os migrantes de todos los tiempos han estado ligados a los avances tecnológicos en las comunicaciones. El vapor trajo a millones de Europa a las Américas y a otras partes del mundo. También el ferrocarril fue un importante medio de comunicación para ellos; finalmente, el transporte terrestre. No obstante, la movilización aérea tiene sus bemoles y resulta muy complicada en los vuelos internacionales.
En tanto, los migrantes en el siglo XIX y buena parte del XX se comunicaban por carta, cuando el correo sí funcionaba. El telegrama era muy útil, pero el mensaje era incluso más limitado que un Twitter. El teléfono fue de gran ayuda, pero era muy caro en el ámbito internacional. No obstante, el telegrama servía para enviar noticias cortas y remesas, giros o money orders hasta los lugares más remotos.
Hoy en día se apoyan en dos avances tecnológicos del siglo XXI, el celular y el sistema electrónico de transferencias de dinero. Recordemos que al comenzar el siglo XXI los celulares eran del tamaño de un zapato y las transferencias eran sumamente caras. En una ocasión, en 2016 visité una casa de migrantes en Tijuana y me llamó la atención la cantidad de teléfonos celulares que estaban cargándose en uno de los corredores. Había llegado un grupo muy numeroso de haitianos que abarrotaron las casas de acogida. Nadie viaja sin celular.
El celular inteligente conectado a Internet es el instrumento perfecto para un migrante, que puede mantenerse comunicado con su familia de origen, su lugar de destino, sus compañeros de viaje, incluso con sus abogados o las autoridades de cada país. Es la fuente de información más directa e inmediata de las condiciones de la ruta, de lo que sucede o puede ocurrir en el trayecto. Puede servir de localizador en caso de necesidad o peligro. Todo el know how, el saber cómo
de la experiencia migrante, circula en las redes de manera inmediata.
El celular también es la vía para solicitar dinero a parientes o conocidos durante la ruta; por celular llega el número de Western Union o de cualquier remesadora y se puede acceder a tener dinero fácil y seguro. En 2000, un grupo de migrantes mexicanos enjuició a Western Union, Money Gran y Orlandi Valuta, por el costo de las transferencias que solía ser de 10 por ciento; enviar mil dólares costaba cien. Al juez no le preocupó la ganancia excesiva, pero sí la falta de información sobre el tipo de cambio y la imposibilidad para el consumidor de saber cuánto iba a recibir finalmente el beneficiario. Falló a favor de los migrantes y multó a las compañías con millones de dólares. A partir de ahí, los costos fueron bajando y ahora, para enviar mil dólares, sólo cobran 10, uno por ciento.
Una de las causas por las cuales suben las remesas en México y otros países de Centroamérica, que son países de tránsito, son las transferencias que reciben los migrantes a su paso. Para hacer un cálculo grueso y conservador, podemos considerar que atraviesan por México, unos cien mil de estos viajeros al mes, de acuerdo con las capturas de la patrulla fronteriza. Las rutas y los tiempos son muy distintos en cada caso. Unos se trasladan en camión, otros en el lomo del tren, otros por avión y muchos otros caminan largos trechos. Toda movilidad tiene un costo, al igual que cada día que pasa, que podríamos estimar en 500 dólares para atravesar México, lo que significaría unos 50 millones de dólares mensuales y por 12 meses, 600 millones de dólares anuales que se contabilizan, en su mayoría, como remesas.
En este cálculo no entran en cuenta los coyotes, las coimas, las extorsiones y los rescates que muchos sufren en la ruta, que alcanzan cifras millonarias y que también utilizan el sistema de transferencias y casas de cambio. Todo ello documentado, pero no fiscalizado por las autoridades, que podrían dar fácilmente con los delincuentes y extorsionadores de migrantes.
Pero lo más moderno de la tecnología de la comunicación se topa con una realidad, tan terrible como palpable: hemos regresado al estadio más primitivo, la movilidad pedestre, al nomadismo. Miles de miles de migrantes atraviesan desiertos y selvas a pie, con el único objetivo de avanzar un trecho en su camino, hacia un destino cada vez más esquivo.
La selva impenetrable del Tapón del Darién, en Panamá, da cuenta de miles de cadáveres en descomposición acelerada en ese sitio tropical. Los desiertos de Altar y Sonora, de otros tantos que se calcinan en territorios inhóspitos. Pasa lo mismo en el Mediterráneo, en el desierto del Sahara, en el de Atacama y en tantos otros lugares.
Paradojas trágicas del siglo XXI donde los migrantes viajan a pie y con un celular en el bolsillo. Les permiten atravesar fronteras y transitar de la Patagonia Chilena al Río Bravo, pero no saltar fronteras. Por eso muchas veces tienen que caminar. La entelequia de la soberanía de los estados nación les pone trabas y les impide ingresar.