Opinión
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Los refugiados españoles desde España
C

on el paso de los muchos años, aquella cauda de españoles que hubo de abandonar su tierra para salvar su vida ante la supremacía de un fascismo que le es endémico a ese país, ha tenido muy diferentes calificativos por parte de los propios naturales y residentes de dicha nación.

Al término de la guerra interna aquella, que duró de 1936 hasta principios de 1939, en la cual el bando respaldado abiertamente por nazis y fascistas de la civilizada Europa resultó vencedor, sobre el gobierno legítimamente constituido en forma de República, la cifra de personas de todas las edades que salieron hacia Francia fue superior al medio millón, donde, por cierto, tampoco fueron bienvenidos. En el país de la fraternidad, la legalidad y la igualdad también había muchos fachas...

A ello se sumó después la invasión alemana a este país que dio lugar a que, de un modo o de otro, muchos españoles volvieran a su patria: a unos les fue mal y a otros peor. Pero un poco más de la mitad, que si lo hubieran hecho habrían incrementado sobremanera la larguísima lista de fusilados, se quedaron fuera en calidad de refugiados.

No todos, para su fortuna, permanecieron en Francia; pues no pocos pudieron marchar a otros países, principalmente a México, donde, a la postre, llegaron más de 40 mil.

Los calificativos que merecieron estos de sus paisanos afectos al nuevo régimen, fueron de lo peor: no los bajaban de asesinos, ladrones, inmorales, etc. Pero con el tiempo, a pesar de la férrea censura, se fueron filtrando noticias de méritos y éxitos individuales de algunos de tales refugiados que dieron lugar a que se dijera que había habido algunos buenos y procuraron su regreso.

El más sonado de esos traidores fue José Ortega y Gasset, quien volvió pronto y además gestionó, con poco éxito por cierto, el retorno de algunos discípulos. Además el que se hacía llamar caudillo de España por la gracia de Dios empezó a hacer cuanto pudo para que el gobierno de México lo reconociera y se olvidara de la República que sobrevivía simbólicamente en el exilio precisamente mexicano…

Nuestro país fue la gran piedra en el zapato del dictador quien se fue a la tumba con la espina clavada donde les platiqué. El caso es que los calificativos se atenuaron y empezaron los apapachos: los antiguos rufianes se convirtieron en hermanos que se habían equivocado...

La muerte de Franco, precisamente cuando se cumplía el 65 aniversario de la Revolución Mexicana, destapó la voluntad de regresar de quienes dejaban de ser refugiados: ahora eran hijos pródigos distinguidos que podían volver cundo quisieran.

Hoy se ha generalizado en España la idea de que los antiguos forajidos fueron una suerte de evangelizadores de México, gracias a los cuales este país se desarrolló de manera extraordinaria… la frase de que los refugiados españoles sacaron a México de atrás de la cortina de nopal o la idea de que fue una oleada tan o más valiosa que la evangelizadora de la época colonial ya corre por España con entera libertad y, con frecuencia, hasta lo esgrimen, con toda impunidad, quienes vienen a negociar o a evangelizar en nuestras universidades. Incluso me ha tocado enfrentar a quienes nos corrigen con la altanería endémica de Castilla cuando decimos que hablamos español y no castellano.

Se resisten a aceptar que la riqueza de nuestros idiomas, que son verdaderos americanos, le da 10 y las malas al que se habla en su tierra. De ello dan claras muestras hasta los refugiados o aquellos descendientes suyos que se resistieron a la mexicanización y se han trasladado a vivir a la península ibérica, incluso denostando al país en el que salvaron la vida y pudieron vivir y desarrollarse mucho mejor que en su tierra de origen bajo la capa protectora del Caudillo.