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Aprender a morir

¿Temer la muerte digna?

A

urora Garza Real comparte: “Lo más triste de los seres humanos es que no sabemos vivir porque no sabemos amar, ni a nosotros ni a los otros. Entonces, tampoco sabemos morir debido a esta deficiencia para amar con la cabeza, no sólo con las vísceras, a lo largo de nuestra vida. Lo del ‘valle de lágrimas’ lo compramos literal y preferimos una zonita de confort como creyentes de alguna religión aunque nos programe para sufrir como sentido de vida y salvación de nuestra alma, y eso si la muerte no nos agarra en pecado mortal, porque entonces el infierno será nuestra condena eterna. De esas creencias viene nuestra dificultad para aceptar que la vida y la muerte están tan unidas que si no sabemos amar a una, no podemos amar a otra. Crecemos convencidos de que lo más opuesto al amor es el odio, cuando el principal enemigo del amor es el miedo, fortalecido a diario por nuestra falta de conciencia”, concluye Aurora.

¿Por qué tememos morir si es algo tan normal como nacer? Muchos dirán que es por temor a lo desconocido. Pero, ¿cómo temer a lo que desconocemos? Pues porque desde la infancia nos inculcan ideas equivocadas y sufrimientos imaginarios respecto de la vida y la muerte. Acabamos tan manipulados que suprimimos, por inmoral, la idea de poder morir cuando lo decidamos como medida última, de ser ayudados cuando nuestra calidad de vida ya no tiene los mínimos para llamarla vida y se convierte en inhumana agonía, aun con la afligida presencia de otros, que intentan atenuar su miedo, y la llamada industria de la salud acumula utilidades y reafirma su redituable cuanto infructuosa lucha contra la muerte.

Sólo Dios da y quita la vida, repiten amenazantes los que se sueñan socios o intérpretes de Dios, o más bien de un concepto entusiasta de éste a partir de su bondad infinita o de su cólera de sacristán, según la perspectiva de la creencia, habida cuenta de que para lo finito es imposible comprender lo infinito. Pero si se acepta la definición de que Dios es amor, ¿cómo puede condenar un acto de libertad, de dignidad y de amor por uno mismo cuando la vida está terminando de mala manera y yo, que padezco esa terminación, decido interrumpirla antes?

¿Antes de qué? De que otros continúen imponiendo su voluntad sobre la mía (médicos, familia, ministros religiosos) para que yo no me vaya todavía sino cuando ellos y ese Dios abstracto y castigador lo decidan.