Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de julio de 2024Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El décimo anillo
L

a filosofía social de Michel Foucault ofrece la frecuente impresión de haber omitido o evadido el problema de las condiciones que hacen posible la reproducción general de sistemas sociales. Dado que la estructura profunda de los poderes institucionales guarda un carácter difuso, polimorfo y perverso, sería imposible encontrar el plano que reúne a la concatenación de todos sus aparatos. Una lectura un poco más detallada de Nacimiento de la biopolítica, el volumen que reúne las clases que impartió hacia mediados de los años 70, refutaría celosamente esta impresión, incluso en sus alegatos más marginales. Al respecto, Magaldy Téllez expuso, recientemente, una serie de reflexiones sobre cómo el pensador francés abordó el tema de las formas que adopta la valorización del capital en la era del neoliberalismo (Michel Foucault y el neoliberalismo como forma de racionalidad política, en Youtube). Reúno aquí sus hipótesis principales, a las que agrego breves comentarios.

Para Foucault el tema de los orígenes del liberalismo ocupa un lugar central en el estudio de la historia de las tecnologías de poder que, a partir del siglo XVII, definieron la lógica de la gubernamentalidad en el tránsito del Estado absolutista al Estado moderno. Las abundantes anotaciones al respecto pueden encontrarse en el volumen Territorios, seguridad y población. De tal manera que en los años 70 cuenta con un sofisticado background conceptual e histórico que le permite abordar el giro que adoptó la tradición liberal en la segunda mitad del siglo XX, inmeditamente después de la derrota del fascismo en 1945. Antes que nada, lo que le asombra es el concepto mismo de neoliberalismo, ya que la doctrina que lo desarrolla, tanto en la variante de la escuela de Friburgo, en Alemania, como en la de Chicago, en Estados Unidos, guarda escasa relación con el liberalismo clásico. En principio, parece tratarse de un discurso característico del siglo XX, tan inédito como el que inspiró al fascismo.

Las glosas sobre el tema en Nacimiento de la biopolítica centran su atención principal en los trabajos de Walter Eucken en torno al ordoliberalismo (término que a Foucault le parece mucho más adecuado). Eucken, luterano de origen, militó contra el fascismo junto con el teólogo Dietrich Bonhoffer (fusilado en 1945), y tuvo que emigrar a Londres, donde murió en 1950. Su teoría atribuye los orígenes del fascismo no a la crisis política y social que siguió al colapso de 1929, ni a la proximidad de una posible revolución social, sino a la intervención del Estado en la economía. Aquí el autor de Las palabras y las cosas desarrolla una visión exactamente opuesta: el fascismo no expresaría más que la decadencia del Estado, su implosión absoluta. Una tesis, a mi parecer, radicalmente certera. El Estado no es, según su teoría sobre la racionalidad política, un monstruo frío ni un ente autónomo, sino un campo abierto de fuerzas que se disputan el terreno de la gubernamentalidad a partir de múltiples tecnologías de gobierno. Si este campo colapsa, implosiona el Estado mismo. Lo que sigue son las políticas de exterminio.

Los discípulos de Eucken, sobre todo Hayek y Friedman en Estados Unidos, convertirían al principio de no intervención del Estado en una metonimia general. El enemigo sería entonces Keynes. Y, por ende, las reformas sociales de Roosevelt. En la doctrina neoliberal, a diferencia del liberalismo clásico, es el mercado el que define las reglas de acción del Estado y no viceversa. Pero –responde Foucault– la idea de que el Estado puede reducirse o retirarse de la economía es una simple fantasía, un invento adolescente. Para lograr que el mercado funcione, se debe en realidad fortalecer al Estado, sólo que en la dirección de la lógica del capital. Ahora debe transformarse en un canalizador de impuestos a la renta bancaria, salvar empresas quebradas, crear consumidores con moneda viviente.

En realidad, el neoliberalismo es una forma de racionalidad política, que hace de la economía privada el primado de la gubernamentalidad. Léase: el primado, más que de la economía misma, del control y la vigilancia de poblaciones enteras. Para ello, como toda forma de racionalidad política, se basa en una premisa teológica: una teología negativa del Estado, donde éste representa el mal por excelencia.

La paradoja del ordoliberalismo es que sus agentes principales –el empresario de sí– se convierten en figuras esencialmente absurdas: detestan al amo (el Estado) al que sirven y del que se sirven para existir. En la literatura del siglo XX, la trilogía de El señor de los anillos, de Tolkien, emblematiza a una figura similar: los orcos. De tal manera que si los nueve anillos pertenecen a los mortales que deben enfrentar su destino final, el décimo anillo debería ser el secreto de estas complejas criaturas. Expuesto a esta alegoría, el neoliberalismo, exento de la fantasía del no Estado, aparecería al desnudo como un orcoliberalismo.