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Más sobre la Suprema Corte
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a semana pasada enuncié algunos datos en torno a la gravedad de que la Suprema Corte de Estados Unidos se haya convertido en el adalid de los sectores más reaccionarios de la sociedad. Aquí una reflexión más amplia sobre este delicado asunto, tal como lo apunta Adam Lipvtak, quien ha escrito extensivamente sobre esa institución y es editorialista de The New York Times.

El control de armas. En respuesta a la matanza de más de 50 personas en un festival en Las Vegas, Nevada, el Congreso emitió una regulación que intentaba evitar que las armas semiautomáticas se convirtieran en automáticas y por lo tanto más mortíferas. Obligaba a quienes las poseían a incorporar un dispositivo que impedía que pudieran disparar ráfagas como una ametralladora. La Corte se alió con los comerciantes de armas y las organizaciones que defienden el derecho a poseerlas y determinó que dicha obligación afectaba la segunda enmienda constitucional, por lo que la vetó.

El aborto. En 2022 la Suprema Corte revirtió una decisión aprobada hace más de 50 años que en esencia estableció el derecho de las mujeres al aborto. La decisión en 1973, conocida como Roe vs. Wade tuvo como base la enmienda 14 de la Constitución, la cual establece el derecho a la privacía de los individuos. De ahí se derivaba el derecho que las mujeres tienen al aborto. La Suprema Corte pasó sobre ese precepto y lo anuló. Como era de esperarse, la decisión de revertir ese derecho, que se basó principalmente en elementos religiosos y no científicos, causó una repulsa nacional en contra de la Corte. Fue aplaudida por el Partido Republicano y las organizaciones religiosas. Cabe destacar que buena parte de los candidatos republicanos que celebraron la resolución perdieron en las elecciones de ese año. Fue un reflejo de que los jueces conservadores del Supremo Tribunal van a contracorriente del pensamiento y sentimiento de la mayor parte de la sociedad.

La acción afirmativa. Hace dos años la Corte resolvió eliminar la habilidad de universidades públicas y privadas que tomaba en cuenta el origen racial como un factor importante para decidir el ingreso a esos centros de educación superior. Durante años ese precepto contribuyó a ampliar la diversidad en las universidades mediante consideraciones que iban van más allá de la excelencia académica. En un país en el que prevalece gran desigualdad social y económica, ese precepto permitió acceder a la educación superior a miles de jóvenes a los que antes les estaba vedada. En este caso, los jueces conservadores de la Corte también cortaron de tajo un precepto que evidentemente era favorable para las mayorías de más bajos recursos.

Las regulaciones. Hace sólo dos semanas, en otra decisión arbitraria la Corte, restringió y en algunos casos coartó en su totalidad las funciones de múltiples agencias del gobierno responsables de regular una gran gama de actividades; entre ellas las que afectan al medio ambiente, la salud, la producción de alimentos, las medicinas, etcétera. En esas agencias son profesionales y expertos altamente capacitados los que determinan qué y cómo regular la actividad de miles de empresas y comercios. Con su decisión, la Corte deja al arbitrio de las empresas la decisión de autorregularse, marginando la intervención del gobierno en una cuestión tan delicada y necesaria. Además, abrió la puerta a cientos de litigios que otras tantas empresas interpondrán para que se revisen y, en su caso, se anulen las normas que el gobierno les había impuesto. Es difícil estimar el daño que sufrirán los consumidores al desaparecer las regulaciones que los protegen. La libre empresa está de plácemes cuando seis jueces conservadores desestiman la obligación del Estado en la protección de los individuos en contra de la rapacidad de algunas corporaciones e individuos.

De continuar por el camino de desandar la historia, la Corte terminará por derogar todas las normas que le parezcan demasiado liberales y progresistas. De esa manera la Suprema Corte estaría a tono con las aspiraciones de algunos conservadores que ambicionan una nación cada vez más parecida a los señoríos medievales.