talia acude mañana a las urnas, en una cita que, si un vuelco inesperado no altera las previsiones, situará a la formación de extrema derecha Hermanos de Italia como fuerza más votada. Las encuestas anuncian una mayoría robusta de las formaciones conservadoras, que se beneficiarán de un endiablado y surrealista sistema electoral para tomar las riendas la nación en tiempos atribulados. El país alpino seguirá así el paso de Suecia, donde el pasado 11 de septiembre ganó por primera vez en décadas el bloque conservador, encabezado también por una extrema derecha con nombre de piel de oveja: Demócratas Suecos.
Hubo un tiempo en el que en Europa se discutía de cordón sanitario a la extrema derecha, pero en los desvalijados estados de bienestar continentales apenas sobreviven las maltrechas versiones francesa y alemana. En el Estado español, Vox, apéndice franquista del PP, siempre tuvo abiertas las puertas de las instituciones. En Suecia, las matemáticas electorales han llevado a los conservadores a legitimar la negociación con Demócratas Suecos, partido de origen explícitamente neonazi. En Italia, el estridente Matteo Salvini, mitad facho, mitad payaso, ya fue ministro con la formación La Liga, pero la que podría ser la nueva primera ministra, Giorgia Meloni, hunde sus raíces ideológicas en marismas más profundas; concretamente, en el Movimiento Social Italiano neofascista, fundado en 1946.
Italia acostumbra a anticipar cambios. Es un país terriblemente difícil de leer, pero descifrarlo permite entrever posibles futuros. Berlusconi anunció a Trump con dos décadas de antelación; Hitler daba discursos en cervecerías de Munich, mientras Mussolini marchaba triunfalmente sobre Roma para hacerse con el poder en 1922. El país inauguró gobiernos tecnócratas en los años 90, antes de que sustituir a políticos por altos funcionarios del ámbito financiero se convirtiese en deporte continental para gestionar la crisis económica de 2008, siguiendo la dieta austericida marcada por Alemania.
Los gobiernos tecnócratas, el ex todopoderoso director general del Banco Central Europeo Mario Draghi puso en bandeja la caída del gobierno de concentración nacional que él dirigía. La derecha, con Meloni al frente, se sabía ganadora y no desaprovechó la ocasión. En un giro de los acontecimientos, ahora Draghi se postula como protector de la posible nueva primera ministra. Como garante, al fin y al cabo, de que el gobierno de extrema derecha no se aleje de las directrices económicas marcadas desde Bruselas.
El resto, desde la política antinmigración a la restricción de los derechos de las mujeres que vendrán, son cuestiones menores a ojos de la Unión Europea. Los ricos siempre han creído poder manejar a la extrema derecha, y muchas veces así ha sido. Otras, pocas, pero muy sonadas, el animal salió de la jaula y acabó invadiendo Polonia. En las dos versiones, la pérdida de derechos ha sido el resultado para el común de los mortales.
El camino de los fascistas suecos a los palacios de Estocolmo ha seguido otros derroteros. Allí fueron los socialdemócratas los que, viendo el auge de la derecha, optaron por competir en su marco y poner en el centro del debate público cuestiones como la seguridad y la inmigración, que los ultras maridan como nadie. El resultado es el esperable: cuando la izquierda hace políticas de derecha, la derecha es la que gana, sea directa o indirectamente. No es política, son matemáticas.
A este cuadro hay que sumar la reciente llegada de Liz Truss al número 10 de Downing Street. Viene a suceder a Boris Johnson, por lo que la bandera de la cordura está muy barata, pero conviene no olvidar que ganó las primarias de los conservadores británicos con un discurso de ortodoxia tatcherista y que nada más llegar anunció una baja de impuestos en un país que camina por el filo de la recesión. La estampa la completan naciones gobernadas por líderes autocráticos y ultraconservadores, como Hungría y Polonia, que vienen mostrando los dobleces democráticos de Europa desde hace años.
Con la inflación desbocada, la recesión acechando, el invierno llamando a la puerta en plena crisis energética, una guerra en Ucrania sin visos de solución a corto plazo –ojalá nos equivoquemos aquí– y los gobiernos conservadores virando cada vez más a la derecha y multiplicándose, ¿qué puede salir mal en los próximos meses en este cansado continente? El escenario está servido para que las consecuencias de la crisis que ya se intuye las vuelvan a pagar los mismos que en 2008.
Una adenda. Dicen los geólogos que las placas tectónicas de los continentes americano y europeo se alejan unos centímetros cada año. Que cada día estamos más lejos. La política viene a corroborar este distanciamiento progresivo; no hay más que escuchar el brillante discurso de Gustavo Petro en la Asamblea de Naciones Unidas para palpar la distancia sideral que separa a los gobernantes de ambos lados del Atlántico. Pareciera que por cada nuevo gobierno progresista que se alza en América, un país europeo retrocede. Suecia por Colombia, ¿Italia por Brasil?