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Ciudad perdida

Poner un alto a los gestores políticos

L

a palabra mágica es: política. Y de eso no hay en los debates por el gobierno de la ciudad, o hay, pero muy poco. Esto porque a final de cuentas quienes contienden no son, precisamente, personas dedicadas a ello. Son, se quiera o no, gestores, si acaso ambiciosos burócratas, pero nada más.

Uno de los logros –si así lo podemos llamar– fue derrotar al ejercicio de ese tan extrañado oficio, para ocupar su lugar con administradores y gestores que nada tienen que ver con las ideas, pero sí con el mercado.

Politizar se convirtió en un verbo con el que se identifica todo aquello que está mal, que hace daño y que proviene de los partidos políticos, pero nunca se asocia con la idea de dar un contenido ideológico a las acciones que parecen no tener ese sentido.

Así pues, lo político ha caído en el juego verbal de la derecha, que lo ha desprestigiado porque el asunto es no pensar más allá de lo que el mercado requiera, es decir: mercado sin cómos ni porqués.

Por eso los candidatos no se atreven a proponer estrategias y proyectos, políticas de Estado que vayan en beneficio de la población y no de pequeños grupos a quienes se pretende ayudar. Resolver a partir de leyes los graves problemas sociales de la ciudad, por ejemplo, no se les da.

Proponer remedios es lo de ellos. Parches por aquí y parches por allá sin permitir que se den leyes que estimulen la mejor convivencia entre los habitantes de la ciudad.

Y sí, hay cosas incomprensibles en el quehacer político de estos momentos, por ejemplo, que esta sea la primera vez, en lo que va del siglo, que la diferencia entre el primer y el segundo lugares sea tan grande. Nunca en este casi cuarto de siglo, nos asegura Francisco Abundis, de Parametría, la distancia de quien ostenta el primer lugar y su perseguidor más cercano había sido tan diferente.

Y nunca, tampoco, una candidata a la Presidencia de la República había cargado con tantos puntos negativos como los que tiene la representante de la derecha, establece Abundis con los datos que le ofrecen las mediciones de sus encuestas.

Por eso, es tiempo de poner un alto a los gestores y de empezar una nueva historia política en México, donde parece que aún hay, cuando menos entre la población, diferencias ideológicas que se van a marcar en la próxima elección y que urgen un cambio que responda a las nuevas necesidades de quienes no creen en el quehacer político como en un bazar.

Falta prácticamente un mes para el cierre de campañas y hasta el momento no se ha escuchado, por parte de ninguno de los contendientes, una idea de cambiar las formas en los organismos políticos, y no sólo hablamos de los partidos, sino también de las instituciones, como el INE, que como nunca han perdido credibilidad por su pasado reciente.

Así las cosas, nadie debería quejarse de lo que pasa en los llamados debates, porque son producto, reflejo fiel del desbarajuste, de la desorganización, del caos que es hoy el sistema político. Ojalá quien sea que triunfe en la elección, proponga, por el bien todos, primero el cambio en las formas de ejercer esa parte del poder que detentan los que se dicen políticos.

De pasadita

Ya se tiene la orden de poner en libertad a los profesores que se hallan tras las rejas, desde el sexenio de Peña Nieto, por oponerse a la reforma educativa de entonces, y también a los que por situaciones meramente políticas están en la cárcel.

No se trata de dejar en libertad a delincuentes, sino de ofrecer y dar justicia a quienes son considerados presos políticos. Nada más.