os diputados de la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular (NFP) y los del ultranacionalista Reagrupamiento Nacional (RN) votaron a favor de destituir a Michel Barnier como primer ministro de Francia, apenas tres meses después de que tomara el cargo a propuesta del presidente Emmanuel Macron. El gobierno Barnier nació con una extrema debilidad por el empecinamiento del mandatario de pasar por encima de los ganadores en las elecciones parlamentarias de junio pasado, el NFP, y nombrar a un miembro del conservadurismo tradicional que apenas obtuvo 6 por ciento de los votos en dichos comicios.
Barnier provocó su propia caída al convocar una moción de censura en su contra en un intento por hacer aprobar su proyecto de presupuesto sin respaldo parlamentario, lo cual supone una repetición del error de cálculo de Macron que lo llevó de forma efímera a Matignon: tras sufrir una estrepitosa derrota a manos de la ultraderecha en las elecciones al Parlamento europeo, el presidente llamó a una votación legislativa anticipada a fin de reforzar su bloque en la Asamblea Nacional y compensar la sangría de escaños padecida en 2022. Sin embargo, la maniobra le resultó contraproducente: no sólo volvió a ser derrotado por el RN de Marine Le Pen, sino que en la segunda vuelta se impuso la amplia coalición de izquierdas liderada por Jean-Luc Mélenchon. Como el mandatario se siente más cómodo negociando con el neofascismo que con el progresismo, jugó a hacer a RN una serie de concesiones a cambio de que éste le permitiera gobernar en minoría. Ahora se rompió el precario equilibrio y Francia se encuentra de nueva cuenta en la zozobra en momentos de por sí complicados por su involucramiento en la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania, la crisis económica alemana y las tensiones globales ante el inminente regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
La designación de Barnier, que podría marcar el hundimiento definitivo de Macron, no es el primer acto con que el fundamentalista neoliberal pisotea las normas republicanas con tal de imponer su agenda favorable a los grandes capitales: en menos de un año, instruyó 10 veces a la entonces primera ministra Elisabeth Borne a invocar el artículo 49.3 de la Constitución para promulgar cambios legales sin contar con la aprobación de la Asamblea Nacional. El colmo del atropello a la voluntad popular llegó en marzo de 2023, cuando usó ese recurso para aprobar una regresiva reforma pensionaria a sabiendas de que suscitó las protestas más grandes en décadas y era rechazada por dos de cada tres ciudadanos. Durante su primer periodo presidencial, ya había tenido que suspender su programa ultraneoliberal debido a la magnitud y la vehemencia de las expresiones de protesta.
El hecho de que un jefe de gobierno sea destituido por primera vez desde 1962, indica hasta qué punto Macron ha doblado las reglas e ignorado la soberanía del pueblo, corazón de toda democracia. Más allá del talante inescrupuloso y autoritario de este tecnócrata formado en las grandes finanzas, los sucesos franceses son sintomáticos de la deriva de las derechas occidentales y de cómo su traición a los principios elementales de la democracia liberal empuja a los votantes a los brazos de ultraderechas que ofrecen únicamente salidas falsas, pero que se vuelven atractivas por escuchar las inquietudes reales de la población.