oyce Carol Oates, prolífica escritora estadunidense, autora de Blonde, novela de casi 800 páginas basada libremente en la vida de Marilyn Monroe, es tajante en sus declaraciones a la revista The New Yorker: Desde la aparición del movimiento MeToo la gente muestra mayor atención a la manera en que son tratadas las mujeres
.
Tal pareciera ser, en principio, el caso del realizador neozelandés Andrew Dominik, quien a partir de aquel relato homónimo escribe y dirige Blonde (Rubia, 2022), cinta en la que señala de modo insistente la cadena de abusos e infortunios que padeció la estrella hollywoodense por personajes masculinos (productores de cine, amantes y cónyuges, e incluso un presidente) durante su fulgurante carrera fílmica de poco más de una década (años 50), interrumpida por su misteriosa muerte a los 36 años.
Una generación joven que desconoce buena parte de la filmografía de Monroe no tendrá manera de contrastar la imagen tremendista que del personaje ofrece la película Blonde, largo martirologio apegado a la realidad de una existencia desdichada, pero muy omiso de otros aspectos de la personalidad de la estrella que la muestran dentro y fuera de la pantalla como una persona risueña, inteligente y emprendedora.
Esta complejidad de la actriz y símbolo sexual estadunidense, brillantemente capturada por el escritor Norman Mailer en Marilyn: una biografía (1973), está muy alejada del retrato unidimensional y patético que ha elegido diseñar el director y guionista Andrew Dominik, cuyo eje narrativo es la obsesión de la joven por una figura paterna que procura rescatar y reproducir en cada una de sus parejas (lágrimas y daddies
ad nauseam).
Desde las primeras secuencias de la cinta, la infancia de Norma Jean Baker, nombre original de la artista, semeja un verdadero relato de horror protagonizado por una niña abandonada por su padre y objeto inerme de la violencia de una madre alcohólica y esquizofrénica que descarga sobre ella todas sus frustraciones. Un salto de 20 años la muestra de nuevo maltratada, ahora por un productor, Mr. Z (alusión al magnate Darryl F. Zanuck ), quien luego de violarla le facilita el ingreso a Hollywood en papeles primero secundarios que pronto se volverán estelares al quedar asentada su imagen final y muy comercializable de joven rubia tonta.
Desde su título, Blonde acentúa el imperativo que suponía para Marilyn Monroe ser fiel en todo momento a una apariencia física irreprochable, admitir sin reparos su nueva calidad de fetiche erótico y objeto maleable de los caprichos de sus parejas masculinas –Joe DiMaggio (Bobby Cannavale) o Arthur Miller (Adrien Brody)–, presentadas como emblemas del abuso físico o moral, respectivamente.
Un acierto novedoso de la cinta fue escoger, para interpretar a Marilyn, a una actriz de origen cubano, Ana de Armas, alejada del ideal anglosajón de belleza femenina que siempre ha explotado Hollywood. Otro, haber incluido esa figura en la reconstrucción de escenas emblemáticas de Marilyn Monroe en Una Eva y dos Adanes o Los caballeros las prefieren rubias, sin que el montaje se antoje arbitrario.
Esa sutileza está desafortunadamente ausente en secuencias tan grotescas como la que exhibe la humillación sexual que sufre la actriz por parte de un Kennedy (Caspar Phillipson) cínico y vulgar, o en imágenes fantasiosas como la de un feto humano que reprocha de viva voz a Marilyn haber aceptado un aborto a cambio de un papel protagónico. Añádase a ello la metáfora visual poética
del filo de una sábana volviéndose cascada para anunciar Torrente pasional (Niagara, Hathaway , 1953) o la constelación estelar que se transforma en carrera de espermatozoides en busca de un óvulo, y resulta fácil concluir que cualquier supuesto delirio de Norma Jean –producto del dolor, la droga o el alcohol– merecía ilustraciones menos burdas o ingenuas.
Esa vocación de exceso precipita a la cinta en un melodrama sensacionalista, una corona de lágrimas que poca justicia hace a la diligente actriz admiradora del teatro de Chéjov y deseosa de afinar su oficio en su paso por el Actors Studio de Lee Strasberg.
En algunas escenas emotivas, como la audición de Norma Jean para un primer papel, la talentosa actriz Ana de Armas rescata de ese personaje toda la sobriedad y profesionalismo que el resto de la cinta se empeña en escatimarle. Por lo demás, ningún personaje femenino acompaña solidariamente a la fragilísima ninfa rubia asediada por una manada de depredadores sexuales o por periodistas inclementes.
El espectáculo de una irresistible degradación moral parece importar más aquí que el justo equilibrio entre la vitalidad exuberante que ciertamente tuvo Norma Jean y el destino trágico que engolosinadamente detalla Andrew Dominik. Paradoja e ironía: seis décadas después, la figura pública de Marilyn Monroe sigue siendo objeto de una vieja explotación mediática y sexual, hoy apenas maquillada.
Blonde es un estreno de la plataforma Netflix.