orge Fons, nacido en 1939, encarna las mejores virtudes del cine mexicano en el pasado medio siglo. Sobrio y preciso en su narración, casi siempre literaria a la John Huston, del principio al fin de su carrera supo ser fiel a una estética, una actitud moral y un compromiso de denuncia volcados a la izquierda, al pueblo, a los trabajadores y los que se la rifan, sin caer nunca en lo panfletario.
Quizá sea el cineasta con mayor sensibilidad teatral en su generación (dicho sin ironía, más bien como elogio; a fin de cuentas estudió con Seki Sano y Enrique Ruelas); gracias a ello pudo resolver tan brillantemente las limitaciones materiales al rodar Rojo amanecer (1989). Sin ver la plaza de Tlatelolco donde ocurre, encerrados en un departamento del famoso edificio Chihuahua en Nonoalco Tlatelolco, vemos la masacre del 2 de octubre de 1968. Con un excepcional guion de Xavier Robles y Guadalupe Ortega, la película no fue del agrado de un gobierno que, con Carlos Salinas de Gortari, significaba el arribo al poder de la generación del 68. El filme de Fons rebasaba la rejuvenecida tolerancia priísta ante el asunto. Recuérdese que Salinas y su grupo toman el poder cuando se conmemoraban los 20 años del movimiento estudiantil que marcó al México moderno, y su gobierno sumó/sumió a varios protagonistas del periodo. En ese momento poco oportuno
, Fons intenta estrenar Rojo amanecer.
Su generación, laxamente llamada Nuevo Cine Mexicano y fechable de 1970 en adelante, incluye algunos de los grandes maestros del cine nacional moderno: Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Paul Leduc, Alberto Bojórquez y otros. Controvertidos, nunca ingenuos políticamente, los autores que surgen en el periodo echeverrista abren muchas puertas a la libertad de expresión política, sexual, incluso idiomática. Desaparecen los diálogos eufemísticos típicos de la reprimida e idealizada edad de oro del cine nacional. La gente en las nuevas películas habla como lo hace en la calle.
Egresado del flamante Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) que a pocos años de abierto había recibido su bautizo de fuego con la huelga estudiantil y la culminación colectiva de El grito, el documental paradigmático del 68 universitario y politécnico.
Debuta con una comedia rete mexicana, El quelite (1970), sobre las desventuras de la disfunción eréctil que provoca la canción El quelite en el protagonista, un temible jefe revolucionario, Agapito para más señas. La búsqueda formal de Fons inicia con Nosotros, episodio de la película tripartita Tú, yo, nosotros (1970) con Juan Manuel Torres y Gonzalo Martínez Ortega.
En Fe, esperanza y caridad (1972 ) da el campanazo que confirma su maestría con Caridad, su participación en otro trío con Alberto Bojórquez y Luis Alcoriza. Sorpresivamente adapta Los cachorros (1973), exitoso relato juvenil de Mario Vargas Llosa. Consigue retratar con aliento literario a la gente común y de abajo, y da una vuelta de tuerca a la tradición de Nosotros los pobres con grandes películas como Los albañiles (novela de Vicente Leñero), El callejón de los milagros (obra del notable egipcio Naguib Mahfuz) y una suerte de tragicomedia histórica, El atentado (relato de Álvaro Uribe). Narraciones complejas que van de lo patético a lo ejemplar. Evitando los excesos expresionistas/tremendistas de Cazals y Ripstein, siempre nos regala una excelente y verosímil cinematografía.
El callejón de los milagros (1995) obra el milagro de retratar nuestra ciudad arrabalera guiado por un relato que sucedía en El Cairo, urbe en las antípodas de nuestro mundo y sin embargo muy parecida a la Ciudad de México. Resignifica el melodrama inscrito en el ADN del cine nacional.
Como otros cineastas dignos (Alberto Cortés, Alejandro González Iñárritu), en su trayecto vital pasó muchas veces por las telenovelas y la producción televisiva sin que le salieran cuernos ni echara azufre por la nariz. Y dejó ahí huellas con una mejor calidad de filmación para ese género tan popular como descuidado y mercenario.
Fue documentalista y autor de cortos. Presidió la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas entre 1998 y 2002, y una vez libre del encargo realizó el corto La cumbre (2003), el cual hizo escribir al crítico Luis Tovar: “El brevísimo filme de sólo cuatro minutos y cincuenta segundos pone de manifiesto… la conocida habilidad de Fons, director y guionista, para emplear las herramientas cinematográficas”. Como siempre, las virtudes de Fons le permiten un logro narrativo: “Eficaz en su minimalismo formal, La cumbre es buen ejemplo de economía de recursos y mesura en la ejecución” (Cinexcusas, Ediciones Sin Nombre, 2022).
Pocas semanas antes de su muerte seguía en la brega, pugnando por un cine libre y una exhibición de las muchas y estupendas películas nacionales, para acercarlo accesible al pueblo expulsado de las salas. Proponía desistir de la lógica comercial de los ricos y la derecha, así como la abusiva cuota de importaciones impuesta por el cine estadunidense y los tratados de libre comercio. Jorge Fons es un héroe de nuestro cine.