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No sólo de pan

De recuperar la historia

N

uestro interés por las cocinas nos llevó a ubicar el o los alimentos que favorecieron la autoconstrucción de lo humano y su evolución. Según estudios contemporáneos, algunos hallazgos paleontológicos modificaron la vieja tesis de que fue la ingesta del tuétano de grandes mamíferos lo que desató y acompañó la humanización, basada en los rastros de huesos perforados y herramientas de piedra u obsidiana punzocortantes, lo que permitió proponer entonces los orígenes de la humanización en las fechas desprendidas de los útiles y ligados al consumo de proteínas animales.

Pero un hecho notable en estudios paleontológicos nos sugirió un periodo muy anterior del proceso de humanización, a saber: entre hace 5 y 3.5 millones de años, en el que la faz terrestre se transformó radicalmente con el surgimiento de las grandes cordilleras (Himalaya, Alpes, Andes…) mientras se desplazaban los trópicos con su flora y su fauna al cinturón ecuatorial y los hielos hacia los polos, coincidiendo con la frecuencia e intensidad del calor solar, según el nuevo eje de rotación de nuestro planeta, este fenómeno global desplazó la gran fauna hacia los valles poblados de nuevas especies vegetales que dieron su nombre genérico al periodo de un millón y medio de años llamado por los especialistas la Edad de las Yerbas, de las que se alimentó la fauna superior que emigró hacia esos valles, y entre ésta, primates que solían consumir frutos, hongos, musgos e insectos tropicales, para deber cambiar su dieta a las hierbas portadoras de gramíneas en sus espigas erectas que, según la especie, maduraban a diferentes alturas del suelo. Entonces apareció una especie particular de homínidos con la ingestión de los granos (y tal vez debido a una predisposición genética en la que se debería profundizar) debido a su contenido en glúcidos: un tipo de azúcares llamados lentos, porque se incorporan lentamente al torrente sanguíneo que alimenta las neuronas cerebrales y cuyo papel es ordenar el movimiento de los músculos.

Este hallazgo, visto a la luz del pensamiento de Carlos Marx, según el cual la práctica desarrolla la conciencia, conduce a comprender la evolución de nuestra especie como la interacción del alimento fundamental (glúcidos) con el desarrollo de la habilidad para obtener el alimento cortando espigas de frágiles ramas y sacar los granos para descascararlos y deshacer su almidón entre las mandíbulas (ref. C. Perles).

Frutos de estos procesos fueron seguramente la bipedia y el quinto dedo oponible, la primera para facilitar la cosecha de espigas a distintas alturas y el segundo para poder descascarar los granos y perfeccionar su aprovechamiento; círculos virtuosos que se siguen desarrollando en los procesos de crecimiento individual y en lo colectivo, mediante la educación física y la intelectual.

Continuará

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