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Librería Antigua Madero, un legado vivo
C

onvirtió el espacio en uno de intercambio de conocimiento y amor por los libros antiguos. Así lo comunicó el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura al informar acerca del fallecimiento, el 8 de marzo de 2021, de Enrique Fuentes Castilla, propietario y director de la Librería Antigua Madero.

El de don Enrique fue un bello proyecto de vida con profundas repercusiones culturales. Desde que adquirió la librería, en 1989, paulatinamente la transformó en lugar para adquirir obras antiguas, sobre todo de historia mexicana. Al fallecer, el rico y especializado catálogo de la Librería Antigua Madero podría haber sido adquirido por alguna biblioteca estadunidense, tal vez la Nettie Lee Benson (Universidad de Texas en Austin), y así perder el país joyas bibliográficas, como tantas otras que por distintas vías han ido a engrosar el acervo de poderosas universidades extranjeras. En el caso de la Madero no fue así, por lo que debemos congratularnos.

En una pequeña nota de Fabiola Palapa Quijas, La Jornada dio una gran noticia: Tras la firma de un convenio con la familia de Enrique Fuentes Castilla (1939-2021), quien fue director de la mítica Librería Antigua Madero, la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ) recibirá el acervo de ese faro de conocimiento y saber, así como sus muebles, para crear el Fondo Librería Madero-Don Enrique Fuentes. Los libros y mobiliario tendrán un lugar especial en la biblioteca de la UCSJ, la cual será remodelada para dar cabida al fondo que dejó don Enrique.

La Antigua Madero estuvo bajo la dirección de Fuentes Castilla por 32 años. Él agregó al nombre lo de antigua, porque al trasladarla del sitio donde fue abierta en 1939 quiso que hubiese continuidad con la librería original. La Librería Madero abrió sus puertas en el número 12 de la transitada calle de la que tomó el nombre, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el año en que nació don Enrique. Los primeros propietarios fueron Tomás Expresate, Enrique Naval y Ana María Cama, la hija de don Tomás, Neus, junto con Vicente Rojo y José Azorín fundaron Ediciones ERA en 1960, cuyo nombre se formó con la primera letra del apellido de los tres mencionados.

La Librería Madero debió ser trasladada por el alto costo de sostenerla en la bulliciosa calle, la más transitada peatonalmente de América Latina, y su nuevo lugar, la Casa de la Acequia, situada en la esquina de Isabel la Católica y San Jerónimo, enfrente de la plaza de Regina, lo describió Ángeles González Gamio: “La hermosa casona del siglo XVII tiene rica historia que inició desde la época prehispánica, en que eran un par de torreones de vigilancia de una de las principales acequias de Tenochtitlan […] Para mediados del siglo XX la casona se había convertido en una vecindad de rentas congeladas. Fue en los años 80 del siglo pasado cuando la adquirió un devoto del Centro Histórico, quien la restauró magníficamente y la dio en comodato al Ateneo Español […] Ahora una parte la ocupa la que actualmente lleva el nombre de Antigua Madero Librería. Al cruzar el umbral se traslada uno al siglo XVIII con sus techos altos, envigados y bellos libreros de caoba y cedro blanco de Chiapas” (https://www.jornada.com.mx/2012/11/11/opinion/030a1cap).

En 2012 Caja de Cerillos Ediciones, proyecto encabezado por Andrea Fuentes Silva (hija de don Enrique), publicó un hermoso libro, Antigua Madero Librería: El arte de un oficio, en el que colaboraron varios escritores con palabras de reconocimiento y encomio a la denodada labor de Fuentes Castilla. Él era, rememora Adolfo Castañón, un buen librero, y como tal, “capaz de poner en acción sus redes de pescador avezado para atraer la presa codiciada por el comprador leyente. El librero es como un pescador que vive y sueña de cara al mar de los libros: muy temprano ha de levantarse y madrugar como un campesino para llegar a buena hora a esos mercados de cosas usadas que se instalan en algunos puntos de la ciudad o para alcanzar los basureros a donde van a dar libros y papeles […] Su saber y su eficacia, su buen humor e ingenio le han espolvoreado un poco de felicidad y ajonjolí al cotidiano plato de nuestras anónimas lentejas, es decir al libro nuestro de cada día”.

La librería que amorosamente cultivó don Enrique no se irá del todo. Es verdad que debió cerrar puertas, y con ello hacer más difícil la obtención de quienes buscan libros antiguos sobre temas mexicanos. Pero algo queda, el remanente bibliográfico heredado por él venturosamente ya es reguardado, y esperamos que pronto exhibido, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, muy cerca de donde estuvo la Antigua Madero. Así no se perderá, como sí aconteció con otras dos librerías icónicas, la Zaplana, en San Juan de Letrán 41, y la de Cristal (también conocida como la Pérgola, a un costado del Palacio de Bellas Artes). El de don Enrique es, felizmente, un legado vivo y palpitante, muchas gracias.