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Tradición viva
E

l próximo 2 de febrero se celebra el Día de la Candelaria, o de las Candelas, en referencia a las velas que acompañan la imagen del Niño Dios que se llevan a bendecir. Se recuerda la presentación del Niño Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María; además, ese día termina la Navidad, ya que hasta esa fecha han pasado 40 días del nacimiento de Jesús.

De acuerdo con la tradición, quien se saca el muñeco en la rosca de Reyes, que se parte el 6 de enero, tiene que invitar la tamalada el Día de la Candelaria. Los creyentes tienen su niño de pasta o madera, a veces de tamaño natural, que visten lujosamente para la ocasión; en muchos casos los acompañan las madrinas y padrinos que previamente llevaron a ajuarear al ahijado.

Uno de los lugares preferidos es la calle Talavera, en el castizo barrio de La Merced, que todo el año funciona con una variedad de tiendas que ofrecen todos los tamaños de Niños Dios. Hay una inmensa oferta de modelos de trajecitos con sus respectivos accesorios, que no son poca cosa; zapatitos, sandalias, sombreros, capas y muchos más, según el personaje que escogió; no es lo mismo Martincito de Porres, el Niñopa de Xochimilco, San Juditas Tadeo, que el niño Papa o el mediquito. La variada oferta se la muestran en coloridas estampas para que escoja el suyo.

También hay atuendos ya elaborados que con suerte le quedan a su niño, y ya no tiene que esperar a que toque el turno para que se lo vistan, pues la demanda es mucha. La calle es peatonal y la adorna una gran escultura de un Niño Dios, para que no haya duda de la vocación de la vía, aunque en estas fechas las de los alrededores tienen la misma oferta.

Es interesante conocer que una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) arrojó que 70 por ciento de los habitantes de México mantienen la tradición de vestir al Niño Dios.

Esto se aprecia en muchos templos de la Ciudad de México, donde ese día hay concurridas procesiones en la que se pasean a los niños con su vela y un ramito de romeros. La caminata concluye con la solemne bendición en la que padres y padrinos aprovechan para que se bendiga también a los niños de carne y hueso, después viene la misa. Como tiene que ser, el asunto concluye con un agasajo gastronómico en el que los tamales no pueden faltar.

Hay todo un ritual establecido: durante el primer año se tiene que vestir de blanco, preferentemente bajo la advocación del Niño de las Palomas, porque significa pureza, y se le debe acostar en una canastilla de mimbre para que recuerde al recién nacido; el segundo año tiene que portar el atuendo de algún santo y se le sienta en una sillita; el tercero, el atavío es del Niño de las Tres Potencias, con la cabecita coronada con tres rayos dorados, un cetro de mando y una esfera en las manos que simboliza al mundo, la idea es representar al Niño Dios como rey. A partir de ese momento ya se le rinde culto para que conceda gracias y milagros y, de ahí en adelante, cada año se le viste al gusto y las posibilidades son múltiples.

Pero lo mejor es ir a darse una vuelta para presenciar en vivo esa bella costumbre que subsiste con tanta fuerza en estos añejos rumbos y terminar con una sabrosa comida libanesa en Al Andalus.

Ocupa una hermosa casona del siglo XVII en la calle Mesones 171. Este es el primer restaurante que abrió hace más de dos décadas el chef Mohamed Mazeh, entonces un joven cocinero que pasó del negocio familiar en Líbano a Andalucía, en España, y de ahí aterrizó en La Merced, donde encontró su lugar en la vida. Ahora tiene varios de los mejores restaurantes libaneses de la ciudad con el mismo nombre y la misma calidad de comida.

El menú es tan variado que a mí me gusta pedir la mesa libanesa para compartir, porque tiene un poco de todo, ya sabe: hojas de parra, arroz con lentejas, jocoque, keppe crudo y charola, berenjenas asadas, tabule, las brochetas de chorizo árabe y mucho más. La acompañan con unos panes árabes recién horneados que llegan a la mesa esponjosos y calientitos. De remate, los deliciosos pastelillos con el incomparable café árabe y una copita de arak, el anís de esa región.