s posible decir que lo que describe nuestra vida pública cotidiana, nuestros intercambios, es el predominio de una cultura no democrática, no sólo por la futilidad de los discursos y discusiones, sino por el desprecio de que son objeto los órganos colegiados representativos por parte de los grupos más disímbolos. Incluidos quienes han sido electos representantes de la ciudadanía.
La razón democrática que parecía haberse impuesto como la lingua franca del cambio mexicano se ha tornado asignatura siempre pendiente, siempre pospuesta, por un sistema político carente de reflejos y potencialidades representativas; despojado por sus propios actores de la imaginación política e histórica, indispensable para forjar panoramas de largo aliento.
Es imprescindible que la agenda democrática pendiente
se inscriba en una perspectiva definida por la cuestión social, que requiere abordarse como asunto central que sume voluntades para que la batería de estrategias y políticas pueda encontrar asidero en una política de Estado. Un compromiso amplio y plural, de todos, en este sentido, enriquecería a la democracia misma; la haría más nacional, mientras la nación deviene más democrática. La democracia recuperaría su aliento social, del que hicimos gala en la década de los 70, como el obligado relevo y componente del reclamo democrático forjado por los estudiantes en 1968.
Quizás entre los reclamos que haya que hacer(nos) hoy habría que subrayar la renuencia a ejercer la autocrítica, a no escuchar la urgencia de salir del intercambio de frases hechas, a no advertir los signos de la autocomplacencia y el desgaste y atender y entender a la falta de cohesión social, el déficit de ciudadanía, las enormes desigualdades sociales y los rezagos en el estado de derecho. Ésa debería ser la agenda.
México ha invertido muchos años y recursos en transformar su economía y hacer confiable su pluralismo político y social como método de convivencia. Pero no se ha hecho lo mínimo necesario para enfrentar con visos de superación el reto social y el no menos acuciante desafío del desarrollo, que siendo el de un crecimiento reptante. Por aquí debe iniciarse una nueva ronda de discusión reflexiva en pos de agendas y rutas para construir una democracia ampliada mediante la erección de un efectivo Estado social que tendría que ser por ello un Estado democrático y constitucional.
Dicho con otras palabras: la agenda pendiente de la democracia mexicana tiene que ver con la capacidad de todas las fuerzas políticas de impulsar conversaciones ilustradas, plurales, comprometidas, entre igualdad, desigualdad y democracia, en el contexto de una globalidad hostigada, pero no por ello menos agresiva.
Hacerlo nos remite de manera natural al tema de la política y del Estado. Y es desde este triángulo donde nuestro quehacer político que queremos democrático puede recobrar legitimidad.
La democracia tendría que ser entendida como un proceso y un conjunto institucional comprometido con la conformación y transmisión pacífica del poder político. También, como marco para modular el ejercicio de dicho poder y evaluarlo conforme a criterios universales y particulares vinculados expresamente con la garantía y protección de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de los mexicanos.