leika Mochán, Claudia Arellano, Luz Varela, Irene Albarrán y yo. Cada quien va a hacer un tributo a una cantante de jazz. Y tocamos con el trío de Roberto Blanco, Israel Cupich y Gabriel Puentes. Es una cosa que se llama Un cuarto de jazz. La idea salió por el lugar de Lindavista que se llamaba El Cuarto de Jazz, por ahí de los años noventa. Pues resulta que la mamá de Quique, el dueño de Pieza Estudios, era la de El Cuarto de Jazz. Ella murió, entonces le armamos un concierto y le compuse una canción que se llama Un cuarto de jazz; y ahora les pedí a todas estas cantantes que vinieran y cantaran algo. Y este viernes vamos a replicar este numerito allá en El Vicio”. Salud.