escubrí el mundo campesino en los años de 1970-71, cuando siendo encargado de la Estación de Biología Tropical de la UNAM, en Los Tuxtlas, Veracruz, organicé, a mis 25 años, dos cursos de campo en los ejidos aledaños. Fue un acto de transgresión académica en el cual analizamos el papel jugado por las comunidades campesinas con su entorno selvático, e hicimos un primer trabajo sobre el conocimiento tradicional sobre las plantas y los animales de la selva. Esa experiencia fue el punto de ignición para el desarrollo, décadas después, de los nuevos campos del metabolismo rural y de la etnoecología, hoy reconocidos a escala mundial, sobre todo cambió radicalmente mi manera de mirar el mundo. Al joven clasemediero de la Ciudad de México, tímido habitante de la colonia Narvarte, se le reveló un universo pleno de valores desconocidos de mujeres y hombres naturales
que hoy quedan definidos bajo el concepto de comunalidad
. Ello no sólo me permitió valorar la enorme trascendencia de la Revolución de 1910-17 como una recampesinización y reindianización del país, sino que me comprometió para siempre con la defensa de ese mundo, que considero la reserva civilizatoria y espiritual
de la nación. Nuevos estudios en esa línea siguieron en Uxpanapa, la cuenca del lago de Pátzcuaro, el Totonacapan, la selva Lacandona, la meseta Purhépecha, la sierra norte de Puebla, el Valle de Tehuacán y un largo etcétera. En 1992 hicimos aguerridas críticas a las reformas anticampesinas, mercantilistas y privatizadoras de C. Salinas de Gortari en el periódico Unomásuno y otros foros. Durante la larga noche neoliberal de más de tres décadas, los ejidos y comunidades indígenas resistieron de mil maneras los embates depredadores del capital y del Estado, creando cientos de organizaciones de escalas comunitaria, municipal y regional para la defensa de los territorios, las prácticas comunales y la cultura rural.
Con el gobierno de la 4T se operó un cambio radical en favor de los campesinos en cuatro frentes. El primero ha sido el conjunto de programas de la Sader encabezados por Producción para el Bienestar que dio un vuelco de apoyos hacia los pequeños (una a cinco hectáreas) y medianos (hasta 20 hectáreas) productores. Este programa ofrece apoyos a más de 2 millones 145 mil productores de maíz, frijol, trigo panificable y arroz, amaranto, chía, caña de azúcar, café, cacao, nopal y miel, complementado por una estrategia técnica de acompañamiento (EAT). La EAT cuenta con 2 mil 310 escuelas de campo en 500 municipios que ya han capacitado a 84 mil productores y hoy atienden a otros 125 mil en prácticas agroecológicas y de economía social y solidaria. El segundo frente es Sembrando Vida, que atiende a 455 mil productores (70 por ciento) y productoras (30) de más de mil municipios y que han creado 18 mil cooperativas, cada una con un vivero, un sistema de riego y una biofábrica. El tercer frente es el educativo. Aquí destaca la continuidad de las Universidades Interculturales y los 140 planteles de las Universidades Benito Juárez. En ambos casos oftreciendo carreras de agroecología y desarrollo rural sustentable en regiones remotas para jóvenes de comunidades campesinas e indígenas. Finalmente, la nueva política del Conacyt impulsa innumerables estudios sobre los saberes campesinos, el manejo adecuado de los recursos naturales, los ordenamientos participativos del territorio, la agroecología y más.
Tras cuatro años, todas esas acciones gubernamentales han abonado una atmósfera de esperanza y de recuperación de los valores comunitarios. La respuesta ha sido más rápida de lo esperado: decenas de asambleas regionales y estatales han culminado en la Convención Nacional Agraria del pasado 10 de abril en la Ciudad de México, que congregó a 5 mil autoridades ejidales y comunales de 20 estados, y cuyo manifiesto, la voz campesina recuperada, vuelve a cimbrar un siglo después. Termino, dejando unos párrafos de dicho manifiesto:
“Frente a tal situación…, hemos organizado la diversidad de propuestas campesinas, a fin de analizarlas, consensuarlas y suscribirlas en esta primera Convención Nacional Agrarista, que se realiza justo en el 104 aniversario del asesinato del general Emiliano Zapata. Nos hemos convocado, en esta fecha emblemática y en la capital del país, para alzar la bandera zapatista, y postular un nuevo agrarismo que reconozca la contribución del campo a la historia, la economía, la cultura y la soberanía del país. Que se traduzca en políticas públicas que efectivamente impulsen la soberanía alimentaria, lleven el bienestar a los pobladores del campo y preserven los recursos naturales. Bajo la bandera del Nuevo Agrarismo reivindicamos al campesinado como actor indispensable para el desarrollo del país, y a los núcleos agrarios y sus órganos de representación como guardianes de la propiedad social de la tierra y los territorios”.