l análisis de Jacques Derrida se ubica en la problemática de la escritura, la cual ha sido entendida dentro de la metafísica logocéntrica como derivada, de suplementariedad, secundaria y exterioridad dependiente de una interioridad primordial. El tratamiento dado a la escritura, la desvalorización que ha sufrido, es la misma que la del plano material. Es la concepción del ser escrito, del orden del significante, del cuerpo como dependiendo de un sentido pleno, de una razón trascendental a priori o de cualquier otra forma que pueda adoptar esta estructura metafísica.
Esta jerarquización e imposición despótica de uno sobre otro explica el carácter subversivo de todas las teorías y las prácticas que intentan transgredir aquello que constituye el ser mismo del logos occidental. Es lo que explica el carácter peligroso que tiene el oriental, el salvaje, el otro desplazado y marginado, el artista, la escritura.
La filosofía occidental como quehacer selectivo implica su ser segregacionista, la inclusión de lo semejante y exclusión de los distintos, del otro: así debemos entender la interpretación de la filosofía como tarea de demarcación emprendida por Parménides y que hoy continúa en el trabajo de Popper, como legitimación de un tipo de saber y expulsión del saber que no se somete a ese criterio bajo la calificación peyorativa de no saber, de ignorancia. He ahí la violencia del poder otorgada a la voz y de la voz al poder.
Como dice Araya: ...la tarea se plantea como superación de este modelo no por una motivación individual y voluntarista, sino por necesidad histórica. Ahí tenemos acceso a la obra de Nietzsche y a los trabajos que en continúan su proyecto, como Deleuze, Foucault, Derrida, Bataille, Klossowski y otros que se sitúan en el límite de clausura de la espisteme lógica occidental. Esta línea de destrucción de la tradición, de inversión del platonismo, evidencia los simulacros.
En la experiencia deconstructiva hay que poner el acento en la différance, este neografismo, no concepto que indica un doble sentido: de distinción y dilación. La différance es muda, no audible, prioriza la escritura, la grafra sobre la phoné; opera una trasgresión al logofonocentrismo ontoteológico. Irrumpe y disloca el esquema de pensamiento que rige nuestro logos. De ahí la resistencia para abordar esta dimensión terrible, donde se interrumpen las seguridades y comienza el juego, donde se acepta la invitación nietzscheana a decirle adiós al cielo protector
platónico-aristotélico. Pensamiento de lo aleatorio como devenir, derrocamiento del ideal, de la certidumbre. La huella –originaria sin origen–, la diferencia es la que permite el habla y la escritura. “La huella es, en efecto, el origen absoluto del sentido en general, lo cual equivale a decir una vez más que no hay origen absoluto del sentido en general. La huella es la différance que abre el aparecer y la significación. Con este acento el discurso aparece indigente, desprotegido en su lejanía de la presencia, sin luz propia, a tientas, sacado de sus goznes por la différance, concepto agujereado, tumba de lo propio, economía de la muerte, trabajo de cuña que forja, imprime y tacha se-llos, trabajando en las esquinas.
En la representación se presenta lo que no se presenta ni puede de ningún modo representarse
, lo que ya ha sido siempre representado. La ley de la representación provoca fatalmente la multiplicación de la representación de los dobles, el enmascaramiento del sujeto de la mimesis. Sujeto que no es tal, que se construye y deconstruye permanentemente, remisión continua al pliegue y repliegue, al ocultamiento y a la develación. Sujeto como la diferencia, que en la a
de la différance se ve remitido a lo más originario (sin origen), a lo irrepresentable, a la disolución, a la sexualidad inconsciente; lugar donde se da el sicoanálisis, del otro prehistórico que empieza a vislumbrarse en el conflicto de las conciencias entre el yo y el yo del otro en la Fenomenología del espíritu de Hegel, en el espectro de lo ominoso descrito por Freud, en el perturbador postulado del teorema de Godel de las proposiciones indecidibles que escapan al control formal de la razón.
Estamos errados, diferidos y excedidos por el exceso de la propia errancia
. Acontecimiento que ya siempre nos constituye como lo todavía no acontecido; es la cima, el abismo que la representación y el lenguaje se afanan por cubrir, pero no originario, no anterior, sino precisamente, dado y dándose en sus afanes.
Representar es, de este modo, afanoso intento por cubrir un abismo desgarrado por la misma representación, simulacro de sí misma. No hay un absolutamente otro
, no hay una reserva presente como ausencia, como abismo, sino el elemento que se desdobla, se da como; hay un hay, un acontecer como estructura de quiasmo, elementos sujeto y objeto de un trabajo de deriva que desgarra el elemento en dos flancos.
Bibliografía: Derrida J. La mitología blanca (traducción Carmen González Marín)