Opinión
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Aprender a morir

Encuentro de dictadores

N

o es sobre dictadores políticos, sino acerca de las problemáticas, desgastantes y desquiciantes relaciones entre el enfermo, no sólo el terminal, y la o las personas encargadas de cuidarlo, sea por amor, responsabilidad, interés o por dinero. Aquella figura de hijas y nietas cuidando con dedicación a la anciana abuela o abuelo quedó atrás, como tantas otras cosas –valores dóciles– que la posmodernidad vertiginosa ha convertido en meros recuerdos, cuando no en comportamientos risibles.

Si bien servir a otros sigue considerándose la mejor manera de evolucionar, de quemar karma según la new age, de corresponder a los esfuerzos y sacrificios previos de los ahora viejos para con los que antes fueron niños y jóvenes, la desmemoria y el escaso compromiso, aunados a la falta de tiempo, condenan a los mayores a finales poco satisfactorios, por no decir desoladores o en situaciones crueles. Ni familias ni sistema social previeron esta antigua costumbre de envejecer.

En la relación enfermo-cuidador una serie de circunstancias, reacciones e imprevistos van a complicar, entorpecer e incluso cancelar esa relación, ya que el abuso de autoridad y sobre todo la tiranía recíproca, estarán a la orden del día, no se diga si se trata de enfermos crónicos cuyo deterioro avanza o está en etapa terminal. La enfermedad irrita al que la padece y, simultáneamente, a quien o a quienes lo cuidan.

Puede haber amor, profesionalismo y generosidad –con el tiempo y con los gastos–, pero desesperación, enojo, reclamos y hartazgo mutuos aumentan. Con frecuencia estos enfermos sueltan frases como déjenme en paz, ya me quiero ir y otras, pero la realidad es que no se atreven a irse, ni por sí mismos ni por otros. Nuestro dolorismo está muy arraigado.

Un ancestral miedo a morir y la consigna aprendida de que sólo Dios da y quita la vida, complica más las cosas. Si a ello se agrega la ideología de los médicos de ver a la muerte como su enemiga, que los hospitales públicos están saturados, los particulares son muy caros y que la familia, esa asamblea de ingenuos transmitiendo creencias, no se pone de acuerdo, el final de los enfermos crónicos y desahuciados seguirá dependiendo del agua y el ajo (aguantarse y joderse). Urge entonces retomar conceptos escabrosos como eutanasia, suicidio asistido y autoliberación. El final del ser humano puede ser mucho más digno de como se nos permite.