sta semana la operación de limpieza étnica perpetrada por Israel en la franja de Gaza alcanzó el macabro hito de 40 mil personas asesinadas y más de 90 mil heridas. Junto a esta devastación humana, las fuerzas armadas israelíes han destruido la práctica totalidad de los edificios residenciales y de todo tipo de infraestructuras con el propósito explícito de volver inhabitable el territorio donde se apiñan más de dos millones de palestinos.
Cada día que pasa se vuelve más difícil negar la intención genocida de Tel Aviv, pero ningún nivel de violencia, ninguna expresión de odio y defensa del exterminio hacen variar un ápice la complicidad criminal de políticos, medios de comunicación y en general de toda la clase dominante occidental con el mayor crimen contra la humanidad cometido en el siglo 21.
Desde el inicio de la ofensiva israelí contra Gaza hace 10 meses, el primer ministro Benjamin Netanyahu exhortó a las fuerzas armadas a replicar la venganza hebrea contra los amalecitas referida en la Biblia: ahora vayan y hiéranlos y destruyan absolutamente todo lo que tengan y no los perdonen, sino mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y burros
.
También en agosto de 2023, se filtró un documento del Ministerio de Inteligencia, en el cual se propone bombardear a los civiles palestinos hasta que no les quede otro recurso que huir a Egipto, para posteriormente sellar la frontera e impedirles el regreso a sus hogares a perpetuidad.
En días recientes, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, instó a cortar el flujo de combustible y ayuda humanitaria a los civiles palestinos, mientras su colega de la cartera de Finanzas, Bezalel Smotrich, consideró justificado y moral
dejar morir de hambre y sed a los 2 millones de habitantes de Gaza, y expresó que lo único que frena a su gobierno de emprender la aniquilación total es que la comunidad internacional no se lo permitiría.
Estos funcionarios no son excepciones ni casos extremos dentro de la sociedad israelí, sino un reflejo de la mentalidad forjada por décadas de adoctrinamiento fascista en las escuelas, los medios, el ejército, y en cada ámbito de la vida pública y privada de los ciudadanos israelíes. En ese país, padres, maestros, líderes religiosos, dirigentes políticos y figuras de la cultura y el espectáculo enseñan a los niños a mirar a la población árabe como subhumana, a sentirse parte de una raza superior y a creer que sus creencias religiosas son base suficiente para legitimar el robo de tierras iniciado en 1948 y que no se ha detenido desde entonces.
Son, también, el resultado de saberse absolutamente impunes, de que ninguno de sus crímenes será juzgado o siquiera señalado ni dentro del país ni en Occidente. Los Juegos Olímpicos celebrados en París hasta este domingo exhibieron al mundo la monumental hipocresía del veto a los atletas rusos por la invasión de su país a Ucrania, mientras los israelíes no tuvieron inconveniente para competir en los mismos momentos en que Tel Aviv lanzaba bombas sobre mujeres, niños y hombres inermes. No sólo no se ha impuesto una sola sanción pese a estar comprobado que la limpieza étnica es una política de Estado, sino que en Occidente se arresta o se veta a quien proteste contra la masacre del pueblo palestino.
Lamentablemente, puede que Smotrich se equivoque y que la comunidad internacional esté dispuesta a mirar hacia otro lado si ejecuta su solución final
. Así lo sugiere el hecho de que la Casa Blanca aprobó una nueva venta de armamento a Israel por más de 20 mil millones de dólares menos de una semana después de que el ministro pronunció sus deseos genocidas. Pase lo que pase a partir de hoy, el gobierno de Netanyahu y las fuerzas armadas de Israel son ya los mayores criminales de guerra de este siglo, y Washington, Bruselas y sus aliados jamás podrán sacudirse la ignominia de haber apoyado el descenso a la barbarie.