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Economía moral

Posibilidad de la teoría crítica, según György Márkus / II

N

o se sigue de lo anterior (entrega del 2/8/24), dice György Márkus (GM) al continuar con el capítulo 5 de Language and Production, que en la teoría social ‘todo se valga’, ni que la discusión y la crítica puramente teóricas sean impertinentes en ella. Marx impone estrictos requisitos para una ‘teoría crítica’ (TC) de la sociedad: su marco conceptual debe permitir explicar los conflictos y antinomias recurrentes y observables de un proceso de reproducción social determinado e indicar las posibilidades de transformación en una determinada dirección. Estos postulados plantean una fuerte postura teórica, refutable empíricamente, abierta a la evaluación crítica. La pretensión básica de la teoría es práctica: llevar a determinadas fuerzas sociales a la ‘conciencia de sí’, al entendimiento de su propia situación desde el punto de vista de sus intereses y necesidades (N) reales. Pero GM añade que no existen razones lógicas/metafísicas que garanticen que las fuerzas sociales interesadas/involucradas en una transformación social radical tengan N idénticas ni que representen alternativas compatibles. La pluralidad de TC radicales puede ser un hecho normal de la vida ideológica. Debemos señalar, dice, algunas de las consecuencias que tiene la interpretación aquí propuesta de fuerzas productivas y de relaciones de producción para la comprensión de la continuidad y del progreso históricos. Pero, según GM, la vinculación directa de estas dos nociones, que Marx realiza mediante el concepto de desarrollo de las fuerzas productivas, es insostenible a la luz de las consideraciones anteriores y se mantiene hincada en la tradición hegeliana. Concibe la continuidad de la historia como la preservación de una sustancia que atraviesa una constante expansión y universalización al ser transformada incesantemente en sujeto y viceversa. Pero el paradigma de la producción (PP) (a través de las nociones de objetivación y apropiación) postula la historia como el proceso material de una incesante transmisión de la tradición en el sentido pleno: la continuidad es el rasgo inmanente constitutivo de la historia, porque la vida humana sólo es posible mediante la adquisición e interiorización de algunos de los resultados objetivados del desarrollo previo. Pero apropiación implica un proceso selectivo que no es simple preservación: es heredar el pasado dominando sus resultados de acuerdo con las N del presente. La discontinuidad no es la negación abstracta de la continuidad. Acarrea un cambio en aquellos criterios de selección mediante los cuales las generaciones presentes se apropian y reproducen activamente los ‘productos’ del pasado. La discontinuidad existe en la historia como cambio de dirección de la continuidad histórica. Es por tanto imposible ‘inferir’ el progreso de la continuidad empírica de la historia. El progreso construye una ‘unidad superior’ de la historia desde el punto de vista de un futuro deseado determinado. Las teorías del progreso histórico representan una de las maneras de proclamar la validez universal de valores y fines prácticos que brotan de una cultura. En tanto construcción de unidad desde el punto de vista de un futuro determinado, el ‘progreso’ no sólo implica elegir una opción particular de desarrollo. Puesto que Marx caracteriza el progreso como desarrollo de las fuerzas productivas, esto significa, desde el punto de vista del socialismo, un mayor dinamismo de las N y capacidades (C) humanas hacia una mayor reducción del tiempo de trabajo necesario. Interpreta el futuro como ‘consumación’, ‘actualización real’ de propósitos de valor ya activos. Se trata de una elección que no puede ser irracional, no lo es en Marx, y que depende del análisis de las raíces sociales de la miseria y el sufrimiento humano en la sociedad burguesa actual y de los caminos y fuerzas disponibles para su superación.

El esfuerzo de Marx por describir la historia humana como el proceso dialéctico de creación y acumulación de valores que sólo puede alcanzar su ‘pleno florecimiento’ y su realización universal en el socialismo, también falla según GM, pues esta descripción ‘empírica’ de la historia parece funcionar sólo gracias a una construcción y estructuración previas del tiempo histórico en función de valores ya elegidos. Al tratar de mantenerse fiel al historicismo radical implícito en el PP uno se ve obligado a renunciar a este procedimiento circular. La teoría del progreso humano no es la ‘ciencia positiva de la historia’. Sólo tiene sentido como parte del esfuerzo histórico práctico para darle a la historia humana el significado de progreso, para crear condiciones bajo las cuales todos los individuos puedan participar de manera efectiva e igual en las decisiones que determinan cómo darle forma al marco socioinstitucional de sus vidas para vivir mejor, de acuerdo con sus propios valores y N. Al formular este objetivo y especificar las condiciones de su realización, la teoría marxiana del socialismo elige determinados valores, elección condicionada por la situación existencial de sus (propuestos) destinatarios y por la condición estructural de esta sociedad. Esta elección sólo se justificaría en la práctica mediante la realización de su pretensión de universalidad, al conducir hacia una unificación práctica del género humano. GM añade que no hay garantías metahistóricas ni del ‘éxito’ de esta empresa, ni de su deseabilidad. El proyecto radical del socialismo en el sentido marxiano no puede ofrecer pruebas absolutas, indubitables, de su ‘justeza’, sólo se funda en la evidencia experimentada vivencialmente de lo ‘injusto’ del estado presente de la sociedad, expresada a la vez en sufrimiento pasivo y en N activa de un cambio. Sólo se puede fundamentar la afirmación de que ‘la teoría supera la filosofía’ si se puede mostrar que las aspiraciones radicales que desafían el sistema existente de relaciones sociales son el resultado directo y necesario de las disfunciones estructurales de su reproducción, revelando así la posibilidad de su reorganización revolucionaria. Hay que demostrar que esos mismos intereses y necesidades radicales constituyen el elemento medular de las ‘contradicciones objetivas’ del sistema. El famoso enunciado de Marx: de los instrumentos de producción, la mayor fuerza productiva es la clase revolucionaria, resulta central y constitutivo en la construcción marxiana de la ‘contradicción’ entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Después de una aguda discusión de las posibles interpretaciones de esta afirmación, GM concluye que las relaciones capitalistas de producción están en contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas, cuyo elemento principal es la ‘clase revolucionaria’, no en el sentido de su creciente incapacidad para garantizar la reproducción de las calificaciones técnicas necesarias de los trabajadores, ni en el sentido de su antagonismo directo con aquellas aspiraciones en torno a las cuales los trabajadores se constituyen conscientemente (políticamente) como clase, sino en el sentido de la inestabilidad y precariedad cada vez más profundas de la reproducción de la clase trabajadora como masa de fuerza de trabajo, como población productiva, lo que produce inevitable y directamente entre los trabajadores motivaciones radicales que trascienden el sistema y que son idénticas a la aspiración natural de cada individuo a garantizar la satisfacción de sus necesidades básicas.

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