a tan traída y llevada relocalización de la industria, en gran medida propulsada por vectores geopolíticos, más que por los hados de una globalización recluida por sus crisis y pandémicos sobresaltos, requiere atención cuidadosa como bien lo señala Clara Jusidman en Los riesgos sociales del nearshoring
(La silla rota, 29/3/2023):
“México está en el ojo de la nueva tendencia del nearshoring sin una estrategia que le permita aprovecharla en beneficio de una población tan carenciada como la nuestra (...) Desde una perspectiva humana, lo que podría ocurrir con la relocalización de empresas en México confirmaría mi predicción de hace 20 años, cuando señalé que Ciudad Juárez era una ventana hacia el futuro del país. En esa ciudad se vivía un nuevo auge de las empresas maquiladoras con una fuerte demanda de trabajadoras y la aparición del homicidio de mujeres por razones de género, posteriormente nombrados como feminicidios”.
Nos recuerda la investigadora y activista social que “en 2001-2003 un grupo de organizaciones civiles realizamos un primer estudio socioeconómico para conocer las causas y los efectos de las violencias en esa ciudad (…) se hizo evidente el enorme descuido de los gobiernos y la gran irresponsabilidad de las empresas, al no prever los requerimientos (…) a partir de la migración de miles de personas en busca de oportunidades laborales y de ingreso (…) con recursos de los programas sociales se construyeron parques industriales para atraer inversiones. Se desatendió completamente el desarrollo de viviendas dignas, servicios urbanos (calles, agua, drenaje, alumbrado, energía) escuelas, guarderías, estancias infantiles, servicios de salud y de transporte.
“Los partidos políticos promovieron invasiones de tierra, las viviendas se construían con desechos de las plantas maquiladoras. Las mujeres trabajadoras se tenían que trasladar al centro de la ciudad y de ahí tomar camiones para acudir a sus centros de trabajo. En esos traslados desaparecían algunas, otras eran violadas y otras más asesinadas.
La ciudad duplicó su población en pocos años, 50 por ciento eran migrantes. Debido a la especulación del suelo, Juárez creció horizontalmente haciendo los traslados más prolongados. Los adolescentes abandonaban los estudios en la secundaria para esperar, sin mayor ocupación, cumplir 16 años a fin de entrar a la maquila. Paulatinamente fueron reclutados por los cárteles de la droga.
A la luz de las realidades que se padecen en la ciudad fronteriza, no es exagerado afirmar que aquella historia, vista en su momento con claridad y contada con angustia por Clara Jusidman y sus colaboradores, sigue a la espera de ser entendida y atendida.
Atropellada por las prisas y las euforias, las irresponsabilidades y miradas cortas que se disputan el papel estelar de una nueva y más que triste versión de Bienvenido Mr. Marshall, la región norte de México puede reproducir a escala ampliada aquellos nublados panoramas de muerte y desolación que cayeron inclementes sobre Ciudad Juárez y aquellas mujeres pioneras de un reclamo mayor de justicia y progreso compartido.
Sus hijos, como lo sugiere el relato de Clara, no sólo abandonaron tempranamente sus estudios, sino que, en algunos casos, cayeron en las garras del crimen organizado. Jóvenes que, frente a un futuro incierto y triste, prefirieron tener dinero y poder
algunos años sabiendo que la suya probablemente sería una muerte temprana y, en muchos casos, violenta y cruel.
La educación de los nuevos gobernantes en estas ominosas tragedias de nuestro desarrollo nunca es ni será tarea inútil. La pedagogía que pueda desplegarse con esos fines debe ser portadora de destrezas y sensibilidades. Hasta ahora no hay mayor prueba, esperemos que haya tiempo.
Por lo pronto, gracias a Clara por esta generosa incursión memoriosa que he citado sin plagio alguno.