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David Rothenberg reveló el universo sonoro de los estanques del Jardín Botánico

El artista tomó la musicalidad de la naturaleza e improvisó con su clarinete y computadora

Foto
Los músicos secretos de los estanques, en el espacio de la UNAM, fue una especie de sinfonía orgánica, una experiencia de 40 minutos con melodías y ruidos que fueron de lo onírico a lo ritual.Foto Emilio Manzanero/ Jardín Botánico y Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Domingo 29 de septiembre de 2024, p. 3

La música no es un prodigio exclusivo del ser humano, según el compositor estadunidense David Rothenberg, quien ha enfocado parte de su quehacer académico a investigar la musicalidad de los animales y los entornos naturales.

Con el propósito de expandir la concepción de lo que llamamos música, así como recuperar un sentido de misterio y juego con la naturaleza, el también filósofo y escritor realizó una presentación sui generis en el Jardín Botánico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Más que un concierto convencional, el jazzista e investigador generó y compartió con el público una experiencia acústica y sensorial entre lo sublime y lo alucinante, a partir de interactuar en tiempo real con los sonidos que se producen en un cuerpo de agua.

Los músicos secretos de los estanques fue el título de esa singular propuesta en la que se resquebrajaron las fronteras entre arte y ciencia, y la audiencia pudo conocer y sumergirse en la musicalidad que producen los pequeños habitantes de esos acuosos espacios.

Un dato interesante es que sólo se conoce 10 por ciento de los sonidos de cualquier estanque. Es impresionante, porque no estamos hablando del espacio exterior ni de las profundidades del océano, sino de estanques, que son elementos muy cercanos. Mi trabajo es una invitación a conocerlos y escucharlos, explicó el intérprete antes de comenzar su actuación.

“Lo que escucharán más frecuentemente son plantas haciendo fotosíntesis; ése es el sonido más regular que hay en los estanques. Los chirridos son de los insectos nadadores, que hacen mucho ruido y son los que más colaboran con nosotros, y ahora con la lluvia –que cayó durante el concierto– se oirá el chapotear de las gotas.”

Auxiliado de un hidrófono (micrófono para agua) que fue sumergido en uno de los estanques de dicho jardín, y una bocina de alta fidelidad, David Rothenberg reveló no sólo ese ignoto y maravilloso universo sonoro que se genera dentro del agua, sino la subyugante musicalidad que allí se produce, con la cual interactuó lo mismo con su clarinete que con su computadora.

Fue una especie de sinfonía orgánica, una experiencia de 40 minutos –como ya se consignó– entre mágica y alucinante, con atmósferas sonoras, ritmos, melodías, ruidos que transitaron de lo selvático a lo tribal, de lo onírico a lo ritual, de lo terrestre a lo sideral, la ciencia ficción o lo espectral. Una experiencia, sin hipérboles, de otro mundo.

La actuación de este creador estadunidense, ganador de un Grammy como uno de los curadores y músicos del elepé For the Birds, tuvo lugar este viernes a partir de un proyecto de investigación emprendido por el biólogo Alonso Pérez Pérez en los estanques del Jardín Botánico de la UNAM.

Asimismo, formó parte del 65 aniversario de esa instancia universitaria, cuyo programa celebratorio proseguirá hasta el fin de año. En octubre se contempla una temporada de conciertos todos los sábados, así como talleres relacionados con plantas acuáticas y una degustación de quelites de agua, además de una visita guiada por los estanques de ese espacio natural universitario, los días 19 y 26. (Más información en las redes sociales del jardín).

Arte o ciencia

Rothenberg es profesor en el Instituto de Tecnología New Jersey, y autor de una docena de libros. Al término de su presentación conversó con La Jornada, con la participación del biólogo Alonso Pérez Pérez en la traducción.

–¿Asume su propuesta como música, arte o ciencia?

–La ciencia y el arte tienen diferentes criterios; depende en qué terreno esté parado uno. En la ciencia hay un método para lograr ciertos resultados, mientras en las artes y la música es una cuestión de hacerlo en el momento, de escuchar el entorno y simplemente interactuar.

–Ha trabajado mucho en el ambiente acuático, por ejemplo, con ballenas. ¿Busca interactuar con los seres de ese hábitat o hacer música?

–Mi búsqueda es hacer música que ninguna especie puede hacer por sí misma, como ocurre conmigo como humano cuando interactuó con una ballena y a la inversa. Entonces, es una colaboración que sólo se logra con las otras especies.

–¿Qué ha descubierto con este tipo de trabajo?

–Que justamente hay un montón de posibilidades musicales que desconocía. Sabía, por ejemplo, que había sonidos en los estanques, pero hasta que no encontré el instrumento adecuado pude apreciar todo esto tan extraordinario que pasa dentro del agua.

–Entonces, ¿la música es inherente a la vida humana y la naturaleza?

–Estoy convencido de ello. No sabemos por qué, pero a todos nos gusta la música.

Es muy probable que los patrones, los ritmos que componen algo que podemos considerar bello, estén presentes no sólo en los humanos, sino en todos los animales. Entonces, es muy probable que sea algo intrínseco.

–¿Estas experiencias pueden ser llevadas a la notación musical?

–Claro que es posible. Sólo es cuestión de transcribirlas a una partitura, y, bueno, hay músicos que están dispuestos a hacerlo, y lo hacen. Pero hay otra manera de relacionarse, que es justamente estas interacciones en vivo, donde hay estos sonidos considerados musicales, y el artista puede también interactuar con ellos.