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Campal

Q

ue la expresión mundillo literario no sólo se refiere a los arrabales del mundo literario, sino que es aplicable a las altas esferas del Mundo Literario queda claro con un librito mínimo (qué bueno, qué sano, que mínimo) de nombre entre burlón y estremecedor, Lenguas viperinas, de Carlos López, quien recoge más que suficientes muestras del agrio humor con que suelen despacharse los escritores al referirse a tal o cual –a tales o cuales– de sus colegas.

Es de imaginar que todo escritor amará la escritura, supuesto que no cabe contradecir, pero requiere un añadido: no toda escritura; según algunos, o algunos respecto de casos específicos. De tan elevado merecimiento no hay por qué hacer partícipe a cualquiera, así responda al nombre de Shakespeare, Pessoa, De Asbaje, Stein, Conrad o… (un larguísimo etcétera).

Según se dice, del tamaño del sapo es la pedrada. Y los proyectiles en este catálogo de desafueros no muestran arredramiento en lo que a tono –o salida de tono (dije catálogo; es una antología)– se refiere.

Todo es de lo mejor (término en este caso un tanto intercambiable por de lo peor); de allí que se dificulte elegir entre lo más espigado (todo lo es). No obstante quedan en la memoria los artículos de Claudio Magrís ( Literatura y veneno), que alude a la arena de mezquindades que suele ser todo escenario literario, y de Fernando Vallejo ( Un siglo de soledad, sobre el mayor éxito de García Márquez).

Ya soft, ya hard, como que se advierte cierta desazón (algo más que inquietud) en todos y cada uno de los señalamientos recogidos, desazón que siendo breves diríase va de la insatisfacción a la ansiedad a la ira. La maledicencia, que final o propositivamente va contra los autores antes que contra las obras, se hace desde una especie de ingenio maligno (ya soft, ya hard dicha malignidad) y un aparentemente confortable yo estoy bien, tú estás mal, que lejos de quitarle interés al volumen lo vuelve –sincera y sencillamente– atractivo.

Un asimismo sencillo botón (de Elías Canetti): “Brecht me dijo que siempre tenía el teléfono sobre el escritorio y sólo podía trabajar si sonaba a menudo. De la pared situada frente a él colgaba un gran mapamundi que solía mirar para no estar jamás fuera del mundo…”

Si se quiere ver defenestrar (o pretenderlo) a Neruda, Rulfo, Vallejo, Huidobro, Paz y tutti quanti, a leer este entretenidísimo libro de Praxis.