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La cara fea del INAH
E

l Instituto Nacional de Antropología e Historia tiene, en términos generales, un gran prestigio. Es el caso, por ejemplo, de que lo mejor de la arqueología mexicana, de enorme presencia internacional, emana de ahí. Lo mismo puede decirse de antropólogos sociales, historiadores y demás estudiosos que cumplen sobradamente con lo que la sociedad espera de ellos.

Nació al finalizar el gobierno de Lázaro Cárdenas, que, aunque les incomode a algunos, es de muy feliz memoria, y se ha mantenido en la línea trazada desde sus orígenes. Baste ver la cauda de libros, casi todos de primera calidad, que han salido de sus prensas, además de muchos otros que han sido aprovechados por otras instituciones semejantes.

A pesar de haberse criado en la capital del país, fue de las primeras instituciones que, hace más de cuatro décadas, empezaron a establecer dependencias por todo México y, claro, a expandir también los beneficios de su existencia.

Investigadores lingüistas, arqueólogos, antropólogos, historiadores y demás de calidad indiscutible los hay por doquier, todo lo cual ha dado como resultado un crecimiento generalizado del nivel de conocimientos de muy diferentes materias afines.

Quienes han tenido a bien trotar por el país en las últimas décadas, han percibido los buenos resultados de su presencia. Recientemente, por ejemplo, ligado al gobierno federal al que pertenece, ha sabido responder con creces al esfuerzo especial del pasado sexenio para darle un gran levantón a la península de Yucatán, con frecuencia soslayada.

Sin embargo, debemos reconocer también que, a lo largo del tiempo, se han incrustado en la institución nefastos individuos cuya gestión se ha concentrado en trabajar lo menos posible y estorbar el máximo a quienes están comprometidos con su chamba.

Parece increíble, pero puedo confirmar que es cierto, que se han dado casos de reclamos a ciertos investigadores porque trabajan demasiado... Lo curioso del caso es que ello no se manifiesta en los ingresos, sino más bien en que se nota enseguida quién trabaja y quién se dedica primordialmente a una grilla precisamente para no hacerlo, la mayoría de los casos ya sea por flojera o por incapacidad.

No hace mucho asistí a la ceremonia de despedida de un miembro del INAH, que se incorporaba a la jubilación, en la cual éste presumió que no había publicado nunca ni una línea... No lo creerán: un nutrido grupo le aplaudió como si ello fuera un acto heroico.

No es difícil caer en la cuenta de que esta cauda de holgazanes, abrazados a los respectivos sindicatos, son los que se definen como centaveros, chantajistas y solapadores de su nulo compromiso institucional.

Pero no para ahí la cosa. Al clímax se llegó recientemente, cuando dos ex secretarios generales del sindicato de académicos se robaron o malversaron el dinero del seguro de gastos médicos mayores y el último de ellos desfalcó a su propio sindicato 15 millones de pesos, obligando al director a salir al rescate de los investigadores que requerían de su seguro.

Aparte de la estafa a la institución que representa su propia holganza, incluso le meten la uña al dinero que corresponde a los agremiados. Ello no deja de constituir un acto de traición a la clase trabajadora que pregonan defender.

Tales sujetos patentizan que se requiere en el INAH una limpieza de tipos fáciles de localizar, simplemente revisando cuál fue su producción académica durante los últimos años.