ave a la deriva, agresiones aquí y allá, estallidos de una cólera profunda, manifestaciones de odio que tienen como blanco al presidente, Francia yerra sin timonero, mientras la tensión aumenta a la medida de la creciente violencia en el país. El número de homicidios sube a diario en Marsella, donde se cuentan 14 muertos en tres meses. Tiroteos entre bandas rivales a causa del narcotráfico, dominio del territorio, enfrentamientos con la policía, donde caen víctimas inocentes como los jóvenes en primera línea de las balaceras. Dinámica particularmente inquietante que proseguirá durante los próximos meses, pues las autoridades carecen de capacidad para bloquearla.
Violencia en aumento de muy distintos órdenes, pugnas del hampa o agresiones de provocadores como los black-bloc, provenientes de toda Europa y entrenados en campos paramilitares para empantanar las muy numerosas manifestaciones de protesta contra la reforma de pensiones ahora, los chalecos amarillos antes, en las ciudades francesas, sobre todo en París, donde rompen vitrinas, destruyen el mobiliario urbano, queman basureros y desprestigian, así, a los manifestantes. Atropellos que desahogan una furia vehemente a través de las válvulas que son algunos juegos peligrosos, los cuales pueden desembocar en muertos y heridos inocentes. Rodeos de motocicletas, luchas y box al aire libre, carreras de autos en las calles, las bandas de jóvenes parecen no hallar formas tranquilas y racionales para combatir su aburrimiento o su rencor hacia la sociedad.
A estas manifestaciones de disgusto o ferocidad, se agrega ahora la violencia contra las librerías. No, por fortuna no se trata de un odio contra los libros… por ahora. Se trata, en realidad, de la imposición de una de las formas de la corrección política: el wokismo. Este fenómeno, derivado del término wok
, inicialmente utilizado para referirse a quienes se enfrentan o se mantienen alertas frente al racismo. Noción hoy extendida a la toma de conciencia de otras cuestiones de desigualdad, en relación, por ejemplo, con el género o la orientación sexual.
Así, parte de los militantes wok se ocupan de la re-escritura
de obras clásicas o de autores célebres como Agatha Christie, las cuales son sospechosas, en su opinión, a causa de la terminología incorrecta según ellos, las expresiones racistas o antifeministas, la homofobia… La palabra negro
, por ejemplo, debe borrarse del texto pues insinúa, cuando no alude abiertamente, a la inferioridad de la raza negra y a otras formas de racismo. Mismas sospechas con términos y frases que caricaturizan a homosexuales o travestistas, se burlan de las feministas y de la igualdad de géneros. Mientras tanto, otra parte de estos concienzudos militantes se ocupa de castigar a las librerías que invitan a autores que violan los principios woks. ¿Cuál librería se atreverá a invitar a un escritor sospechoso de lesa wok si su presencia se paga con escaparates desmantelados y saqueo de libros?
Rodeados por una violencia creciente, con la palabra censurada, frente a un presidente sordo y mudo, los manifestantes franceses parecen haber encontrado un nuevo lenguaje en el choque ruidoso de las cacerolas. El presidente Macron puede tratar de burlarse, con su habitual arrogancia, diciendo que las cacerolas sólo sirven en la cocina, el concierto de cacerolazos resuena a cada presentación pública de Macron o de alguno de los ministros de su gobierno. Cabe recordar que los primeros cacerolazos sucedieron en Francia, en 1830, contra la monarquía de Luis Felipe I. Un siglo después, este tipo de protesta se circunscribió a América Latina, siendo Chile el primer país donde tuvo lugar contra Allende, antes de que los opositores a Pinochet se lo apropiaran.
¿Qué puede expresar ese ruido atronador y chirriante del concierto de cacerolas sino ruido y furia
cargados de sentido? Muy lejos del cuento sin sentido contado por un idiota, como dice Shakespeare de la vida.