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Los siete samuráis cumple 70 años; exhiben en EU versión restaurada
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▲ El actor Toshiro Mifune en un fotograma de Los siete samuráis.
 
Periódico La Jornada
Martes 9 de julio de 2024, p. 9

Nueva York., Los siete samuráis (Shichinin no samurai) de Akira Kurosawa celebra su 70 aniversario. Una pieza maestra, a pesar de su antigüedad, de gran vitalidad.

Ver ese filme es ser arrastrado por su acción fluida y su amplitud de visión. Con la misma rapidez con la que Kambei Shimada (Takashi Shimura), el noble líder samurái de los siete, corre de un lado a otro en la batalla culminante, Los siete samuráis vuela a través de campos de arroz y senderos boscosos. La cámara de Kurosawa no anticipa hacia dónde se desarrolla la acción, sino que la persigue de frente.

La epopeya de 207 minutos sobre una comunidad agrícola del siglo XVI que recurre a una banda de samuráis para defenderse de los bandidos merodeadores, parece que siempre ha estado aquí, firmemente afianzada en el canon cinematográfico. Cualquier lista de aficionados de lo mejor del cine mundial seguro la incluye. En la encuesta de cada década de Sight and Sound a críticos y cineastas ha caído, pero no mucho. En 2022, ocupó el puesto 20, junto a Apocalypse Now (Apocalipsis ahora), de Francis Ford Coppola, uno de los admi-radores más devotos de Kurosawa.

Martin Scorsese describió una vez el shock de ese nivel de maestría cuando se encontró con las películas de Kurosawa en la década de los 50. Generaciones posteriores de cineastas han tenido reacciones similares. Alexander Payne llamó a Los siete samuráis un rayo que cambió su vida. Después de verla se dijo a sí mismo: Nunca escalaré una montaña tan alta, pero quiero estar en esa montaña.

Nadie se ha acercado, escribió la crítica Pauline Kael hace años, juicio que aún se mantiene.

Este verano, coincidiendo con el 70 aniversario de la película de 1954, una nueva restauración de Los siete samuráis se proyecta en cines a partir de hoy en Nueva York y se expandirá por todo Estados Unidos el 12 de julio.

El afecto, por supuesto, no es universal. Algunos sectores de la crítica preferirán a Ozu o Mizoguchi. El atractivo de Kurosawa en Occidente siempre se ha debido en parte a que él mismo estaba inmerso en las películas de Hollywood. Kurosawa hizo Los siete samuráis a partir de Rashomon (1950) e Ikiru (1952) y fue influenciado por las películas de John Ford. Los westerns, a su vez, se inspiraron en el filme de Kurosawa, comenzando con la versión de John Sturges de 1960, The Magnificent Seven (Los siete magníficos), que tomó el título del lanzamiento inicial en Estados Unidos de Los siete samuráis, para la que Toho Studios cortó 50 minutos.

La larga influencia de Los siete samuráis se puede ver en todas partes, desde las transiciones laterales de Star Wars hasta A Bug’s Life (Bichos: Una aventura en miniatura) de Pixar. Y, dada la cantidad de películas que han adoptado enfoques más superficiales para su narrativa de banda de guerreros reunidos, en una visión pesimista de Los siete samuráis se le considera precursora de las películas de gran presupuesto. Rodada en 148 días repartidos a lo largo de todo un año, Los siete samuráis fue en su momento la película japonesa más cara jamás realizada, y la más popular en taquilla.

La obra maestra de Kurosawa aún es una cátedra: ¡La coreografía! ¡La lluvia! ¡Toshiro Mifune! Un todo que va mucho más allá de la vasta suma de sus icónicas partes.

Cuando Kurosawa decidió hacer su primera película de samuráis, Japón acababa de salir de la ocupación estadunidense de la posguerra. Coescrita con Shinobu Hashimoto y Hideo Oguni después de una larga investigación, Kurosawa hace malabarismos con los temas del individualismo y el sacrificio por el bien común que resonaron en su época para acercarla más al mito cinematográfico que a la leyenda local. Su última línea de batalla no es entre los aldeanos asistidos por samuráis y los bandidos, sino entre los samuráis y los aldeanos, que esconden ansiosamente a sus mujeres de los guerreros contratados y que, al final, celebran una victoria diferente.

Nosotros también perdimos esta batalla, concluye un samurái superviviente.

Esperanzadora y trágica, trata menos de una batalla del bien contra el mal que de una verdad eterna de soldados. Los samuráis no vuelven, como hacen los aldeanos, a la vida normal. Y para aquellos que perecen boca abajo en el barro –momentos en los que Kurosawa se detiene, en una perspectiva que Michael Mann adoptaría más tarde en las muertes de Heat– el destino es particularmente cruel. En esta película eternamente dinámica, sus momentos de quietud son a menudo los más profundos.