omo se temía en un principio, los premios del festival en un aniversario especial estuvieron plagados de desproporciones. El solo hecho de que Pornomelancolía, del argentino Manuel Abramovich, ganara el premio a mejor fotografía con su calidad visual digna de un celular, ya indicaba que el camino de las demás Conchas iba a ser tortuoso. (Se nota que el productor argentino Matías Mosteirín metió mano negra, al suplir como presidente del jurado a Glenn Close).
Luego los premios de interpretación parecían dignos de un fin de fiesta preparatoriano. Primero la Concha de Plata a la mejor interpretación de reparto para Renata Lerman, por su olvidable papel en El suplente, del también argentino Diego Lerman (padre de la niña, claro). Luego la española de 14 años Carla Quílez, por La maternal, de Pilar Palomero, y el adolescente francés Paul Kirchner, de Le lycéen, de Christophe Honoré, repartiéndose el de mejor interpretación protagónica.
Un poco de sentido tiene el premio a mejor guion para la película china Una mujer, de Wang Chao. Pero la Concha de Plata a la mejor dirección del japonés debutante Genki Kawamura por Cien flores se antoja una incongruencia. Y mejor ni hablemos del Premio Especial del Jurado para Runner, de la estadunidense Marian Mathias. (Si han estado leyendo mis anteriores crónicas, recordarán que ambos títulos me resultaron poco memorables).
Eso sí, me parece digno de festejo la Concha de Oro para Los reyes del mundo, segundo largometraje de la colombiana Laura Mora (en el que figura México como país coproductor) porque ese road movie sobre unos jóvenes callejeros en busca de un terruño dudoso, tenía fuerza visual en su determinismo trágico. Se trata de la primera película de Colombia en llevarse dicho premio en la historia del festival.
Por supuesto, The Wonder ( El prodigio), del chileno Sebastián Lelio, fue ignorada completamente por el jurado, a pesar de ser una de las realizaciones más sólidas del festival.
Pero ya en plan chovinista, dentro de los premios no oficiales, el que más gusto me dio fue el de la Agencia de Cooperación Española (AECID) para Ruido, tercer largometraje de la mexicana Natalia Beristáin. Sin embargo, el de Horizontes Latinos fue para la costarricense Tengo sueños eléctricos, de Valentina Maurel.
En cuanto a premios del público es interesante constatar, dado el fervor de los espectadores donostiarras, que el de mejor película europea fue para la española As bestas ( Las bestias), de Rodrigo Sorogoyen, y el de mejor película a secas para Argentina 1985, del argentino Santiago Mitre, estrenadas en Cannes y Venecia, respectivamente.
Quien esto escribe formó parte del jurado de Fipresci, organismo internacional de la crítica, que le dio su premio a Suro, del vasco Mikel Gurrea. Y no debe extrañar que el premio Irizar al Cine Vasco fue para la misma película.
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