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Un ejército civil
C

orre de boca en boca, y a veces por las redes, un chascarrillo que comparto con mis lectores. Dice así: Manual de los Críticos de AMLO. Artículo primero: Si AMLO dice sí, tu di no. Artículo segundo: si AMLO dice no, tu di sí (fin del manual). De mi parte agrego un artículo transitorio: En caso de duda, denuncia que nos lleva a una dictadura estilo Venezuela. Me parece oportuno, por las críticas, ataques y a veces calumnias con que, ahora con mayor intensidad, se bombardean las decisiones presidenciales; recientemente la de conferir a las fuerzas armadas encomiendas de las que anteriormente sólo se ocupaban autoridades civiles.

Esta política novedosa no es un cambio superficial. Va al fondo. Es un quiebre respecto de las ideas, juicios y prejuicios que en nuestro país se han tenido respecto del Ejército y de la Marina, en especial por lo que toca al papel desempeñado históricamente.

Hagamos un recuento. En la guerra de Independencia se enfrentaron el ejército realista organizado al estilo napoleónico y el pueblo mal armado y poco disciplinado de las huestes de Hidalgo. Con Morelos cambió la situación, este caudillo mostró ser un organizador consumado; promulgó una Constitución; organizó un gobierno, pero también ordenó al ejército insurgente y, de chusmas entusiastas, valientes y mal armadas, logró convertirlo en batallones y regimientos organizados, con los que más de una vez derrotó a las fuerzas de Calleja.

Durante las primeras tres o cuatro décadas del México independiente, las facciones armaron ejércitos y no dejaron de pelear; la chinaca roja contra la chinaca verde, pueblo armado contra pueblo armado.

La historia se llenó de crueldad y de venganzas, también de hazañas heroicas; por los conservadores el brillante Miguel Miramón preparado en el Colegio Militar, por los liberales, Jesús González Ortega, quien derrotó a Miramón en Calpulalpan y se formó en el campo de batalla; por supuesto no podemos olvidar a las guerrillas populares que a las órdenes de Ignacio Zaragoza derrotaron en Puebla a los orgullosos franceses.

Al triunfo liberal siguió un largo periodo sin enfrentamientos internos. Porfirio Díaz, quien aprendió en el campo de batalla y conoció muy bien al ejército francés, en su largo gobierno tuvo tiempo de organizar por primera vez unas fuerzas armadas con soldados profesionales y oficiales preparados; Porfirio Díaz, podemos decir, es el primer organizador en nuestro país de un ejército profesional. La Secretaría de Gobierno encargada, era la de Guerra y Marina.

Durante la revolución quedó demostrado que las fuerzas populares levantadas en armas, primero contra Díaz y posteriormente contra Victoriano Huerta, fueron superiores al ejército federal que Madero con ingenuidad no disolvió. Poco después se abrió paso una nueva idea que, como ahora, escandalizó a los críticos del cambio. En 1937, el gobierno de Lázaro Cárdenas suprimió el nombre de Secretaría de Guerra y lo sustituyó por el de Secretaría de la Defensa Nacional. Se trató de enfatizar que no somos un país preparado para la guerra, pero sí listo a defenderse si se necesita.

Con el nuevo gobierno surgido de las elecciones de 2018, el Presidente se atreve a dar un paso adelante, propone e impulsa un cambio de fondo, más allá de nombres; sustituye al Ejército que había sido frecuentemente enviado a reprimir trabajadores, romper huelgas, perseguir estudiantes, lo pone del lado de pueblo y a trabajar con la gente y para la gente.

Es una novedad. Cierto, todo cambio encuentra resistencia, pero la verdad es que tanto los soldados como el pueblo, lo ven con buenos ojos y celebran la transformación.

Quedó atrás el ejército que en el siglo XX o bien no salía de sus cuarteles o salía para hacer el trabajo sucio de los gobiernos neoliberales. Ya no están todo el día oyendo toques de clarín desde la madrugada, haciendo ejercicios militares y preparándose para el desfile del 16 de septiembre; muy loable todo eso, pero sin duda muy aburrido y ocioso.

Ahora construyen, administran, vigilan aduanas, puertos y aeropuertos; se les ve protegiendo las instalaciones de Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, y no sólo eso, a sus ingenieros se les encomiendan obras importantes de carácter civil y las llevan a buen término con la satisfacción de sentirse útiles a la nación. ¿No es eso mejor?

Muy adelantado para muchos, para la Suprema Corte que optó por la fría letra de la ley y no por el espíritu de los nuevos tiempos de transformación, una utopía en vías de hacerse realidad.

Cada vez que México ha emprendido una transformación, aparecen los obstáculos. Es natural, debemos entender que no es fácil cambiar y más difícil para quienes protestan guardar las leyes. Una reflexión de Mariano Azuela Rivera: “El ministro se llena de júbilo cuando, en algunas ocasiones, logra eludir con fino arte de prestidigitador las conclusiones de la lógica, e impartir subrepticiamente justicia salomónica.