e entrada cabe precisar que Moonage Daydream (2022), documental muy híbrido del estadunidense Brett Morgen sobre el ícono de rock David Bowie, no es una biografía fílmica convencional, al estilo de Control (Anton Corbijn, 2007), sobre el cantante post-punk Ian Curtis de la banda Joy Division, o de Rapsodia Bohemia ( Singer, Fletcher, 2018) sobre Freddy Mercury del grupo Queen, o de Rocketman (Dexter Fletcher, 2019), sobre la vida pública y privada de Elton John. En palabras del realizador de esta nueva cinta, Bowie no puede ser definido, sino sentido
, y esa sensación singular es la que pretende transmitir esta película en términos de una inmersión visual exuberante con el respaldo de un material de archivo en gran parte inédito. Hace apenas dos años, la cinta de ficción Stardust, de Gabriel Range, esbozaba la biografía del artista inglés centrando la atención en su estrafalario álter ego Ziggy Stardust, uno de los nombres artísticos que Bowie utilizó a lo largo de su carrera. La cinta, disponible hoy en la plataforma digital de Amazon, fue mal recibida por la crítica inglesa, pero más aún por los herederos del artista quienes la tacharon de superficial e inexacta. Una vez que estos últimos tomaron la decisión de abrir los copiosos archivos del cantante, el director Brett Morgen ( Cobain: Montage of Heck, 2015) tuvo libre acceso a ellos, pudiendo así elaborar una novedosa y arriesgada interpretación del itinerario artístico del ídolo británico.
Desde sus primeras imágenes, la cinta alude a la atracción que sobre Bowie ejercían el cosmos y no pocos fenómenos esotéricos, mostrando una mujer con misteriosa cola de animal caminando sobre la superficie de la luna en una fantasía, entre vigilia y sueño, que remite a la canción que da título a la película. Lo notable después es la manera en que el director refiere, sin un juicio personal, las veleidades ideológicas del propio Bowie, quien, se sabe, transitó de posturas políticas juveniles reaccionarias (más tarde renegadas) hasta una reputación de ícono rebelde y transgresor de los valores establecidos. Todo ello mediante la reivindicación, muy incómoda para los espacios mediáticos de los años 70, de una libertad total en la apariencia física –vestimentas estrambóticas, maquillaje policromático, glamur desbordado– que impondría una moda de look andrógino que se anticipó con mucho a las expresiones disidentes de un género no binario. Esto queda ya de manifiesto en las entrevistas polémicas y divertidas que concede Bowie a presentadores de televisión de la talla de Dick Cavett, donde se muestra a la vez tímido y locuaz, provocador e ingenioso. Soy un heterosexual de clóset
, llega a declarar para burlar con ironía a una prensa voyeurista. Sus fans se identifican de inmediato con el personaje camaleónico que continuamente cambia de identidad y rostro, y que sin rodeos se asume como bisexual, volviéndose al inicio de su carrera una caja de resonancia de las inquietudes y reclamos juveniles en una época de gran efervescencia política y sexual.
Son muy variadas las facetas que el documental ofrece de la vida artística de Bowie, desde sus presentaciones en conciertos masivos hasta su íntima labor creativa como pintor y videasta experimental, coleccionista de arte, o su trabajo en teatro y cine. Habría sido oportuno incluir información visual sobre su participación en la puesta teatral en Broadway de El hombre elefante, en 1980, o su colaboración con los cineastas Nicolas Roeg ( El hombre que cayó a la tierra, 1976), Tony Scott ( El ansia, 1983) o Nagisa Oshima ( Furyo, 1983), experiencias actorales a las que apenas se alude en la cinta. A pesar de las ocasionales referencias al clima cultural de la época, no es precisamente el deseo de contextualización social lo que interesa al director del documental, sino algo más difuso y azaroso: la pretensión de restituir la esencia misma de la sensibilidad artística de David Bowie por medio de un montaje de imágenes y animaciones donde cuenta menos la continuidad cronológica o los señalamientos puntuales de una biografía, que la captura del propio impulso de creación artística polimorfa que Bowie sostuvo durante poco más de cinco décadas. Moonage Daydream es una apuesta de autor un tanto temeraria que lejos de ser ocurrencia caprichosa es un tributo fiel al mayor antihéroe del viejo y siempre disruptivo rock británico.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 21 horas.