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Don Pablo: claves de un encuentro anunciado
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l 1º de enero de 1994, Pablo González Casanova vacacionaba en Cuba. Se metió a nadar y de repente su esposa le gritó: Ven, que está saliendo México en la televisión. Al llegar frente a la pantalla, se encontró con las imágenes de “los muchachos que tomaron San Cristóbal, encapuchados. A los dos días –me explicó en larga entrevista– ya estábamos en México. Después me llamó don Samuel Ruiz a formar parte de la comisión para la paz. Acepté”.

Pocos intelectuales disponían de una caja de herramientas conceptuales tan elaborada, como la que él había desarrollado, para entender la naturaleza y los alcances del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Él había estudiado y pensado a profundidad, al menos tres fuentes integrantes de la identidad rebelde: la nueva izquierda y las luchas de liberación nacional impulsadas bajo la inspiración de la revolución cubana; la teología de la liberación, y, en el marco de su teoría del colonialismo interno, la causa de los pueblos indígenas.

Según don Pablo, la nueva izquierda nació en Cuba, el 26 de julio de 1953, con el asalto al Cuartel Moncada. Tuvo su primera versión a escala mundial en 1968, pero con antecedentes en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania.

José Martí fue –desde su perspectiva–, el autor intelectual de la revolución cubana. Los jóvenes que iniciaron el Movimiento 26 de Julio tuvieron en él un punto de referencia fundamental, en el que se vinculaban las luchas por la independencia y la lucha de clases. En un artículo sobre los primeros marxistas en Sudamérica y el Caribe, González Casanova incluye a Martí, por la relación en la región entre la lucha por la independencia y la de los condenados de la Tierra.

En el movimiento estudiantil-popular de 1968, el sociólogo abandonó el estilo de pensar lombardista. Sus hijos, encabezados por Pablo, lo adentraron en otra realidad. Participó en varias manifestaciones. Con enorme dificultad, aprendió con ellos y con su generación, a dar a la democracia un nuevo ­contenido.

Con la nueva izquierda –me dijo– hubo un enchufe, una afinidad muy grande con lo que yo estaba planteando. Me enriquecieron mucho los distintos movimientos. La obra que realicé después no se puede explicar sin ellos. Creo que a eso se debe el que tenga interlocutores, que son con quienes hablo, en distintos lugares del mundo. Son las coincidencias de un profesor, de un investigador, con el pensamiento que las nuevas generaciones levantaron.

González Casanova estuvo muy cerca del presidente chileno Salvador Allende y de la experiencia de la Unidad Popular. Reflexionó, con las herramientas de Gramsci, Mariátegui y del mismo Martí, acerca de las relaciones entre imperialismo y las luchas de liberación en el continente. Y acompañó desde su trinchera, mientras defendía la revolución cubana, las guerrillas en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Su libro La hegemonía del pueblo y la lucha centroamericana da cuenta de este proceso y pone en cuestión la idea de que su radicalización proviene sólo de su contacto con el zapatismo. Había comenzado desde mucho antes.

Don Pablo dedicó su libro Sociología de la explotación a su gran amigo C. Wright Mills y a Camilo Torres. Gracias al sacerdote colombiano y con los antecedentes de sus estudios en El Colegio de México sobre los misoneístas y la modernidad cristiana, comenzó sus nexos con la teología de la liberación. A Camilo lo conoció en una conferencia en la Universidad de Buenos Aires. “Cuando llegó con su traje talar –contaba– pensé que iba a ser un reaccionario. Pero cuando comenzó a hablar me pregunté: ¿y ahora qué digo yo? Pronunció un discurso completamente radical. Él estaba cansado de que la lucha se quedara como lucha de ideas. Nos hicimos muy amigos y me di cuenta de que estaba haciendo algo muy importante: lograr que la Iglesia no pudiera ejercer su imperio sobre las ideas políticas de los católicos. Se trata de algo con una significación que no podemos imaginar.” Sus vínculos con la teología de la liberación se estrecharían a partir de su confraternidad con los obispos Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz.

Su teoría del colonialismo interno, explicada en estas páginas por Raúl Romero (https://bit.ly/43W8NrQ) y Mariana Mora (https://bit.ly/3UXpJKJ), iluminó la cuestión étnica y la causa de la libre determinación y autonomía de los pueblos originarios. En su momento, el concepto le acarreó grandes problemas. En un artículo en El Día, Gonzalo Aguirre Beltrán criticó la tesis porque en esa época no se debía de hablar ni de estratificación social ni de otras categorías que no admitieran que la única lucha posible era la de clase contra clase. Él y Rodolfo Stavenhagen se quedaron casi solos defendiéndola.

A raíz del levantamiento rebelde, González Casanova comenzó a ir a Chiapas. En las reuniones se identificó con el pensamiento de los zapatistas. Y esa afinidad fue creciendo con el paso del tiempo. En agosto de 1994, en la Convención Nacional Democrática, en el Aguascalientes de la Realidad, le pidieron, de manera inesperada, que hablara. “No soy bueno para improvisar –contaba–. Afortunadamente el cielo, o Júpiter, me escuchó y cayó una tormenta que pospuso mi discurso hasta el día siguiente. Carlos Payán me invitó a ir a una casa donde estaban los compañeros. Allí pude sentarme a pensar qué era lo que iba a decir. Al día siguiente pronuncié el discurso más emotivo que he dado en mi vida. Estaba como en una especie de nacimiento, de esos que hacemos en México. A partir de ese momento me siento muy identificado con ellos.”

Esa camaradería, que se profundizó con el paso de los años, estuvo precedida de la larga marcha de don Pablo a través de las combinaciones de luchas por la democracia, la independencia y el socialismo, en los más diversos territorios. Fue la historia de un encuentro anunciado.

Twitter: @lhan55