ada mejor para la Semana Santa que entrevistar al padre Manuel Rodrigo Zubillaga Vázquez, capellán de adolescentes privados de libertad o en situaciones de riesgo para su vida, muchachos que han sido detenidos en algún Centro Especializado de Internamiento Preventivo para Adolescentes (Ceipa) con el fin de que puedan vivir dentro de una estructura que los limite, los proteja, les dé horarios y también la seguridad de techo y comida.
–Los centros dependen de la Dirección General que pertenece a la Secretaría de Seguridad Pública del Gobierno de la Ciudad de México. La idea es ayudar a los muchachos a resarcir sus derechos, porque el concepto jurídico es que cometieron un delito en buena parte porque a ellos se les han violentado sus propios derechos de educación, salud y protección.
–Esos centros, ¿son cárceles, padre?
–Técnicamente, no son cárceles; además, los adolescentes, biológicamente hablando, tienen un subdesarrollo del lóbulo cerebral frontal que causa que no midan las consecuencias de lo que hacen; no se dan cuenta en lo que se están metiendo; entonces su ignorancia mitiga su acción, por eso se les llama centro especializado de internamiento preventivo; es decir, que se les detuvo violando alguna ley, cometiendo un delito.
–¿En qué consiste su castigo?
–Se les remite a un Ceipa, donde se les abre una carpeta judicial; ahí pueden permanecer tres, cuatro, siete meses hasta que el juez dicta sentencia, y cuando lo hace, salen en completa libertad o con medidas cautelares; por ejemplo, si el chico robó una motocicleta y ésta vale 15 mil pesos, la familia tiene que devolver los 15 mil pesos.
–Si es que hay una familia…
–El muchacho que delinquió debe cumplir ciertas medidas que dicta el juez. Tiene que ir al Injuve, tiene que hacer la secundaria...
–¿Y si no ha hecho ni la primaria?
–Entonces, tiene que hacer la primaria. En algunos casos, la resolución del juez es privarlo de libertad por uno, dos, tres, cuatro hasta máximo cinco años. Entonces pasa al centro que está en San Fernando, en Tlalpan, una estructura grande. Ahí permanece equis tiempo.
–¿Y las mujeres?
–Hay un centro que es para mujercitas, que sigue las mismas medidas de internamiento preventivo…
–¿También está situado en Tlalpan?
–Está sobre el Periférico, cerca del Tec; esa estructura es muy grande. Ahí las mujeres esperan su liberación y se les organizan actividades: deportes, costura, etcétera. Actualmente, hay pocas mujeres en ese centro y su edad va de 14 a 19 años y meses; incluso llegan a los 19. Después de esa edad, las remiten a un reclusorio.
–¿Hay mejor trato para las mujeres?
–Los jóvenes, ya sean varones o mujeres, son personas con historias personales muy duras, difíciles, terribles: la mamá está presa también en Santa Martha Acatitla por equis razones, el papá es alcohólico y la abuela epiléptica... por ejemplo. Acabo de estar con uno que creció con su abuelito, pero éste murió en condiciones de mucha pobreza; entonces, en buena parte, cuando alguno de estos chavos entra al sistema de detención está mejor ahí que en la calle.
En nuestros centros los adolescentes tienen comida, hay aseo, entretenimiento, compañía, porque la soledad es muy dura, sobre todo cuando eres joven. Varía el tono y la forma de cada uno de los males de los jóvenes que entran a los centros, pero éstos son una ventaja para jóvenes delincuentes.
–¿Cuántos centros hay?
–Seis en la Ciudad de México. Hace 40 años yo trabajaba en una parroquia con chavos banda. Empecé en los años 80; nuestra organización es chiquita, pero ha sobrevivido cuatro décadas. La fundé en la parroquia y se llama El Cejuv, Centro Juvenil de Promoción Integral.
–¿Es una asociación civil?
–Sí, y esa instancia me ha permitido ayudar en los centros en diferentes servicios. Tenemos programas dedicados a las habilidades blandas
; por ejemplo, tenemos un taller de meditación con un guía que les ayuda a contener las emociones.
–¿Se trata de sicoanálisis?
–No, es una técnica de contención de emociones: ayudar al adolescente para que sea capaz de mantener ideas positivas, tranquilizarse, serenarse, no dejarse llevar por impulsos ciegos; ese es un taller cotidiano que ha dado muy buenos resultados. Tenemos otro de producción de audios, de pódcast, muy simpático, en el que los muchachos diseñan el tema, hablan con mucha libertad, se graban programas y están en Spotify. Tenemos taller de música y apreciación musical; otro de habilidades digitales, les pudimos montar un aula con computadoras... Un tiempo tuvimos un taller de teatro, pero decidimos hacerlo en otro centro, porque en el nuestro los muchachos cambiaban mucho, entraban y salían, y no se pudo consolidar un grupito estable, pero esa es una buena actividad que da resultados notables, porque enseña a los chavos a expresarse. Todos mis maestros talleristas son profesionales, se les paga, la asociación civil les paga. También tenemos, junto con la asociación, pero distinta, una capellanía, eso es más religioso, pastoral, se llama Capellanía Esperanza; pudimos construir una capilla, y otra está en proceso de construcción.
Tenemos experiencia en tratamiento de adicciones, todo lo que podrían ser las comunidades terapéuticas. Tuvimos una que se llama Hogar Integral de Juventud, para atención de farmacodependientes, y llegó a ser un proyecto muy significativo, ahorita es más autónomo. El trabajo de la recuperación de las adicciones es muy difícil, se requiere mucha paciencia; estoy convencido de que hacen falta las comunidades terapéuticas, porque está comprobado que la efectividad para recuperar a los adictos está en esas comunidades, y en la Ciudad de México casi no hay opciones, y las que hay son caras.
–Oceánica funcionó para los jóvenes que podían pagarlo. Sus padres los mandaban y algunos se quejaron de que los dejaban demasiado tiempo frente a la televisión y que no tenían suficientes entrevistas con médicos, que el tratamiento dejaba mucho qué desear y se sentían abandonados, ¿sí o no?
–Sí, creo que esas comunidades sirven para desintoxicar al adicto, pero la adicción no tiene como problema principal el consumo de las sustancias, sino el de estructura interna de personalidad. Es poco probable que un adicto por dejar de consumir se va a curar.
“Los procedimientos prolongados al menos duran de ocho meses a un año. Importa mucho la terapia grupal, no sólo la individual; el grupo jala y son pares que han tenido los mismos problemas; la autoayuda ejerce un poder importante.
“A un muchacho de éstos es muy difícil que no lo cachen en su mentira otros que han vivido lo mismo... Los adictos suelen decir mentiras: ‘Me drogo porque mi padre era alcohólico y yo sufría mucho por lo que me hacía..’, es cierto, pero lo enfatiza porque es muy hábil y está ocultando sus responsabilidades.”