Opinión
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Ya nos agarró el algoritmo
N

os agarró el algoritmo, no habrá superhéroe capaz de salvarnos. En sus garras Godzilla devora a sus hijos y se ríe de Goya con todas sus ganas, cualquiera diría que lo odia, aunque el pintor nacido en Fuentedetodos sea su profeta más distinguido en estos dos o tres siglos de pánicos colectivos.

Pero no se asusten, lo hace suavecito. El algoritmo es un señor con muchos talentos. Me lo encuentro bastante seguido, pero como no hemos sido presentados, no lo saludo. Sé que sirve para todo y responde cualquier pregunta, instalado en espacios matemáticos donde se desenvuelve a sus anchas gracias a la amplificación que proporcionan las computadoras, estupendas aliadas de sus proezas.

Ya nos repartieron ficha para girar en el entramado de abalorios nanométricos donde nuestras coordenadas existenciales se definen en datos duros y los cuelgan de una nube a que se sequen.

Una explicación que no entiendo, pero eso a nadie importa, dice que todo algoritmo calcula y resuelve una función donde cada número natural codifica el problema. Pues en eso nos hemos convertido: en el problema. Problema el indocumentado, problema el joven, el anciano, el cliente, el paciente, el desempleado, las muertas y desaparecidas, los pobres, los rechazados, los desplazados. Quién que es no es un problema.

Nomás que ahora nos cayó el algoritmo. Lo encontramos hasta en la sopa. Su presencia en todos los recodos de la vida posibilita el descarado saqueo de nuestras necesidades, no sólo las fisiológicas; pulsión, deseos y antojos son también presas del algoritmo. El que aplica el algoritmo nos domina. Estas palabras y usted que las lee, o no, así como su reacción, si alguna, serán devoradas por el algoritmo, que algo extraerá de ellas y escupirá el bagazo.

Alguien ironizaba: El algoritmo es Dios. Lo ha de ser para quien lo necesite de ese modo. Tan ineludible como intangible, reñido con la lógica que dice representar, ha impuesto su realidad mediante emociones baratas y somete las sutilezas a un deux ex machina despiadado y pragmático.

Tremendamente útil para la ciencia, séptimo pilar de la sabiduría, guía la permanente búsqueda intelectual, mecánica o bélica de nuevas posibilidades para poderes que sólo quieren más poder. En su frialdad innumerable decide, si se lo plantean, quién vive y quién muere, sin ninguna consideración sensible. Tiene el color de todos los atajos.

Auxiliar para el tratamiento de las enfermedades económicas y electorales, el algoritmo desatado y sus consecuencias infinitas han tomado a la civilización humana por asalto para hacerla más predecible que las hormigas. Alimenta cualquier escenario de guerra y control social. Pronto delegaremos su uso a la inteligencia artificial, la nueva madre universal del algoritmo.

Al algoritmo le gusta dar buenas noticias. Más rudimentario que la dialéctica, se inclina por el lado positivo de sus incesantes cuestiones. Pero está tan atrapado como Sísifo en la siguiente disyuntiva. Y la siguiente. El futuro es binario hasta el infinito.

Que quede claro que no hablo desde la lucidez matemática, de la que ignoro todo, ni desde las utilísimas aplicaciones del sistema que nos administra cotidianamente. Lo hago desde un artefacto textual fantasioso por insignificante, o, en el mejor de los casos, aproximado. Carezco de fuentes confiables y cito mal lo que debería tener tatuado en la memoria. El futuro tiene cada día menos futuro y más pasado. Isaac Asimov y Phillip K. Dick se han vuelto costumbristas. El algoritmo lo sabe, como todo dios omnipresente e indiferente.

Puestos a calcular el alcance de estas palabras, escritas a mano con una taza de café al lado, sabremos de antemano que llegarán fatalmente a un punto final aunque lo disimulen con puntos suspensivos. El algoritmo, que nada deja inconcluso, se adueñará de ellas. Avanza como un tractor, como una mancha veloz, buscando a cada paso un arcoíris de posibilidades que desechar, borrón y cuenta nueva. Ánimo, volvamos a empezar.

No para ni duerme, se infiltra donde nadie lo llama y adonde vaya suelta en el aire su droga. ¿Será el algoritmo una creación diabólica de la esperanza? Pandora (bella, malvada y tonta) la dejó al final. Para Camus, la más calamitosa y duradera de todas las maldades contenidas en su caja. Según el Diccionario de la mitología clásica, de Falcón Martínez, Fernández-Galiano y López Malero (1980), la esperanza, con sus consejos falaces y sus pobres consuelos, impide a los humanos suicidarse.

En una escala que supera mis limitaciones mentales, presumo que el algoritmo sólo se detendrá cuando no quede ya nada qué calcular, nada qué resolver, y su indiferencia sea recompensada con un retiro tranquilo y ocioso en compañía de los dioses y diosas que lo antecedieron. Posiblemente sea el último dios, el definitivo. A las divinidades clásicas y tradicionales se les rezaba, veneraba, rogaba o pedía perdón. Al algoritmo se le apuesta. Por eso tenemos más casinos que templos. Y más bombas.