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La UAM y su comunidad
C

reada hace 50 años al calor de un amplio descontento entre los sectores medios de la sociedad y especialmente de los estudiantiles frente al régimen autoritario, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) se ha conformado como una de las instituciones más significativas del país. Receptora directa de la influencia del pos 68 y con un ánimo de transitar las estructuras universitarias por fuera del modelo dominante en la cultura política de la nación –centralista y excesivamente jerárquico– se le ubicó, inicialmente, en lo que en ese momento eran tres puntos extremos de la Ciudad de México.

Cinco décadas después, la UAM, como todas las instituciones del país y en buena medida del mundo occidental, se encuentra atravesada por dilemas y contradicciones, especialmente de ser espacio de justa medianía entre la rutina burocrática y la temporalidad del trabajo intelectual, no ajustable a los cánones del informe. Además, como el conjunto de instituciones del globo, la preminencia del capitalismo académico ha marcado el derrotero de la vivencia cotidiana de su comunidad. A ello debe sumarse la propia lógica del decrecimiento salarial experimentado en el periodo de reinado neoliberal y las formas de compensación ancladas en lógicas tendientes al productivismo celebratorio.

Sin embargo, más allá de estas características que afectan por igual a las universidades mexicanas, como del resto del mundo, es preciso remarcar la vitalidad de su comunidad, misma que ha encontrado en los últimos años, en consonancia con el giro de la política científica nacional, un anclaje en la idea de la incidencia social. Varios son los proyectos donde la comunidad uamera ha colocado sus conocimientos, capacidades y energía. Destaco sólo algunos ejercicios desplegados con vitalidad, energía y mucha voluntad de sus integrantes.

En medio de la pandemia surgió la iniciativa de conformar una Red de Fortalecimiento a la Economía Social Solidaria, misma que apuntala el estudio, promoción y cultivo de las otras formas de la economía, como respuesta ante la limitada relación mercantil y la peligrosamente expansiva mercantil-capitalista que contiene a la mayoría de la sociedad y que se encuentra en una patente crisis. La red recogió iniciativas ya echadas andar y formuló nuevas. En el caso de las primeras, se encuentra, por ejemplo, en el estado de Hidalgo la formación de cooperativas en torno a la crianza del cerdo criollo, por parte de colectivos de mujeres productoras.

De igual forma, en los últimos meses, se conformó la Sociedad Cooperativa de Ahorro y Préstamo, gestionada por los alumnos, con la finalidad de que la práctica del ahorro pueda contribuir a eludir la forma expoliadora del capital financiero; al tiempo que permite que los egresados no enfrenten, de manera necesaria, un panorama de incertidumbre completa ante los avatares del mercado de trabajo. Brindando, además, la oportunidad de cultivar formas de autogestión horizontal y con una perspectiva democrática con el apoyo institucional necesario.

Entre las tareas de la red también se encuentra la promoción de la alimentación sana y sustentable. Bajo el entendido de que los pequeños productores, asociados de manera cooperativa o solidaria, ­pueden convertirse en los proveedores de los comedores universitarios, se dispuso en acuerdo con el organismo de ciencia estatal, proyecto que promueve tanto la sensibilización de la comunidad respecto al consumo de alimentos con importantes criterios de inocuidad. Todo ello bajo el eje de promover y profundizar la soberanía alimentaria. Así, la UAM entra al campo de construcción de la seguridad alimentaria, misma que se ratifica en su Plan de Desarrollo Sostenible ante el Cambio Climático, en el que la seguridad alcanza una ampliación hacia los alimentos que se ofrece a la comunidad.

También es preciso señalar, fuera del radio de esta red, una iniciativa más –insistimos, entre muchas– de gran calado social y con una incidencia destacable. En el terreno del cultivo de la memoria, desde hace casi una década el proyecto de Historias Metropolitanas (HM) ha incursionado en un trabajo que vincula a los habitantes de determinados territorios y su manera de contar la historia. A diferencia de otros modelos, identificados en la crítica epistemológica como extractivismo, es decir, que obtienen información para después codificarla en signos del capitalismo académico, por el contrario, el equipo de HM se ha volcado a promover que sean los actores que habitan el espacio quienes escriban sobre su propia memoria, cultiven su identidad, y comparta el trayecto comunitario a lo largo del tiempo.

Estas y otras muchas iniciativas requieren de la perseverancia de una comunidad convencida que hay que superar el cómodo ritual que entiende la autonomía como solipsismo, actitud que ha tendido a marginalizar a la ciudad letrada de una colectividad nacional que demanda, en la resolución de sus problemas, la presencia en condiciones de igualdad de actores universitarios. La incidencia no es un criterio o un indicador más del capitalismo cognoscitivo de nuestros días, ni un ítem en un informe académico-burocrático, sino que es la puesta en movimiento de las energías de una comunidad que se debe, por completo, a una sociedad que, como han demostrado los últimos acontecimientos, exige cambios en las formas institucionales y en las mediaciones de la población con estas. El futuro de los organismos educativos se encuentra ahí, en la sinergia de las comunidades.

*Investigador UAM