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El embrujo de la Eurocopa
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a última Eurocopa tuvo justo ganador, para qué negarlo. Al primer Zaldua en hablar de futbol en estas páginas también le costaría reconocerlo, pero las cosas son como son, que dirías tú mismo, Josetxo. España jugó bien y se divirtió en un campeonato donde el resto de selecciones plantearon un juego rácano y desabrido. Quizás esté bien que la alegría gane de vez en cuando, incluso cuando no es la propia. Eso sí, la ración de nacionalismo banal español que nos supone a vascos y catalanes no está escrita. Más, en vísperas de empacho olímpico.

Todos los españoles festejaron la victoria. Los de derechas, por un peculiar sentido de la justicia que les hace vivir como una afrenta todo lo que no sea vencer –soy español, ¿a qué quieres que te gane?–. Los de izquierdas, porque en los dos jugadores más destacados han querido ver la redención de una españolidad ligada a valores francamente retrógrados. Resulta que las dos estrellas de la selección han sido Lamine Yamal, un catalán de padre marroquí y madre ecuatoguineana, y Nico Williams, un vasco de familia ghanesa.

Esta es la España que gana, multirracial, plurinacional, abierta y diversa, han venido a señalar las últimas semanas muchos comentaristas progresistas. Más vale que no había que mezclar deporte y política. Pero pensar que un votante de Vox va a dejar de ser racista porque Yamal y Williams le han dado una Eurocopa es inocente, en el mejor de los casos, o tramposo, en el peor de ellos. Porque Francia y sus dos mundiales con 90 por ciento de jugadores de origen extranjero ya han demostrado que esto no funciona así, y porque ese elogio de la diversidad esconde un racismo estructural –véase la infame Ley de Extranjería– y una unidad impuesta que prohíbe preguntar a vascos y catalanes si quieren seguir formando parte de ella.

Por fortuna, el embrujo duró menos que el saludo del lateral derecho Dani Carvajal al presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Conocido por sus simpatías ultras, el también jugador del Real Madrid saludó breve y despectivamente a Sánchez, recordando así que el mérito de esta gente es pegar patadas a un balón, no dominar la oratoria ni la diplomacia. Existen honrosas excepciones, pero el mismo capitán, Álvaro Morata, lo confirmó al culminar las celebraciones gritando Gibraltar español.

Sea como sea, la victoria en la Eurocopa ha llegado en un momento confuso de la política española, en el que también opera cierto embrujo. No es fácil dibujar el croquis de estos días.

Mientras dos jugadores de raíces africanas daban a España su cuarta Eurocopa, en la arena política se desataba un follón fenomenal a cuenta del reparto de menores migrantes llegados a las Islas Canarias sin acompañantes. La migración no está desatada, pero la presión se deja notar sobre unas autoridades insulares desbordadas. Como se ha hecho otras veces sin mayor escándalo, se dispuso un reparto de los menores entre los demás territorios. Esta vez, sin embargo, Vox puso el grito en el cielo y utilizó este reparto como excusa para salir de los gobiernos autonómicos en los que participaba con el PP.

Se Acabó La Fiesta (SALF), el artefacto político con que un agitador con ínfulas como Luis Alvise Pérez ha logrado tres eurodiputados, ha hecho saltar las alarmas en la extrema derecha oficial española. Alguien se ha acordado de que Podemos inició su andadura con cinco escaños en Bruselas. Un recordatorio que nos sirve para apuntar que la bronca en el seno de la izquierda española sigue a cara de perro.

Peleas a la derecha del PP y navajazos a la izquierda del PSOE. Se dibuja un carril central para los pactos de Estado entre las dos grandes fuerzas españolas. Se dibuja; no se articula, todavía. Pero el acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial mostró que ambas formaciones recuerdan cómo se hacía eso de pactar. Hay mucho suspiro por el añejo bipartidismo español, aunque hay obstáculos.

No está claro que el líder del PP vaya a aprovechar la oportunidad que Vox le ha servido en bandeja para construir un perfil propio. Es el más interesado, pero no probablemente el más valiente. Sánchez, más temerario, no parece hacerle ascos a la idea, pese al error de cálculo que puede suponerle. Sin un espacio articulado a su izquierda y sin vascos y catalanes, al PSOE no le dan los números para gobernar. Es aritmética, basta con saber sumar. Sin embargo, ha empezado a suavizar su agenda. Por lo pronto, lo que se anunciaba como un plan de regeneración democrática tras los cinco días de asueto que se tomó cuando imputaron a su mujer en un caso de lawfare de manual, apenas ha quedado en una declaración de intenciones y una recuperación de viejas promesas. Puede haber avances los próximos días, pero nada que se parezca a la tabula rasa que necesita España en ámbitos como el judicial. Lo de Sánchez parece a menudo una improvisación sin fin.

Pero el presidente debiera tomar nota. Citándolo a declarar el próximo martes, los Carvajal y Morata del Poder Judicial español ya se han encargado de recordarle que toda tregua es ilusoria y que rebajar la agenda reformista no va a hacer que ellos frenen.