Opinión
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Las maneras de escuchar música
S

i empezaste a consumir una música que no fuera la de tus padres alrededor del comienzo de este milenio, hay altas probabilidades de que recuerdes la primera vez que bajaste un mp3 con el mismo cariño que las generaciones anteriores sienten por su debut como compradores de vinilos, cedés o casetes. Abrir el programa Napster con ansias, llevando en la cabeza una breve lista de las candidatas para el bautismo digital de almacenar un mp3 en la computadora, esperando que la barrita que mostraba el progreso de la descarga llegara a 100 por ciento.

El documental de dos partes How Music Got Free (Paramount+) cuenta la historia del mp3 desde la perspectiva de la industria discográfica estadunidense, con especial énfasis en el CDR, el famoso cedé virgen grabable que supo poner en jaque al establishment de la música. Ver y escuchar ese primer cedé pirata con su tapa fotocopiada también fue un hito para cualquier consumidor que no tenía el presupuesto para comprar música en su formato original.

Resulta difícil imaginarlo, pero hubo un tiempo en que el nuevo disco de Eminem era el gran tanque de la industria musical; lo complicado de explicar es el peso que tenían los artistas más vendidos en ese mundo menos diversificado en el que recién emergía Internet. El mejor hallazgo de How Music Got Free es haber entrevistado a un empleado insatisfecho de la fábrica de cedés que filtró los discos más populares antes de su fecha de lanzamiento, generando bajas de ventas significativas. La música nueva se vendía copiada en la calle antes de que las disquerías la lanzaran al mercado. Ése fue el primer gran golpe para una industria que, hasta entonces, elegía la fecha de salida de sus artistas top aplicando los conocimientos del departamento de mercadotencnia, teniendo en cuenta fechas celebratorias y vacaciones, e intentando que sus productos no estuvieran superpuestos entre sí.

La respuesta de la industria discográfica no fue incorporar estas nuevas tecnologías, sino atacar a los programas que distribuían la música de forma gratuita y utilizar a algunos músicos famosos para que fueran sus portavoces. En 2000, Lars Ulrich, baterista de Metallica, fue la cara visible de las demandas a los usuarios, buscando causar un pánico mediatizado entre los clientes potenciales. Quizá fue la única vez que un músico amenazó a sus seguidores con ir a buscarlos y patearles el trasero si bajaban material del grupo.

El iPod marcó un antes y un después en la forma de consumir música, fue el gran intento de la industria por empezar a recuperar el mercado que habían perdido, pero como bien cuenta How Music Got Free, el reproductor de mp3 solidificó la relación entre el consumidor de música y su bajada ilegal en Internet; aunque en su envoltorio se advirtiera sobre este mismo punto, el dispositivo creado por Steve Jobs no logró que la gente se enganchara a pagar 50 centavos de dólar por canción, vía Apple. Fuera de Estados Unidos y Europa, el iPod también fue un símbolo de consumo, mucho más caro que un reproductor de mp3 genérico, que era mucho más vendido que el producto de Apple.

El tiempo transcurrido entre el auge de la piratería en línea y el reinado de Spotify puede sonar como una leyenda antigua, pero ha resurgido este año en contextos futboleros. La judicialización de la piratería en el futbol no sólo rellenó los tiempos entre partido y partido, sino también puso el foco en porqué los espectadores recurren a las páginas ilegales para sus consumos deportivos. Desde diferentes sitios de YouTube que hoy han desplazado a los canales deportivos de cable, como las señales Espn y TyC, se señalaron varios motivos: el bajo nivel del torneo local, afectado por la crisis económica y el alto costo de contratar los espectáculos deportivos de forma legal, además de algunas complejidades del sistema de contratación; por ejemplo, sólo es posible ver la copa sudamericana contratando una cableoperadora, en específico, Direct TV.

No hay un grupo de cabildeo para el espectáculo deportivo televisado de pago que emplee a grandes estrellas para promocionarse; si algo ha aprendido la industria del deporte de la musical es que este acto sólo distanciaría a los jugadores y al deporte de sus fanáticos. Ni el reproductor de mp3 ni Spotify resolvieron del todo los cambios de paradigma en el consumo de música, aunque de alguna forma acercaron a las compañías discográficas con los consumidores de música. Cabe preguntarse si existirá algo similar entre la industria que comercializa los eventos deportivos y sus seguidores, o bien si el deporte será por siempre un contenido premium que requiera un pago extra.