omo todos los años en primavera, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) se han reunido para presentar sus pronósticos para este año y el próximo. Este nuevo pronóstico actualiza el ofrecido en enero de este año, a partir de consideraciones sobre los riesgos y las oportunidades que en estos momentos se le presentan a la economía global y a las economías nacionales. El dato importante de este nuevo pronóstico es que el crecimiento global será de 2.8 por ciento este año y 3 por ciento en 2024, de modo que están reduciendo ligeramente (0.1 puntos porcentuales) sus últimas previsiones.
La desaceleración se concentra en los países avanzados, particularmente en la zona del euro y en Gran Bretaña. Los países emergentes y en desarrollo, que como ha ocurrido en años recientes tienen un mejor desempeño, están acelerando su crecimiento a una tasa de 4.5 este año viniendo de 2.8 por ciento en 2022. La inflación global finalmente ha cedido, aunque menos de lo esperado, de modo que se pronostica que se reduzca de 8.7 por ciento este año a 7 en 2023 y 4.9 en 2024. En el panorama claramente dominan los aspectos negativos.
Para México, según el FMI, la situación global implica que el crecimiento este año será de 1.8 y el siguiente 1.6. Este pronóstico aumenta lo esperado en enero pasado en 0.1 puntos porcentuales. Las estimaciones del gobierno difieren significativamente, ya que esperan que este año el crecimiento sea de 2.6 y el 2024 se logre 2.3 por ciento. Estas diferencias no resultan de frivolidades, sino de consideraciones distintas sobre la manera en la que los riesgos existentes afectarán la dinámica de nuestra economía.
Uno de estos riesgos es el inflacionario y su correlato: la política monetaria. La manera en la que las decisiones de los bancos centrales afectarán la dinámica de las economías está en el centro de estas diferencias. El FMI reconoce que la inflación ha resultado rígida ya que, aunque han declinado los precios de energéticos y de alimentos, la inflación subyacente se ha revertido en la mayoría de los países. Por esto, plantea que los bancos centrales tienen que mantener una política monetaria restrictiva, lo que significa que deben seguir aumentando las tasas de interés para que la inflación regrese a los niveles deseados por esos mismos bancos centrales.
El aumento de las tasas de interés encarece el crédito, lo que afecta tanto a los usuarios privados, empresas y familias, así como a los gobiernos. Para empresas y consumidores el encarecimiento del crédito detiene proyectos de inversión y de gasto, lo que afecta la dinámica económica. Para los gobiernos, que toman crédito permanentemente tanto de entidades financieras que operan localmente como de entidades financieras internacionales, el aumento de las tasas aumenta los recursos presupuestales que deben destinarse al pago de intereses de la deuda pública, al tiempo que encarece el endeudamiento revolvente.
En nuestro caso, la deuda pública en pesos ha aumentado su costo porque el Banco de México ha aumentado las tasas llevándolas a un nivel de 11.5 por ciento anual. La colocación semanal de Cetes y de los otros valores financieros que emite el gobierno ahora tienen ese costo, en tanto que hace un año (ver anuncio de política monetaria 25 de marzo de 2022) el gobierno pagaba 6.5 por ciento. Consecuentemente, el costo actual es 76 por ciento más caro que hace un año. Por supuesto, se ha afectado también el costo de la deuda pública externa ya que las tasas de interés internacionales también han aumentado.
Sin embargo, como el gobierno mexicano no ha incrementado su deuda pública, las afectaciones presentes son manejables. Por supuesto, si las tasas tuvieran incrementos que las duplicaran en unos meses, el margen de maniobra existente desaparecería. En este punto, la recomendación del FMI es que los bancos centrales persistan en el endurecimiento de la posición monetaria. La pregunta obvia es ¿en qué medida Banco de México persistirá en sus decisiones?, o bien, como pudiera esperarse, decida detener el ciclo de incrementos. En esa decisión pudiera concentrarse la posibilidad de alcanzar un crecimiento de 2.6, o bien caer al pronóstico del FMI de 1.8.
Hay factores adicionales que mejoran la perspectiva nacional. La relocalización de empresas que se proponen aprovechar las condiciones de cercanía con la mayor economía, con quien además tenemos un tratado de libre comercio, amplían la dinámica general de la economía. Por eso, es posible que la economía mexicana termine el año creciendo 2.6 por ciento y no al 1.8 previsto por el FMI.