in duda, el festival donostiarra es el escaparate más importante de cine español en el mundo. Por eso, hay cuatro películas locales en competencia. Me falta comentar tres de ellas. La primera fue Girasoles silvestres, del imprevisible Jaime Rosales, conocido en México por sus primeras obras minimalistas como Las horas del día (2003) y La soledad (2007).
En este caso, el cineasta catalán explora la vida sentimental de Julia (Anna Castillo), una madre soltera, a lo largo de sus relaciones con tres diferentes parejas. La primera es con Óscar (Oriol Pla), un narcisista bordeando en la sociopatía que emplea una seducción exprés para engatusar a la mujer. El asunto termina cuando se da el abuso físico en un pleito. Las otras dos relaciones son más normales, aunque disfuncionales en su propio derecho. Marcos (Quim Ávila) es el padre de los dos niños y Alex (Lluís Marquès) parece ser el más perdurable.
El sentido de la observación de Rosales está intacto, aunque su personaje más memorable, el de Óscar, no vuelve a aparecer. Es un pringoso, como dicen aquí, pero se extraña su manía. Y la película pierde intensidad con su ausencia.
Otro título meritorio es La consagración de la primavera, tercer largometraje de Fernando Franco, que aborda un tema poco común, la sexualidad de los discapacitados. La protagonista es Laura (la debutante Valèria Sorolla), una estudiante de química algo tímida en eso de buscar pareja; accidentalmente, ella conoce a David (Telmo Irureta), un joven afligido por parálisis cerebral. Por medio de su madre (Emma Suárez), Laura acepta ser la asistente sexual de David y proporcionarle placer a cambio de dinero.
Franco aborda la espinosa situación con delicadeza y rigor. Gran mérito tiene Irureta en construir un personaje encantador, cuyo sentido del humor deriva de la aceptación de sus limitaciones. La consagración de la primavera no es una gran película, pero encuentra en la discreción su mayor virtud.
La tercera es Suro, ópera prima de Mikel Gurrea, quien juega de local en más de un sentido pues es oriundo de Donostia. Curiosamente la película no está hablada en euskera, sino en catalán porque en esa región se sitúa la acción: una pareja (Vicky Luengo, Pol López) recibe como herencia un caserón dilapidado en medio del bosque. Ellos deciden hacerla su hogar para tener a su primer hijo e integrarse a la comunidad, que vive de la explotación del corcho.
Sutilmente, Gurrea expone cómo personajes en teoría progresistas y liberales acaban comportándose como terratenientes, dispuestos a contratar a trabajadores ilegales y otras prácticas indeseables. Por supuesto, dichas contradicciones son causa de conflicto.
Si bien no todo funciona en Suro y la estructura narrativa carece de solidez, se puede adivinar que el joven realizador tiene un futuro promisorio.
El cuarto título español, La maternal, de Pilar Palomero, ya la comenté hace unos días y me parece la menos afortunada de todas. Ya veremos mañana cuál de ellas logró convencer al jurado.
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