archa bien el proceso para definir el nombre de quien detentará el liderazgo de la Cuarta Transformación. En estos 10 días los aspirantes han empezado sus recorridos por el país, han tomado contacto directo con la gente, han expuesto sus respectivas visiones de lo que debe hacerse en el país a partir de 2024 y han escuchado de viva voz y por medio de escritos el sentir de sus audiencias. En el curso de las próximas seis semanas tendrán oportunidad para llegar a muchas más regiones y para delinear sus acentos específicos sobre un programa que debe ser común porque que es la pieza principal de la cohesión en el movimiento y en el partido.
Para sorpresa de los opositores e incluso de muchos partidarios de la 4T, las alusiones negativas entre aspirantes han sido mínimas, si no es que inexistentes.
No pasa lo mismo, lamentablemente, entre las tribus espontáneas que se han nucleado en torno a cada una de las personas que buscan encabezar el movimiento, tribus que alcanzan tonos de virulencia inusitada en las redes sociales y que derivan hasta en rupturas y enconos personales; es posible que en algunos de los estados mayores se cocinen algunas de las descalificaciones cruzadas. Lo primero es lamentable, pero también indicativo de lo mucho que falta por hacer en materia de transformación ética y de civilidad política en las filas de la que es, a fin de cuentas, la fuerza más progresista y avanzada del país. Lo segundo, de ser verdadero, sería una estrategia tontísima, porque todo termina por saberse y porque dejaría muy mal parado dentro del movimiento al equipo en cuestión.
En todo caso, el bando de la 4T cuenta con el respaldo mayoritario del electorado y que previsiblemente, y a menos de que ocurra una catástrofe en la escena política –y para que fuera catástrofe tendría que ser natural y no inducida–, lo seguirá teniendo de aquí a julio de 2024. Sus prácticas del momento son consistentes con su breve pero sólida tradición de asambleas informativas y cuenta con reglas claras y métodos confiables y transparentes que fueron aceptados por todos los participantes en el proceso.
Del otro lado todo es desconcierto. Después de varios meses de pasmo y de forcejeos inútiles en los que al PRIANRD se le acumuló más de una quincena de aspirantes a algo que no podía ser candidatura y ni siquiera precandidatura, el holding de partidos de Claudio X. González Guajardo tuvo que tragarse la humillación de aceptar la sugerencia del presidente Andrés Manuel López Obrador y acabó por adoptar la encuesta como método parcial de un abigarrado proceso de selección de un o una responsable de construir el Frente Amplio Opositor
, simulación verbal para evitar multas por actos de campaña anticipados.
En el obradorismo están claramente delimitados el gobierno, el partido y el movimiento, y el proceso en curso las delimitará más. La responsabilidad de quien asuma la coordinación en Defensa de la Transformación no es una precandidatura, sino la dirección del movimiento, lo que deja a López Obrador concentrado en sus responsabilidades presidenciales y a la dirigencia partidista, en el manejo de Morena. Pero la coalición opositora no tiene movimiento ni gobierno; es una mera cúpula de grupos de interés sin más horizonte que recuperar el Poder Ejecutivo para retomar los negocios que perdió en diciembre de 2018 y sus instrumentos son la suma de las estructuras partidistas –una suma que a veces resta–, los medios que controla y un manojo de siglas y logotipos que se pretende la sociedad civil
.
Así, ayuno de propuesta de país, este conglomerado de derecha realizó experimentos de corrimiento hacia la ultraderecha –como el que protagonizó Lilly Téllez– y, lejos de cosechar simpatías entre la gente, consiguió muestras de repudio y disensos en sus propias filas. Tampoco parece electoralmente presentable el neoporfirismo de Santiago Creel ni el neopriísmo tardío de Beatriz Paredes, Claudia Ruiz Massieu, Enrique de la Madrid o el desangelado Ángel Gurría.
La más reciente ocurrencia ha sido el lanzamiento a trasmano, pero con un impresionante despliegue mediático, de Xóchitl Gálvez, a quien inventaron la semana pasada como una suerte de competencia al espíritu popular de Morena. En el colmo de la simulación, la súbita aspirante a responsable de construir el Frente Opositor
, o sea, precandidata presidencial inconfesable, Gálvez ha terminado por reivindicar los programas sociales que su partido rechazó incluir como derechos constitucionales. Indígena
, de origen humilde
y de conocida procacidad en el hablar, está ahora sometida a prueba por el PRIANRD para ver si levanta algún entusiasmo ciudadano y logra, por mimetismo, arrebatarle algunos votos a la 4T.
Mientras, la margarita de aspirantes sigue deshojándose: Lilly Téllez y Claudia Ruiz Massieu ya se bajaron, y de seguro lo harán algunos más, conforme se vayan dando cuenta que no hay más que humo tras la genial combinación de encuesta con evaluación de un comité formado por veteranos en la legitimación de fraudes electorales.
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