Opinión
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Ciudad perdida

Dos velorios y un agonizante

C

omo quien teje una utopía a destiempo, los seguidores del priísmo agonizante ya no pudieron evitar el deceso de la que fuera la fuerza política hegemónica en el país durante casi un siglo.

La escena era patética. Todos sabían que el partido agonizaba y aún así lo acuchillaban. Los criminales aullaban de contento (Alito, Alito), mientras otros, frente a los despojos, negaban la evidente muerte, y los demás se convertían en zombis.

Mientras Alito, desgañitado, amenazaba, lanzaba el mensaje de descubrir a quienes estuvieron involucrados en el crimen de Luis Donaldo Colosio y todavía militan en la organización y él los considera sus enemigos.

Alito hizo una promesa que debe saldar, pero sin gritos, sin sombrerazos, sin odio, pero con pruebas. Eso, nos parece, va a ser difícil, pero ya veremos.

El PRI está muerto. Unos lo dejaron irse pudriendo poco a poco y otros lo asesinaron, pero hay quienes pretenden lucrar con el cadáver, claro, mientras dure.

El asunto es que no hay remedio. La credibilidad en el organismo ya no existe, por el contrario, el partido es hoy, más que nunca, el ejemplo de lo peor de la política, sólo por debajo del panismo.

Así, el partido que acompañó ideológicamente el esfuerzo revolucionario y que en el gobierno de Carlos Salinas decidió infectarlo con el virus del neoliberalismo, cargó durante décadas el mal de la corrupción, hasta que colapsó.

De todas formas, aunque una buena parte de la sociedad es la que sufrió los estragos causados por el sistema de la corrupción y la voracidad, el PRI pagó con su vida la traición a los principios que demandaba una revolución que requería de honestidad, en todos los sentidos, para poder triunfar.

Y ahí, junto al velorio del PRI, la otra derecha, la pintada de azul, agoniza cuidando al otro difunto, al amarillo, que ya no va a despertar, pero que como los mismos perredistas advierten: se pudrió completo.

Resulta hasta desesperante mirar como sin las trampas del acarreo o la asistencia comprada, ni panistas ni perredistas lograron la presencia de quienes podrían ser sus seguidores. La sala Juan de la Barrera se vio sola, la convocatoria desairada y los líderes convocantes quitados de la pena porque lo único que les interesa es no perder los pesos que les deja tener un partido político.

Pero son los mismos, los mismos perredistas, los mismos panistas del cártel inmobiliario que pretenden engañar a la gente con algún nombre nuevo con el que laven sus traiciones, pero parece que eso no será posible.

La mañana del sábado pasado, en el gimnasio Juan de la Barrera quedó demostrado que esos viejos militantes, por jóvenes que sean algunos, ya no tienen fuerza política para llamar a la gente, están acabados.

El negocio aún no, todavía le pueden sacar provecho a las marcas –ellos no tienen partido político, tienen identificación comercial–, pero le pongan como le pongan a la nueva organización que pretenden, las caras, los nombres y la deshonestidad serán las mismas, y la gente lo sabe.

Claro que hace falta un partido de derecha que enriquezca la discusión política del país, pero lo que no necesitamos es a los mismos que han timado, con nuevos uniformes pero con los mismos males que ya conocemos.

Seguramente hay jóvenes que pueden iniciar un esfuerzo serio para formar un partido de derecha lejano a lo que ya no funcionó. De eso depende que la gente, por poca que sea, vuelva a creer en una opción de derecha.

De pasadita

Por cierto, hay que reconocer que Rosa Icela Rodríguez, próxima secretaria de Gobernación, fue recibida por unos y otros con algo más que beneplácito, y eso porque todos los miembros del gabinete anunciado tienen una alta calificación entre la gente, pero Rosa Icela fue reconocida, para bien o para mal, hasta por la Iglesia, y seguramente por todas las ramificaciones religiosas que actúan en política con mascara de ONG.

Aceptación unánime para la funcionaria. Eso es noticia.