El activismo progresista le planta cara al proyecto neofascista
Viernes 23 de junio de 2023, p. 27
Washington. En una gira por los claroscuros de Estados Unidos, los oscuros están cada vez más intensos, pero lo más sorprendente son los claros en casi todas las esquinas y avenidas, los desiertos y bosques, los puertos y montañas de costa a costa.
Los oscuros confirman lo que está muy visible: el temor, las armas, la violencia racista, la xenofobia, la soledad y desesperación que buscan ocultar el dolor con drogas o buscar consuelo en el cristianismo nacionalista. Eso se ve y se siente a lo largo y ancho del país, en algunos lugares más que otros, y de ahí se entiende lo que hace posible el proyecto neofascista impulsado por algunos de los políticos más cínicos del país, encabezados por Donald Trump.
Los símbolos del odio se expresan en calcomanías colocadas en coches –no me echen la culpa, yo voté por Trump
– banderas de la Confederación esclavista, junto con los mensajes ultraderechistas que se trasmiten las 24 horas por radio y televisión denunciando los intentos de una izquierda radical
de destruir nuestro país
.
Y no se puede describir hasta verlo personalmente, el culto y comercio de las armas –46 por ciento de los estadunidenses viven en hogares armados y casi 60 millones de nuevas armas fueron compradas durante la pandemia– en la forma de anuncios, invitaciones y promoción de fusiles, revólveres y otros.
En cada ciudad de esta gira, grandes y pequeñas, llama la atención el número de personas viviendo en las calles, los sin techo
, blancos y afroestadunidenses, y no pocos de ellos con visibles problemas mentales. Que sea un fenómeno tan común en el país más rico del mundo y de la historia sigue mostrando un deterioro cada vez más alarmante.
Y esto sólo es lo visible. Los oscuros del proyecto neoliberal que se implementó en este país se manifiestan de maneras parecidas en América Latina, con la enorme concentración de riqueza sumado a la destrucción de sindicatos y el desmantelamiento o privatizaciones de servicios públicos incluso escuelas y hospitales públicos, del abandono de colonias enteras, de la contaminación de aguas y aire y tierras sin reparo.
Se ven las consecuencias pero no las causas. Sin embargo, activistas comunitarios, sindicalistas, migrantes e indígenas, entre otros, le quitan el disfraz al sueño americano y demás mitos patrióticos para revelar las caras de la avaricia y corrupción que en gran medida siguen controlando este país.
Pero al revelar lo más oscuro, aparecen los claros. Las denuncias, resistencias, foros, marchas, campañas, canto y baile que insisten en la gran lucha para democratizar al país que dice ser el faro de la democracia, se encuentran en barrios marginados de Los Ángeles, en las luchas por la dignidad en los campos de California, en la defensa y bienvenida de refugiados y otros migrantes a lo largo de la frontera, en el desierto de Arizona y Nuevo México, en reservaciones indígenas en Oklahoma, en ciudades de Misisipi y Alabama, en Atlanta y en los Apalaches. Hablan, gritan y cantan en inglés y español, a veces armonizan en los dos cuando se juntan para platicar en lugares como el Centro Highlander.
De los ecos de antiguas luchas indígenas, rebeliones contra la esclavitud, de olas migrantes anteriores (Texas le debe la cerveza a los alemanes, por ejemplo), que se sumaron a la resistencia, la explotación de trabajadores en los campos y las minas, fábricas de textiles, procesadoras de carnes, estas tierras están repletas, sí de sangre y lágrimas de represiones, éxodos y humillación, pero también de rebeliones constantes, algunas llevando a cambios históricos –derechos y libertades civiles, defensa de las mujeres– que hoy día, al ser recuperados, nutren las luchas actuales, que se pueden encontrar en toda esquina.
En California, un renovado movimiento laboral ha encabezado la transformación política de un estado que es nada menos que la quinta economía del mundo. En Texas, nuevas generaciones que se atreven a declararse socialistas en un estado bajo control de una cúpula derechista se encuentran con veteranos de la defensa de los garantías civiles fundamentales. En Oklahoma, aparecen nuevas iniciativas para exigir la presencia de los pobladores originarios en los asuntos públicos, rechazando ser borrados de la historia y del futuro.
El mapa político-electoral de esta nación es tramposo, y no deja ver que la topografía es más compleja de lo que parece. Encuestas recientes muestran una división mucho más pareja entre demócratas y republicanos. Por ejemplo, el Pew Center encontró que en Texas un número casi igual se identifica como republicanos y demócratas, y en Oklahoma, 45 por ciento se dicen republicanos y 4 cuatro de cada 10, demócratas. Por lo tanto, aunque pareciera que la derecha es dominante a escala estatal en las entidades mencionadas y otras del sur, no es el caso –y gran parte del problema son las medidas republicanas para suprimir los votos potenciales para mantener el control, pero también el fracaso delos demócratas de elevar la tasa de participación de sus bases.
En un sur controlado por políticos cada vez más derechistas, muchos aliados del proyecto neofascista encabezado por Trump, la resistencia siempre ha sido más difícil y reprimida. Por eso, sorprendieron tanto las movilizaciones recientes de maestros, huelgas de mineros, intentos para sindicalizar almacenes y cafés, así como expresiones masivas de nuevos movimientos de derechos civiles, entre otras cosas.
Tal vez lo más esperanzador es que muchos de estos nuevos movimientos, resistencias e iniciativas progresistas es que surgen de alianzas entre diversos sectores –afroestadunidenses, migrantes latinos, indígenas y progresistas blancos–, que literalmente están salvando la democracia estadunidense, como fue el caso en Georgia en la elecciones de 2020. Ese es el secreto de los claros que aparecieron desafiando a los oscuros en un viaje por Estados Unidos.
Es como la música, donde las rolas espantosas del country patriótico se confrontan al country y folk rebelde de Woody Guthrie, Johnny Cash, Willie Nelson, Dolly Parton, y hoy día con Rising Appalachia, donde el rock nacido del blues del sur sigue nutriendo sonidos que invitan a la rebelión de todo tipo. Aquí están algunas claves, no sólo para tratar de entender este país, sino para identificar a quienes invitan a bailar.