esde los albores del uso masivo de las redes sociales ha existido una fuerte interrelación entre las mismas y el poder político. Sin embargo, dicha convivencia no ha sido en absoluto uniforme, ha ido cambiando con el transcurso del tiempo, pero sobre todo conforme a las necesidades de los actores políticos y de los dueños de dichas redes sociales.
De 2008, cuando Obama usó por vez primera a las redes sociales en una campaña política, a 2024, con la activa participación de Elon Musk en la campaña presidencial del presidente electo Trump, son tres las etapas que pueden identificarse de esta relación entre las redes sociales y el poder político.
En primer lugar, está la etapa del optimismo digital, donde las redes sociales son percibidas como herramientas para ampliar la participación política, la libertad de expresión y la democracia. Así, Larry Diamond acuñó el término tecnologías de la liberación para referirse precisamente a las tecnologías de la información y la comunicación que ensanchan la libertad política, social y económica. A esta fase corresponde el fenómeno digital de Barack Obama y la primavera árabe.
Como está ampliamente documentado, Barack Obama irrumpió en la escena política en 2008 apoyándose fuertemente en las redes sociales. MySpace, Facebook, Twitter, YouTube fueron parte importantísima de dicha campaña, a lo que se sumaron los correos electrónicos y los mensajes de texto. A través de este activismo digital, Obama recaudó amplias sumas de dinero y, más importante, reclutó un ejército de voluntarios que lo llevaron a la presidencia de Estados Unidos.
Entre 2010 y 2012 tuvo verificativo la primavera árabe, en que los manifestantes echaron mano ampliamente de las redes sociales para comunicarse, organizar las protestas y difundir información sobre sus demandas y lo que sucedía en el lugar de los hechos y en tiempo real. El optimismo digital era la marca de los tiempos.
En segundo término, en 2016, la situación dio un vuelco y el optimismo cedió el paso a la preocupación por el uso de las redes sociales para la manipulación, la polarización, las campañas de odio y la interferencia de poderes externos. El referendo del Brexit y la primera campaña presidencial de Trump son ejemplos de este giro de 180 grados en la relación entre redes sociales y poder político.
El escándalo de Cambridge Analytica puso al descubierto la extracción de ingentes volúmenes de datos de los usuarios de Facebook, para a partir de ellos construir perfiles de millones de usuarios y con base en esto emprender campañas de desinformación y manipulación, tanto en el marco del Brexit como de la elección presidencial de 2016. Las redes sociales pasaron de ser tecnologías de la liberación, a herramientas para la desinformación, la manipulación y la interferencia política.
En este 2024, los dueños de las redes sociales, los barones de la Internet, decidieron dejar las sombras y dar un paso adelante en la lucha por el poder político. La recién concluida campaña presidencial estadunidense significó, sin duda, un parteaguas.
Elon Musk, el hombre con mayor fortuna del mundo y dueño de X, intervino activamente en la campaña del ahora presidente relecto Donald Trump. Musk participó en mítines, recorrió las entidades de Estados Unidos, creó un Comité de Acción Política, aportó más de 100 millones de dólares y dirigió en los estados más reñidos un ejército de representantes que acudieron puerta por puerta a promover la participación y el voto en favor del candidato republicano.
Más importante: Musk utilizó su posición como dueño de X y usuario con mayor número de seguidores (más de 200 millones de los mismos), para difundir información (mucha de ella aparentemente falsa) y para promover abiertamente a Trump.
El candidato ganador designó hace unos días a Musk y al ex aspirante a la candidatura presidencial republicana Vivek Ramaswany, para dirigir el denominado Departamento de Eficiencia Gubernamental, que será una instancia externa al gobierno, pero que se encargará de emitir recomendaciones para desmantelar a la burocracia, eliminar regulaciones, reducir gastos y restructurar las agencias federales. Es de tal magnitud la fuerza que detentaría este ente, que Trump afirmó sería un nuevo Proyecto Manhattan. De ese tamaño es el poder que podría ejercer el dueño de X.
Las reacciones ante el papel asumido en el mundo político por los barones de Internet no se han hecho esperar, más de un millón de usuarios de X, principalmente de Estados Unidos y Reino Unido, abandonaron la red social después de la elección presidencial estadunidense y migraron a otras opciones, como BlueSky. Así, el diario británico The Guardian anunció que no publicará más información en X, en vista de que los aspectos negativos de permanecer en la red social superan por mucho a los positivos. Sin embargo, no está claro qué sucederá con los todavía más de 600 millones de usuarios de X a escala mundial.
En esta más reciente etapa de la relación entre redes sociales y poder político, los barones de las redes sociales han dejado claro que ya no están dispuestos a ser simples espectadores. Ahora son parte activa de la disputa y están muy dispuestos a hacer uso del control que tienen sobre las redes sociales para incidir directamente en la contienda política.
El riesgo para las democracias es mayúsculo. Se trata, nada más y nada menos de la conjunción del poder económico y el mando sobre las redes sociales en pos del poder político. El reto no puede ser desdeñado ni mucho menos ignorado, de las acciones que se tomen depende la salud de la democracia en un contexto en el que el mundo digital es cada vez más importante y omnipresente.
* Doctor en ciencias políticas y sociales, UNAM