omo lo mostramos en nuestra entrega anterior (https://www.jornada.com.mx/2022/ 09/20/opinion/017a2pol), estamos ya en una nueva era del conocimiento integrado e integrador. Hoy la ciencia vive una crisis y un cambio de paradigma, donde la interdisciplina que obedece a la necesidad de articular conocimientos más integradores o generales tras muchas décadas de especialización, se ha convertido en una práctica común de las exploraciones científicas. Pero este impulso contra la fragmentación del conocimiento que es exclusivo de la ciencia ha dado un paso más, y ahora busca abarcar también al arte, a la filosofía y a las humanidades. Es lo que se conoce como transdisciplina.
La transdisciplina busca armar proyectos para solucionar problemas en los que participen científicos y técnicos, artistas, filósofos (incluyendo teólogos) y los afectados mismos, con sus propios saberes y experiencias. Se trata de acciones multiactorales y multiculturales. Se trata de trascender los límites de la ciencia, es decir, considerarla una manera más, no la única, de aprehender la realidad, y de generar un conocimiento emergente que implique a toda una gama de actores. Su origen formal se remonta a la llamada Carta de la Transdisciplinariedad
(Convento de Arrábida, Portugal, 1994), que emitió un conjunto de principios fundamentales y un contrato moral que todo signatario hizo consigo mismo, fuera de toda coacción jurídica e institucional. La declaración fue signada por 60 intelectuales, entre los que destacan Edgar Morin y Basarab Nicolescu, e incluyó seis supuestos y 14 artículos cuya clarividencia merece mucho ser conocida (ver: https://www.academia.edu/29980127/ Carta_de_la_transdisciplinariedad). Algunos de sus preceptos más brillantes, considerando que fueron formulados hace casi 30 años, son los siguientes:
“La proliferación actual de las disciplinas académicas y no-académicas conducen a un crecimiento exponencial del saber que hace imposible toda mirada global del ser humano… Sólo una inteligencia que dé cuenta de la dimensión planetaria de los conflictos actuales podrá hacer frente a la complejidad de nuestro mundo y al desafío contemporáneo de la autodestrucción material y espiritual de nuestra especie… La vida está seriamente amenazada por una tecnociencia triunfante, que sólo obedece a la lógica horrorosa de la eficacia por la eficacia… El crecimiento de los saberes, sin precedente en la historia, aumenta la desigualdad entre aquellos que los poseen y los que carecen de ellos, engendrando así desigualdades crecientes en el seno de los pueblos y entre las naciones de nuestro planeta”.
Hoy casi tres décadas después, la transdisciplina aparece cada vez con más frecuencia de manera implícita o explícita, pues muchas iniciativas y proyectos que son de carácter transdiciplinario se desarrollan sin saberlo. Hoy existen revistas sobre el tema y se han realizado ya varios encuentros internacionales. Entre los autores que han escrito sobre el tema se pueden citar a M. Max-Neef, Tomás Rodríguez-Villasante y especialmente a B. Nicolescu, quien ha escrito un Manifiesto por la Transdisciplina. Termino este breve artículo citando a ese último autor en su visión optimista sobre el papel del conocimiento:
“Por primera vez en su historia, la humanidad tiene la posibilidad de autodestruirse, completamente, sin ninguna posibilidad de regreso. Esta autodestrucción potencial de la especie humana tiene una triple dimensión: material, biológica y espiritual. Paradójicamente, todo está listo para nuestra autodestrucción, pero a la vez todo está también en su lugar para una mutación positiva, comparable a las grandes vueltas de la historia. El desafío de autodestrucción tiene su contrapartida de esperanza, de autonacimiento. El desafío planetario de la muerte tiene su contrapartida en una conciencia visionaria, transpersonal y planetaria, que se nutre del crecimiento fabuloso del saber. Los investigadores transdisciplinarios aparecen cada vez más como encausadores de la esperanza ”.